Con la certeza de que usted ya no es un simple huésped de las bibliotecas, sino un miembro más de la familia de muchos terrícolas soñadores que han alimentado a su gallo, han puesto pastillas de naftalina a su traje negro, han consolado a su mujer y de vez en cuando han libado un vino en homenaje a su existencia, deseo manifestarle cuánto me duele la indiferencia de los maestros y estudiantes hacia la palabra escrita. Como usted se habrá dado cuenta, una pantalla repleta de imágenes y bobaliconas historias se ha instalado en todos los hogares del mundo. Ya se mimetizó y no es solo un aparato más: es un imán, una persona, un consuelo, un interlocutor, un alucinógeno… acecha, controla, penetra los sueños y encamina los deseos; con sus cuadros en tecnicolor cautiva, duerme, anestesia… y desplaza a los pobrecitos libros, los condena al olvido. Usted ya debe haberse percatado de que en los dormitorios ya no hay el eterno libro en la mesita de noche sino las pantallas frente a la cama, incluso dentro del lecho, y a veces no es solo una, no, se disemina por pares, tríos… en la sala, en el carro, en la cocina, en… en todas partes, mientras los libros esperan ser abiertos, gozados; pobres libros, están padeciendo una abstinencia obligada de caricias de dedos y de ojos, están necesitando suspiros y lágrimas, sonrisas y muecas. Ellos están ahí, en los estantes, en las bibliotecas, en las tiendas, mientras nosotros seguimos obstinados en no tocarlos, en no regodearnos con ellos. Y los profesores ya no incentivan el amor hacia ellos, pues también se dejaron atrapar por las cajitas mágicas, se olvidaron de explorarlos para transmitir la emoción de abordarlos. Los únicos que todavía son manoseados son los de cifras y palabras precisas, los que no tienen alas, los que no tienen en las venas sangre ardiente, los del deber, los de la tarea, los de manual… Lástima por los que no se han decidido a ahorcar el facilismo y se valen de textos preanalizados y se dejan encadenar por la desidia de no pasear por las avenidas de la imaginación que ofrece un libro abierto.
Hay que masacrar la pereza mental; desenfundar la bella arma del ingenio; devastar los campos mentales sembrados de mariposas negras y colorearlas de amarillo; incendiar la idea de la inutilidad de la lectura; fusilar el pragmatismo y la loca idea de que solo lo útil y tangible sirve.
Disparemos balas cargadas de besos de Petra Cotes y de risas alocadas de Pilar Ternera. Agraviemos a los espíritus grises con remedios de belleza. Apuñalemos la mirada aviesa con ojos de perro azul.
Démosle las gracias a los libros por llenar el mundo de estrellitas blancas, por despejar el camino de nostalgias, por regalarnos historias de amor y desamor, por besarnos con la lascivia escondida de Amaranta, por convertir el miedo en milagro para que el otoño del patriarca se vuelva la primavera del ser humano libre.
Coronel, reciba un abrazo de esos que estrujan la caparazón y reactivan el espíritu.