Nos resulta complicado, como seres humanos y, sobre todo, como personas adultas, darnos cuenta que nos hemos equivocado; algo complejo de aceptar.
Entonces, parece pertinente revisar las premisas, para corregir la conclusión y, es que desde hace mucho tiempo pensábamos, -supongo que somos muchos los que nos hallamos en esta incómoda situación- que con un gobierno distinto, -no necesariamente de izquierda o ultra de derecha, lo cual parece que nos hemos acostumbrado; con que estuviese conformado por un grupo de funcionarios los cuales tuvieran una visión distinta de país; o mejor, con que tuvieran por lo menos una visión de país, podríamos asistir a un significativo cambio.
Hoy vemos que no es así, parece que cada vez más confirmamos que «el tal cambio no existe», cierta desazón y abandono de toda esperanza, al respecto me embarga. Una experiencia reciente que ahonda en este sentimiento, recuerdo que, el pasado 29 de octubre, escuchaba a alguien decir, luego de ejercer su derecho a elegir: «… es que los colombianos nos hemos arrepentido de haber votado por Petro». Una verdad insoslayable, más, ¿nos hemos arrepentido?
No es un cambio, eso parece claro, sin embargo, de lo que estamos siendo testigos hoy en Colombia es que no basta con sentarse en la presidencia, o fungir como algún tipo de gobernante; el poder no es un lugar al que se pueda llegar, tampoco es un tótem, el cual se pueda tomar y te conceda determinada autoridad; no, el poder, como diría Antonio Negri, «el poder se ejerce» y, en el caso colombiano, se ejerce desde subrepticios parajes, distintos ellos a los estamentos simbólicos del Estado.
Comprender que en Colombia la idea de nación, de patria o, democracia se ha convertido en la falacia por excelencia del discurso político, ya que se defiende la democracia cuando se hace allanamientos a las oficinas de un noticiero (uno) que no se muestra cercana al gobierno de turno; empero, si el actual gobierno exigiera veracidad sobre las aseveraciones que hacen y están haciendo, es muy probable el que la respuesta sea la idea de «un ataque a la democracia» o, un «ataque a la liberta» o, ambas, así que el eco sería mucho mayor.
Es por eso que el poder que se manifiesta hoy se ejerce, desde algunas plumas, algunos escritorios o algunos micrófonos que tienen, o por lo menos creen tener, vía libre para decir lo que les plazca, cualquier arbitrariedad en la mayor impunidad posible; hoy ser periodista dista de dar información, más bien, se centra en dar opiniones; sin fuentes, sin argumentación, con debates ficticios y ficticios expertos, pues son entre ellos mismo, analistas sacados debajo de la manga, juegan a dar sus opiniones como si fuesen hechos, y poseen los medios para llevarlo a cabo. Todo un show mediático que hace mella en el pensar de la sociedad en general; Creando paradigmas, modelan el pensamiento. Si revisáramos la historio, ello no deja de causar escozor.
Sin ir más lejos, hoy, noviembre de 2023, fecha en que me encuentro escribiendo estas palabras, aunque todo inicio ayer, lunes festivo, que como todo parroquiano en un festivo, me pase la mayor parte del tiempo en el computador trabajando y, entre adelantar una u otra cosa, oteaba cosas en la red y, desde temprano en la mañana surgió una noticia acerca de un artículo escrito María Jimena Duzán, el cual hablaba de acerca de una supuesta adicción del actual presidente de Colombia Gustavo Petro; no demoraron en salir comentarios de la crema innata de la política actual del país: Fico Gutiérrez, Peñalosa, incluso el electo alcalde de Bogotá, Galán. No se trataba de una noticia confirmada, tampoco es que importe mucho, lo relevante del hecho está en el daño que cause en la opinión pública, y harto que lo causa. Incluso la estrella de la técnocarrilera y politóloga de oficio Marbelle se pronunció dando su incuestionable veredicto.
Esta mañana, antes de salir al trabajo, escuchábamos la radio, una costumbre más bien de mi suegra, la FM, transmisión en el que cada día tienen un tema para debatir, curiosamente -o por cuestiones de la casualidad, suelen girar en torno al presidente o, porque son un grupo objetivo y veras de información en todo caso, comento en voz alta a mi suegra que está cerca: «… y hoy cual será el tema del niño consentido de la radio, “una adicción es…”», justo cinco minutos después, anuncian el tema… exactamente.
Pensé en lanzarme a las artes adivinatorias, pues parece que ha llegado a su cenit mi habilidad, pitoniso poder de predecir el futuro; no, en realidad todo lo contrario, bastaba con observar las premisas y me adelanté a la conclusión.
Si miramos bien, no resulta difícil de entender si, nos percatamos del sistemático ataque mediático que recae sobre el actual gobierno. Empero, hoy fue distinto, y lo fue porque en nuestro país el poder no se halla en la casa de Nariño o, en el congreso o, en el palacio de Liévano, la registraduría, la fiscalía; no, el poder se encuentra en un pequeño grupo que dictamina las ordenes, ejerce el poder desde ordenadores, casas editoriales, micrófonos en la radio. La bellaquería más descarada en los últimos tiempos. Preparan a sus hijos y familiares como un ejército que fungen en el congreso o, una alcaldía, desde un periódico, la televisión y la radio. Tienen el poder en sus manos.
Es más, luego de dar las principales noticias empieza un pequeño debate, efímero y elocuente, hablando sobre el secuestro del padre del futbolista; para el niño consentido de la radio era algo extraordinario despertar hablando sobre las guerrillas; es más, una compañera de trabajo se sorprendía porque en los tres días en que no había estado, no sé si en Colombia o la ciudad, total, horrorizada porque en tres días habían pasado muchas cosas.
La verdad no sé en que país han vivido, más desde que tengo uso de razón ha sido el desayuno de la mayoría de colombianos en los últimos, ¿qué? Cincuenta años; no, ellos lo saben, llevamos más de doscientos años en este trasegar de la violencia, el juego es hacer creer que en realidad es un tema nuevo, y culpa del actual gobierno.
Hoy, contrario a otros días, fue distinto, precisamente porque me percate que, si tienen un gran poder, y aunque haya alguien que tiene una visión distinta a la que ha venido gobernando en los últimos dos siglos, no importa, pues el país les pertenece, parece que también les pertenecemos. No hay futuro para Colombia, un país que seguirá arrodillado, porque hasta sorprendente les parece que podamos ser una potencia. Más allá de lo ridículo que pueda parecer el discurso, pero eso es tema para otra opinión. ¡Gracias y compartan! De alguna forma hay que pagar la maestría