Bogotá, noviembre 06 de 2015
Excmo. Sr. Expresidente de la Republica
Belisario Antonio Betancur Cuartas
“Quien no conoce su historia está condenado a repetirla…” (Paul Preston) y aun conociéndola, el excelentísimo y poco afamado presidente Belisario Betancur revivía, una vez, más un 'Bogotazo' como quien repite su serie favorita de televisión.
El día se tornaba gris y no precisamente por su clima, era el gris del humo incendiario de la violencia y arremetida que cobraba las voces de inocentes un día de noviembre. “Colombianos, las armas os han dado la independencia, pero solo las leyes os darán la libertad” fue la frase encriptada en las puertas del Palacio de Justicia que se desboronaban tras un cañonazo ante la mirada fría y perpetua de la estatua de Simón Bolívar, quien esta vez no podía desenfundar su sable para gritar libertad. Esto se lo narro, señor expresidente, con el fin de contarle lo que mi padre vivía desde una esquina presente a tal magnicidio. No cabe duda que es usted quien sabe los pormenores de esta tragedia, comunicada por vociferación del séquito de colaboradores que tenía a su disposición, mientras se refugiaba a puerta cerrada, tímido, cobarde y falto de la investidura que este país le otorgó en las urnas.
Se suman treinta años donde retumban cada vez más fuerte los cañonazos del acto bélico que estuvo en sus manos detener; de la sangre que corrió por las escalinatas del Congreso que pudo haberse evitado y de la vergüenza pública y nacional que un año más nos clama la verdad de ese día, pero su cobardía pesa más que la responsabilidad que asumió como mandatario y colombiano en el intento de dar calma a un pueblo que solo le exigía la verdad. En el marco de los procesos de paz y justicia transicional que vive el país, somos nosotros quienes le exigimos un llamado al esclarecimiento del dolor que han purgado las familias; el respeto por la memoria de aquellos que fueron cegados ese fatídico día será sosegado por la verdad, verdad que procede de usted. Permítale a Colombia sepultar con la dignidad que requiere la venerable memoria de todas y cada una de las víctimas de una guerra de la cual no fueron llamados a participar. “Las lágrimas más amargas vertidas sobre una tumba son las palabras nunca dichas y las acciones jamás realizadas”, amargura condenatoria provocada por su impericia en la memoria de los colombianos. Por último, le pido que mire a los ojos a los colombianos y, por primera vez, hable con lo único que le pedimos, verdad.
Cordialmente,
Juan Manuel Cortés Rivera