Nos hemos reunido en comunidad de flora y fauna, la biota del Cauca toda, incluida Paloma, porque sabemos que se prepara una intervención militar de marines norteamericanos que podrían poner pie en Colombia y queremos aprovecharnos de esa magnífica oportunidad que han logrado articular esos dos genios de la política internacional Donald Trump y nuestro presidente, nada menos que coordinados por la inteligencia sutil y extraordinariamente conspicua de Francisco —no el hombre, sino más que eso—, el embajador en Washington. No tendremos aspavientos en reconocerles sus preclaras inteligencias, en todo caso mayor que las nuestras, con tal que nos ayuden en nuestros urgidos y asfixiantes menesteres.
Queremos decirles que todavía quedan unos charcos en el Cauca, muy suculentos. Creemos que si los marines tienen sofisticadas lanchas de última generación, generación drónica que navega a ras de agua, y no deteriora el ambiente, como le hemos oído repetir a Trump, bien pudieran utilizar nuestro cauce para quedar más cerca del tiro de gracia contra el plátano maduro, que no vuelve a verde jamás, ¿es eso?, y que tanto los obsesiona.
Ofrecemos nuestros buenos servicios a efectos de que consideren ayudarnos. ¡Estamos en plena catástrofe! Y no vayan a creer que somos solo la biota animal. Les contaremos qué será de la vida futura del homo erectus del Cauca si de ahora en adelante desaparecemos de la faz de la Tierra. Quizás puedan ayudarnos a que el Ministro de Defensa al fin entienda que nuestra emergencia biótica puede convertirse en un plan terrorista a escala ampliada contra nosotros, si es que ya no han estallado bombas contra nuestras comandancias, que si eso ocurre ni los marines podrían pasar con sus lanchas, y eso nos dañaría nuestra humanitaria gestión.
Esa, esa es la palabra.
No creemos que haya gestión humanitaria geopolíticamente más estratégica a nivel continental que salvar la amenazada biota del río Cauca. No entendemos cómo Trump, Ivan y Francisco creen que por ser unos simples peces, unas simples aves, unos simples reptiles, unos simples árboles no tenemos derecho a la vida. En Venezuela todavía no se están muriendo de hambre ni Adecos ni Copeyanos. Ellos más bien están a la espera de los miles de millones de dólares que, supuestamente Trump, destinará para realinderar a Venezuela bajo su coyunda. Y ya se sabe que hambre que espera hartura no es hambre.
En cambio nosotros, la biota del río Cauca si nos estamos muriendo de hambre.
Asfixiados del sofocante calor, sucumbiendo dentro del barro, huyendo unos de otros, pues los charcos nos pondrán nuestros mutuos y recíprocos enemigos más cerca, vibrando estremecidos de terror al ver que el agua circundante se escapa, tirándose en caída libre las iguanas suicidas ya no sobre el agua si no sobre las estacas que afloren. Lianas y bejucos ya no sostendremos las ramas.
Y para nosotros no habrá ayuda humanitaria.
¿Nos están escuchando compatriotas de Colombia? Para nosotros no habrá ayuda humanitaria.
Es posible incluso que nuestro cauce todavía sirva para que naveguen corbetas de última generación de guerra y ni siquiera nos derramen una migajita de salvación.
Hemos estado leyendo que Sagoff dice:
“La miseria de los animales en la naturaleza, que los humanos pueden hacer mucho para aliviar, hace palidecer cualquier otra forma de sufrimiento. La madre naturaleza es tan cruel con sus hijos que hace que Frank Perdue parezca un santo”.
Nosotros sabemos que Trump, Ivan y Francisco son inteligentes. Para qué vamos a decir que no, si sí. Pero les recordamos:
“Zoopolis de Sue Donaldson y Will Kymlicka: una teoría política de los derechos de los animales es un esfuerzo muy loable para llevar la discusión sobre los derechos de los animales más allá del tema del estatus moral básico de los individuos animales. Los autores consideran la cuestión de nuestras obligaciones generales con respecto a la clase de animales que pueden considerarse plausiblemente como nuestros conciudadanos; hacia la clase que puede considerarse "liminal"; y por último, pero no menos importante, la clase de animales silvestres en la naturaleza, cuyas comunidades deberían gozar de derechos de soberanía prima facie, como una forma de prevenir y corregir las acciones humanas inadmisibles hacia ellos”.
Esto da ganas de llorar. Lloraremos indefectiblemente antes de morir. ¿Cuántas especies desaparecerán del Cauca? Todos nuestros amados hermanos de biota dejaremos de alimentar a nuestros amados hermanos mayores. ¡Cuánto dolor nos produce tener que decirles que desapareceremos! ¡Y no precisamente por nuestra culpa!
Y eso no se detendrá allí. Esperen a que la nivel freático baje más y verán cuánta biota más que depende de esa humedad subálvea desaparezca Hidroituango abajo. Pueden estar tranquilos de los que allí viven, ellos son microscópicos y nunca se verán. No nos hemos podido reunir con ellos, es muy probable que luego reciban otra carta abierta tan solícita como esta.
No vayan a creer que por estar condenados a muerte habrá sombra de resquemor en nosotros. Ustedes nos ha negado desde hace mucho—¿Santo Tomás de Aquino?— la capacidad de discernir, de sentir, de sufrir, para poderse servir de nosotros sin alterarse moralmente jamás. Eso lo entendemos.
Pero, no sabemos si el universo lo entienda igual. ¡Y no es nuestra culpa! Nosotros somos parte del universo e, igual tampoco lo entendemos mejor que ustedes. Por ejemplo, no sabemos todavía por qué están allí las estrellas. Creemos que ustedes ya lo saben. O al menos pueden saberlo Donald, Iván y Francisco.
¡Tan inteligentes ellos!
Miren que resucitar a Adecos y Copeyanos necesita una inteligencia más allá de lo normal. ¡Ah, hombres de inteligencia superior que tiene Colombia!
¿Pero, cómo es que esa inteligencia no se aplica a un plan humanitario de emergencia para salvar la biota del río Cauca?
Entonces, ¿para qué sirven las reuniones en Washington?
“La intervención humanitaria en la naturaleza es uno de esos temas. Es potencialmente muy importante y, por lo tanto, se le deben asignar importantes recursos epistémicos. He intentado esbozar las cuestiones cruciales sobre las que gira la cuestión de la intervención humanitaria a gran escala. La pregunta crucial (1) pregunta qué tan buena / mala es la situación de los animales salvajes en realidad, como una cuestión de hecho empírico. La intervención humanitaria presupone la existencia de una catástrofe y existe un amplio acuerdo ético de la población sobre lo que esto significa. He argumentado que actualmente tendemos a subestimar en gran medida la probabilidad de que la situación de los animales silvestres sea catastrófica para siempre. La pregunta crucial (2) pregunta hasta qué punto podemos estar seguros de que nuestra intervención realmente haría las cosas (mucho) mejor, en lugar de (catastróficamente) peor. He argumentado que no tenemos un historial de que la intervención motivada de manera altruista en la naturaleza vaya mal y podemos esperar que vaya razonablemente bien; que debemos equilibrar los riesgos de intervenir en contra de los riesgos de no hacer nada, contra los cuales estamos predispuestos; y que si y en la medida en que la situación de los animales salvajes ya sea permanente e indefinidamente catastrófica, es difícil empeorarla (incluso a través de una intervención egoísta), y mucho menos catastróficamente, y fácil de mejorar”.
No sabemos cómo llorar. ¡Enséñennos! Nosotros no inventamos esta guerra. ¡Salvennos!
¿Cómo podemos llorar? ¿Cómo? ¡Por favor!
¡Francisco!, ¡Iván!, ¡Donald! ¡Cuánta angustia con ustedes!
Nota. Las citas las he tomado de mis lectura de Intervención humanitaria en la naturaleza: preguntas cruciales y respuestas probables, 2015, Adriano Mannino, escrita para Academia.edu. La cita de Mark Sagoff es de Liberación animal y ética ambiental: matrimonio malo, divorcio rápido, 1984.