Hay cartas que se escriben sin la certeza de llegar a a otro destino distinto que uno mismo. Mensajes en una botella que el mar trae de vuelta a la misma orilla. Todos tenemos momentos en que pensamos que lo nuestro son mil maneras de hablar a una pared. Y sin embargo hablamos. Y escribimos. Incluso cartas, todavía hoy.
Los problemas del país no empiezan en la Mesa de Negociaciones en La Habana, aunque algunas soluciones sí. Todos los problemas del país no comenzaron y terminarán con que ustedes firmen un acuerdo, pero tantos alivios pueden ser definitivos, duraderos, si no pierden esta oportunidad en que la historia de este dolor antiguo que llamamos conflicto armado tenga un punto final.
Sí, ya lo sé: “nada está acordado hasta que todo esté acordado” ustedes también lo han dicho, pero habiendo leído despacio los acuerdos publicados no se puede más que estar de acuerdo en gran medida con tanto de lo que se ha consignado en esas líneas: ahí no está un país en venta sino una nación que comienza a trabajar con mucho más que voluntad para hacer más corta la brecha de la inequidad. Los documentos están a la vista de todos. Por favor, lo tanto que se ha avanzado no es lo siguiente por dinamitar.
No hay que estar frente al viento salino del malecón cubano para percibir la tensión en el aire de este instante, uno de los momentos más frágiles de las conversaciones de paz. Yo sé que si matan guerrilleros están muriendo colombianos, yo sé que si matan soldados están muriendo colombianos. Yo sé que todos los que sufrimos aquí, en campo o en ciudad, en isla río o altamar, sin uniformes y con ganas de salir mañana a trabajar, a estudiar, a buscar una vida que podamos encontrar, somos colombianos.
Le llamarán “lógica de guerra” disculpen, nunca le he encontrado lógica a la guerra y por eso me resulta difícil entender. Sentir, eso me resulta más fácil: y siento que el tiempo de la esperanza tiene la nube gris de todas las incertidumbres encima, poco sol se asoma ahora. El invierno de la decepción suele ser cruel. Yno hay lluvia más triste.
Yo, como muchos multiplicados por muchos, voté en las últimas elecciones presidenciales para queesa conversación no fuera interrumpida. Solo por eso. Y ya son 28 días seguidosde darle la razón a todo el que desea quitarle una pata —o dos— a esa mesa desde que ustedes en una demostración del final de toda tregua optaron por atacar aquí y allá y más allá. Dicen aplaudir la encíclica del papa Francisco “Laudato Si” sobre el medio ambiente mientras derraman crudo con un daños irreversibles al ecosistema del pacífico nuestro que tardaremos décadas en recuperar y que hoy día dejan sin comida igual al pescador de Tumaco que al del Chocó. Siempre es el más pobre, el desvalido, el que más sufre.
Cada ataque suyo es un ataque contra ustedes mismos ¿acaso no lo ven? No son fusiles y balas su capital para negociar, su última herramienta es la credibilidad que cada día puede ser menor entre los países que acompañan esta negociación.Y qué decir de lo mínima que resulta esa misma credibilidada ojos de cualquier compatriota ante ciudades a oscuras, poblaciones incomunicadas, departamentos a tientas… Esta sociedad es la misma de la que pueden hacer parte un día no muy lejano. Ustedes han hecho popular el mito que dice que los tiempos de las Farc son distintos a los demás porque en la selva y el monte parece que cruza otro huso horario, aún así el reloj del mundo marca un implacable tic tac. Aprovechen el próximo minuto de silencio y lo oirán si prestan atención. Que la esperanza no se canse de esperar.
Para pedir un cese al fuego bilateral la presión de sembrar temor a sangre y fuego con sorpresa, alevosía y desasosiego nunca será tan contundente como demostrar grandeza con un hecho real que demuestre verdadera voluntad de paz. Es hora.
Por supuesto que al frente suyo, del otro lado de la mesa, hay mucho por unir: un país en parte desmembrado por ustedes y también por nosotros mismosy por los que mal nos han dirigido. A este lado hay sectores por convocar, voluntades que unir, acciones por emprender. Pero eso solo puede suceder si los mensajes son concretos y palpables con resonancia en este territorio amplio que es el país de todos. De todos.
Gabo, viejo sabio, nos habla al oído con la escena final de su obra cumbre. Ahí, cuando Aureliano Babilonia descifra los últimos manuscritos de su propia historia. Permítannos creer que La Habana no es la ciudad de los espejos (o los espejismos). Los colombianos hemos conquistado con sufrimiento irrepetible el derecho a no ser una estirpe condenada a cien años de soledad. Este país —y ustedes en él, si deciden asumirlo— merece una segunda oportunidad sobre la tierra.
Cuando gana la guerra, todos perdemos. Si se levanta mañana la mesa de negociación lo que se ve como salida no es una puerta, al frente solo queda el abismo.
@lluevelove