Señor presidente, soy un joven de 17 años de edad que está convencido que el camino no es la guerra sino la paz. Llevamos más de 52 años de conflicto, donde han muertos muchos inocentes, muchas madres quedaron sin sus hijos, muchos hijos sin sus madres; donde muchos han quedado desplazados por el simple hecho de la guerra…
Nací en el año 1999, año donde el Plan Colombia daba sus primeros pasos, y con estos, cada día se iban coartando las libertades individuales. Si la guerra fuera la solución a los problemas del país, con esta ayuda internacional ya seríamos una nación libre de guerra, pero una vez más la historia nos da la razón: La guerra no es la solución.
A pocos meses de que se desmovilicen las FARC-EP, me siento optimista por el rumbo que pueda tomar mi país. Al igual que muchas personas, añoro el día que ya no haya más conflicto, el día donde lo primero que escuchemos al despertar sea el canto de los pájaros y no el ensordecedor ruido que producen las armas. Este optimismo a veces se ve nublado por el sentimiento de miedo que me produce pensar que esos espacios que antes ocupaban los militantes de las FARC ahora sean ocupados por bandas criminales, por delincuencia común o por otro grupo insurrecto que pueda nacer y que nos convierta otra vez en ese país que inspira terror, lástima y desilusión a nivel internacional.
No permita que nada ni nadie, ni si quiera un partido político, trunque las esperanzas de paz que todos los colombianos tenemos. Tampoco olvide que la paz no es solamente el silencio de los fusiles, también la es la justicia social, las oportunidades para todos y la igualdad de todos los colombianos. Tome en cuenta que, desde nuestras diferentes posiciones, vamos a contribuir para que esa paz se materialice, todos la vamos a construir. Y por último solo me queda decir una cosa: La educación, en sus diferentes niveles, nos asegurará que nunca más vuelve la guerra.
Desde algún lugar de Colombia, le escribe un estudiante convencido de un mejor mañana.