Carta abierta al ganador del premio Biblioteca de Narrativa Colombiana

Carta abierta al ganador del premio Biblioteca de Narrativa Colombiana

Respuestas al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, mediante una disertación sobre la rebeldía y su relación intrínseca con los escritores y los artistas

Por: Mauricio Carmona
febrero 27, 2020
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Carta abierta al ganador del premio Biblioteca de Narrativa Colombiana
Foto: Andrew Lih CC BY-SA 3.0

Remito esta respuesta pública al “escritor” Juan Gabriel Vázquez, acerca de su “compromiso” expresado al recibir su premio.

La rebeldía es un imperativo, de los hombres que anidan en su corazón la libertad y la lucha. Los estamentos adocenados de la sociedad, estancados y viciados, se erigen tranquilos, y hacen sus fiestas: estatutos, leyes, conglomerados, fijaciones del poder que se enquista, como el cáncer que devora la vida, y la tritura. El orden establecido pareciese inmutable. Las mismas cofradías, los mimos estamentos, los mismos requerimientos y baluartes, del poder que domina, y se adscribe a esas mismas esferas en su hegemonía. El imperativo rebelde, desde la emancipación misma, es el rostro veraz, del escritor y el artista, por naturaleza inconforme, y detractor del orden imperante. Ese orden que muestra su cara en la abyecta apariencia de lo que se da por real, y que gesta sus juegos, en el subterfugio que hace tragar al conglomerado que lo habita.

La rebeldía es baluarte, allí donde el poder también tiene sus murallas. Y es estandarte, allí donde el poder no tiene ninguno. Los designios inamovibles del hombre rebelde, prescritos por la égida de su verdad, en la sinceridad que porta y el viento a favor de su lucha, serán los designios consagrados por el pueblo, y para la verdadera libertad los mismos. Los valores revolucionarios,  siempre a favor del hombre rebelde, serán la honestidad, sobre todo, y la altivez emanada del escritor  y el artista, que jamás se adecua y se conforma, a lo establecido como norma, por los valores imperantes.

La rebeldía es más que una virtud, es el coraje y la sangre, del verdadero hombre, y es, en su esencia, la necesidad apremiante, de contravenir y enfrentar la injusticia. Las prescripciones burguesas, siempre erráticas,  considerándose como verdaderas, erigen su voz, y se hacen visibles ante las sociedades, por la hegemonía rampante, que de ellas hace la sociedad dominante. El burgués cree tener la razón, y estar en lo cierto. Nada más dogmático que este pensamiento, que actualiza desde el fondo del tiempo, el pensamiento de la derecha, y su modus operandi. En el ámbito de lo artístico, son los dominios de las castas las que erigen sus predilectos, y, a merced de sus bienaventurados rubros, los catapultan frente al conglomerado. Nada más falaz que aquello que carece de espíritu.

Y nada más falaz que el pensamiento de una derecha que evidencia su adscripción a una burguesía que emana vaho de putrefacción y decadencia. Lo cierto, el burgués siempre tiene miedo, pero lo esconde, porque sabe que no está en lo cierto. El manto de la verdad, con su única cara, es el doble rostro que le aparece como mueca en el espejo de su desesperación y su despropósito. Es ahí, donde la rebeldía, hace su aporte, y llega, inmaculada, y nos recuerda, y le recuerda al mundo, al burgués, a la derecha, que no está en lo cierto.

En el ámbito de la palabra, nada más cómico que un escritor burgués. Su misma evidencia lo catapulta como una caricatura y una risotada de su tiempo. Ese tiempo que lo erige, y al cual él sirve, de forma descarada. El escritor o artista burgués siempre está sirviendo al poder, y está aferrado a este como la piedra al limo. Son necesarios, dado que la palabra o “idea” puesta a circular frente al conglomerado, es la idea concomitante, que a ambos ha de servir, y que beneficia, en mutuo acuerdo, las dos partes, ambas falaces, ambas detractoras de la verdad, serviles, y proclives a enaltecer el mundo de lo aparente, en el cual, las dos caras juegan y hacen sus fiestas, y se encuentran, para sobrevivir.

El uno no puede vivir sin el otro. Y es, en esta verdad, donde se necesitan, y se hacen uno. La rebeldía, en cambio, siempre tiene sus propias rutas. Emana transparente como el agua de la peña, del torrente de la sangre, y, como todo lo verdadero, es quien da prescripción ante La Historia, de aquello que ha de ser, y será, hasta la eternidad no dicha. Ser rebelde no es un acto arrebatado al instante, es el deber y es la obligación inherente a la hermosa y sublime palabra juventud, sin la cual, esta solo sería un borrón obnubilado. Todo joven, si lo es, es rebelde. En eso radica ese brillo fascinante, y esa necesidad obsesiva, de no callar jamás, de no adocenarse nunca. Sólo los muertos, por no decir burgueses, están ya instalados en su sitio. Aquel que siente la injusticia, y ve la desfachatez humana de un mundo convertido en mentira, sólo puede mirar hacia la rebeldía, como esa luz y ese faro, que salvaguarda y da fe, de que mientras el burgués reine en la faz del planeta, no habrá paz, no habrá felicidad posible, no habrá un reino de armonía donde la especie enaltezca el sentido supremo y la suprema dignidad de habitar el planeta tierra bajo el manto de la belleza.

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