Querido primo:
Quiero empezar con una confesión: desde que me eliminaste de tu lista de contactos en Facebook mis mañanas han perdido el color de otros tiempos. He tratado de acercarme a uno que otro patriota de tu especie, pero ninguno me acepta como amigo. Debe ser porque mi página de Facebook está plagada de mamertos y defensores de la paz.
La consecuencia de tu abandono virtual ha sido una nostalgia que se agudiza cada mañana al constatar que ya no tengo con quien controvertir en las redes sociales. Gracias a tus posts comprendí que el arte abstracto, campo en el que has sido exitoso, no riñe necesariamente con el pensamiento retardatario. Por tus comentarios cargados de tigre contra todo lo que te huela a ese embeleco que ustedes los uribistas llaman “castrochavismo”, deduje que así como el espíritu del mal se apoderó de todos los que apoyamos la firma de la paz, los espíritus de Caro, Núñez y Laureano Gómez habían hecho metástasis en ti.
Me cuenta una tía que el 20 de julio empuñaste el pincel para teñir de negro la bandera de Colombia. Mientras una parte del país celebraba el día de la Independencia, el único artista uribista del que se tenga noticia en Colombia ondeaba en la fachada de su taller en Chapinero un trapo negro en señal de repudio hacia la inminente entrega del país a las Farc. Que Paloma Valencia hiciera lo propio no tendría por qué sorprendernos. Pero que un hombre que le ha apostado al arte y a la cultura se preste para tal performance no es algo que se digiera con facilidad.
Hace algunos años, cuando me enteré de tu devoción por la vida y obra del mejor presidente que ha parido esta tierra, duré varias noches sin dormir, devanándome los sesos tratando de entender cómo era posible que un intelectual de tu espesura, amamantado con amor y formado en la liberal Francia, había caído en la adulación al Centro Democrático y en la defensa de lo indefendible. Del estupor logré salir cuando me acordé que la historia universal ha estado llena de casos como el tuyo: hombres buenos, creativos, de pensamiento profundo, que han abrazado hasta el delirio causas sombrías.
Al principio albergué la esperanza de que nuestras desavenencias en materia política respondieran a la brecha generacional: al fin y al cabo eres veinte años mayor que yo y ya sabemos que muchos hombres de bien mientras más maduros más godos. También crucé los dedos pidiéndole al cielo que tus comentarios ultrauribistas estuvieran inspirados en la línea editorial de Actualidad Panamericana, y no en los editoriales de Fernando Londoño en un programa radial que solo escuchas tú.
Pero el día que con dos piedras en la mano respondiste en mi muro de Facebook a una broma que hice sobre el rabo de paja de Uribe Vélez, comencé a intuir que tu simpatía hacia la ideología del prohombre de Antioquia tenía tintes de fetichismo. Entonces empecé a temer cualquier encuentro contigo en alguna reunión familiar. La sola idea de que me saludaras con un “te voy a dar en la cara, marica” me dañaba el desayuno.
Ahora que el desarme de las Farc parece estar a la vuelta de la esquina quiero invitarte a la reconciliación y a que consideres la posibilidad de volverme a aceptar como amigo en Facebook. Prometo que en adelante contaré hasta diez cada vez que lea en tu muro frases como “Viva Uribe”, “Así se habla presidente Uribe”, “Se acelera el paso hacia el comunismo en Colombia”, o “No logro entender cómo una persona decente pueda votar por el SÍ en el plebiscito con el que definitivamente se entrega en bandeja de plata el país a las FARC”.
Por último, estimado primo, quiero hacerte otras dos confesiones. Primero, que seguiré sin entender cómo tu, que no eres terrateniente, caballista, senador del Centro Democrático o beneficiario directo del uribismo, enarbolas sus banderas.
Y segundo, te confieso, con la mano en el corazón grande, que no soy un periodista enmermelado.