Respetado Señor Presidente Petro:
Me dirijo a usted desde este bastión de la vida que es el sur del departamento del Meta, ensombrecido hoy por el asesinato de otros dos Servidores Públicos, desde mi hogar a los pies de la serranía de la Macarena, saludándolo y deseándole lo mejor para usted y los suyos, y para Colombia, hoy bajo su gobierno, y sin ningún ánimo de cobro le cuento que voté por usted 2 veces el año pasado, y no sólo no me arrepiento, sino que en medio de las dificultades que hoy vivimos mantengo con usted mis esperanzas en una Colombia potencia de la vida, más justa y digna para todos.
Hoy me animo a escribirle, no desde mi condición de investigador social, es decir no como filósofo y analista político, sino como un campesino más que está teniendo la oportunidad de crecer como Aprendiz SENA en el Operario en Industria Apícola, ofrecido por el CAM SENA, Sede Los Naranjos, y este texto que inicié como un documento de análisis para las redes sociales, luego de conocer la trágica noticia del ataque a la patrulla de la Policía en Puerto Lleras acabó siendo una carta para usted, de alguna manera un clamor por el fortalecimiento institucional en los territorios.
Colombia es un país esencialmente rural, aunque mal urbanizado, y usted sabe de eso más que yo. Por décadas las políticas estatales priorizaron el desarrollo de los grandes núcleos urbanos, hasta el punto de invertir la relación poblacional rural/urbana que para mediados del siglo XX era 70/30, y para la década del 2000 ya era 30/70. Y decimos mal urbanizado, porque en los cinturones de pobreza que rodean a las grandes ciudades, en cualquier matera se siembra maíz, por decir algo, pues más allá de la búsqueda de la seguridad alimentaria, nuestro pueblo manifiesta nostalgia del buen vivir que en medio de todo les proveía el campo.
Y ya metidos en la tercera década del otrora lejano siglo XXI, en medio de grandes dificultades, de aciertos y desaciertos, avanza la intención de materializar un proceso de paz que como muchas veces hemos dicho y escuchado, busca, entre otras cosas, pagar la deuda histórica con todo el campesinado colombiano, y no sólo con el que aún sobrevive en y del campo.
Como lo han señalado diversas organizaciones que hacen seguimiento al proceso, y mirando bajo la espuma de los acontecimientos, el proceso avanza, no como todos quisiéramos, pero avanza. El séptimo informe del Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz sobre la implementación de los Acuerdos dado a conocer a finales de julio de 2023 así lo señala, revelando que 31% de las disposiciones se encuentra completo, el 20% en estado intermedio, el 37% en estado mínimo y el 13% aún no inicia su implementación. La falta de copamiento institucional al final del gobierno Santos (voté por él y por el sí) y la inacción del cuatrienio Duque en los puntos de Reforma Rural y PNIS han costado mucho en atraso, pero no se puede perder de vista que es un plan de 15 años.
Quienes desde el sur del Meta vivimos y analizamos día a día las luces y sombras del proceso, clamamos por una presencia más integral de la institucionalidad estatal que permita sentar las bases de una verdadera revolución en las condiciones de vida de nuestras comunidades, de manera que podamos alcanzar una nueva ruralidad, más digna, sostenible y productiva para todos.
Por más de 6 décadas, el SENA ha venido jugando un importante papel en la transformación de las condiciones de vida de millones de colombianos (de ello puedo dar fe) en el cumplimiento de sus objetivos que apuntan a aumentar la productividad y el desarrollo social y económico del país. Y ahora que la Implementación de los Acuerdos de Paz debe conjugarse con los Objetivos del Desarrollo Sostenible, la propuesta pedagógica del SENA parece hecha a la medida para la consolidación de un nuevo modelo de integración social para comunidades y territorios que luchan por salir de la marginalidad a la que el conflicto armado, las economías ilícitas y la falta de una presencia efectiva de Estado los sometieron.
Mi primer diploma SENA fue de Auxiliar de Construcción. Era 1995 y en medio del peor período de violencia vivido en Urabá, los Instructores del SENA llegaron a Unguía, Chocó, y cambiaron nuestras vidas, no sólo con la transmisión de conocimientos que nos ofrecieron, sino, y tal vez fue lo más importante, con su presencia entre nosotros, que era la presencia tangible del estado Colombiano; y seres humanos como el Instructor SENA de Pesca Artesanal Octavio Pulgarín, a quien recuerdo entre otros, nos permitieron darnos cuenta del potencial que había en cada uno de nosotros, sus Aprendices, para tomar las riendas del destino de nuestras vidas, de nuestras comunidades, y de esa construcción social intergeneracional que llamamos Colombia.
Hoy, la implementación de las políticas estatales en territorios como sur del Meta y Guaviare, el Darién, El Catatumbo, la zona del río Mira en Nariño, Cauca y tantos otros en los que a costa de vidas de colombianos humildes, muchos de ellos integrantes de nuestra Fuerza Pública, se mantienen los rescoldos de la violencia y sus concomitantes marginalidad y pobreza, presenta una ventana de oportunidad para la consolidación de propuestas de paz, cual es la crisis de la economía de la coca, cuyas causas desbordan los objetivos de esta carta, pero que indudablemente han llevado a estas comunidades a volver a explorar alternativas para la producción y el desarrollo en la legalidad, y ahí es cuando el estado debe buscar maximizar el impacto de su inversión para la consolidación institucional, y por eso considero que el SENA debe fortalecer su presencia en esos territorios.
Llegando de la mano de todas las instituciones y políticas del estado, el SENA es el primer llamado a cambiar el mundo de los colombianos (El mundo es todo lo que acontece, dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein), cambiando la mentalidad, y en regiones como la nuestra (Sur del Meta) ese cambio implica y obliga una educación que sea a la vez elemento central y transversal de las transformaciones sociales, culturales y productivas para esa ruralidad más digna, inclusiva y productiva que anhelamos, para lo cual nuestro SENA debe ser fortalecido.
Dios lo Bendiga, Presidente Petro, y lo siga iluminando para alcanzar las metas de un desarrollo sostenible, y sepa que de la mano de estrategias como CAMPESENA, en los territorios seguimos atentos a su liderazgo.
Con mis sentimientos de respeto y mucho afecto,
Juan Rodrigo García Fernández
Filósofo, Consultor Político, Aprendiz SENA.