Hasta el momento había preferido mantenerme al margen de la polémica que se armó por las dichosas cartillas del Ministerio de Educación y la polvareda que levantó la diputada santanderena Ángela Hernández. Pero mis principios morales y mi condición de ser humano me exigen hoy levantar mi voz, así solo una persona me escuche.
Ante la exitosa marcha de aquellos que dicen defender la familia, los derechos de los niños, la creación divina de macho y hembra y el los valores morales de la sociedad, me surge una pregunta. ¿Si lo que defienden es el amor, por qué odian tanto?
Soy homosexual y crecí en una familia conformada por un padre, una madre y varios hijos, de los cuales el soy único con preferencias sexuales diferentes a las denominadas ‘normales’. Nunca me violaron, nunca abusaron de mi y nunca me hablaron de sexualidad, hasta que yo por el devenir de la vida y las experiencias fui entendiendo. Cometí muchos errores, aprendí infinidad de cosas y empecé a vivir el dolor del rechazo a la diferencia.
A los 16 años, edad que según la constitución nacional aún estaba amparado por los derechos de la infancia, tomé la decisión de VIVIR A PLENITUD MI SEXUALIDAD, aclaro: NO TOMÉ LA DECISIÓN DE SER ‘MARICA’.
Soy absolutamente creyente y quienes me conocen pueden dar testimonio de eso, y justo por ello inició la más dura y dolorosa batalla que he enfrentado en mi vida. Tuve que luchar con los esquemas morales que me impuso mi amada Iglesia Católica, con el imaginario colectivo que reza que los MARICAS somos personas malas, degeneradas, depravadas, promiscuas, desorientadas, desgraciadas, etc.
A la vez que mi ser adolescente enfrentaba dichos ataques, también se cuestionaba: “Pero ¿si Dios es amor, y si en la biblia dice que todo lo que hay en el mundo él lo creo? Si en la Iglesia sagradamente repiten que no se mueve una hoja de un árbol sin que sea la voluntad de mi Señor, ¿por qué me dicen que me quemaré en la quinta paila del infierno por vivir como él me mandó al mundo?”.
Allí comprendí que no es Dios quien juzga, somos los humanos. Que no es Dios quien escribió el antiguo testamento, fueron los hombres que con el afán de mantener un orden político en el pueblo de Israel se valieron la conciencia religiosa colectiva. Además Jesucristo vino al mundo a transformar esa visión castigadora y a darnos a conocer la verdadera esencia del Dios: el amor.
Con esto claro, continué mi vida e inicie otro enfrentamiento: con mi familia (aquí mil historias curiosas, amorosas, dolorosas y hasta chistosas podría contar, pero ahora no vienen al caso) y tomé una nueva decisión de vida, DISFRUTAR EL AMOR.
El amor todo lo espera, todo lo soporta, etc, etc, o algo así dice en la Biblia, entonces ¿Por qué todos los que pregonan la defensa de esos valores enseñados por un ser supremo llegan a odiar tanto?
Cada ser está en la libertad de tener una opinión sobre lo que sucede en el mundo, pero ¿por qué recurrimos a la violencia y al odio para defender nuestra posición?
¿Por qué creer que si los niños se enteran de que en el mundo hay diferentes preferencias sexuales se van a contagiar? ¿Por qué me tratan como enfermo, si mi único vicio es fumar? ¿Por qué tengo que seguir a diario luchando contra las malas miradas y los comentarios despectivos como: prefiero tener un hijo muerto que un hijo marica?, como los que aparecieron en las marchas del pasado miércoles. ¿Por qué me atribuyen patologías sicológicas que según mi siquiatra no padezco? ¿POR QUÉ ME LLEVAN A ALEJARME DE MI FAMILIA HACIENDOME CREER QUE SOY LA OVEJA NEGRA? ¿POR QUÉ PRETENDEN ALEJARME DE MIS PROPIOS SOBRINOS, QUE SON NIÑOS NO MAYORES DE LOS 10 AÑOS, AL INTENTAR HACERLES CREER QUE SOY UNA MALA INFLUENCIA?
Señores que dicen defender la familia, ¿no creen que eso es más grave? No creen que tal vez, entre todos, podamos facilitarle el camino a las nuevas generaciones invitándolas a ser tolerantes, a comprender desde chicos que todos tenemos derecho a ser felices sin importar si te gusta uno u otro género.
Con este simple ejercicio lograríamos aminorar las cargas y el dolor que enfrentamos quienes somos víctimas de sus prejuicios, además y tal vez lo más importante, nos acercaríamos a la construcción de una sociedad más incluyente, más tolerante y demostraríamos que estamos preparados para vivir la tan anhelada paz que deseamos para nuestro país.