Estimado señor:
Debido a las declaraciones hechas por usted en la imagen posteada en su cuenta de Instagram (Ver captura de pantalla y link relacionados al final), ejerciendo su derecho a la libre expresión, y ejerciendo Personalmente ese mismo derecho; me permito hablar en nombre propio y refutar su declaración, pues considero que sí hay razones para agradecer a la Selección Colombiana de Fútbol, no porque me hayan hecho un favor, o porque hayan jugado por mí; pues soy consciente de que ellos juegan primeramente por el ingreso económico que esto les representa — pues nadie se mueve si no va a recibir algún beneficio sobre todo si no es económico — sino por la valentía de salir ante el mundo y decir: “Yo soy colombiano” y dejar el nombre del país en alto, por salir a hacer lo que ni usted, ni yo, ni muchos de aquí nos esforzamos por hacer: mostrarle al mundo que Colombia no es solo coca, guerrilla, paramilitarismo, corrupción, inseguridad y todas esas cosas vergonzosas que manchan el nombre del país ante el mundo.
Porque qué triste es ver en las noticias internacionales que capturaron a colombianos cargados de droga en un aeropuerto, o que los capturaron porque hacían parte o lideraban una red de delincuentes en el exterior, o porque los extraditaron porque cometieron un delito que afectó los intereses de algún otro país. Qué triste es ver que ocupamos los primeros puestos en los ratings internacionales por los altos índices de violencia y corrupción, que ocupamos los últimos lugares en cuestiones de educación. Y mucho más triste y vergonzoso —cosa que si usted ha salido del país ha vivido— es llegar a los filtros aduaneros y migratorios del cualquier país del mundo y ser mirado con recelo por el hecho de presentar un pasaporte que lo acredita como colombiano.
Pero qué bonito fue ver el nombre Colombia en los titulares de los noticieros del mundo, porque unos deportistas —en este caso puntual, futbolistas— se pusieron una camiseta que los representaba como colombianos y dejaron el nombre del país en alto. Qué bonito fue ver a un país unido, llorando de alegría, vibrando por la emoción producida por un
deporte —lamentando efectivamente los desmanes y excesos de aquellos que se hacen llamar “hinchas” y no saben celebrar empañando la euforia del momento—. Qué bonito fue ilusionarnos todos y soñar por un momento con esa copa, habernos dado ese receso en medio de tanta inmundicia social y política.
— ¡Qué bonito fue!
Lo digo yo, una persona que abiertamente he declarado que me gusta el fútbol mas no sus mal denominados “hinchas” y que por lo tanto nunca he comprado una boleta para entrar a un estadio, que no compré la camiseta de la Selección Colombia —ni chiveada ni original—, que no salí a celebrar en la calle con harina ni espuma, que no me bebí un solo trago en nombre de la Selección, que debido a mi crisis de nervios y ansiedad, solo me vi los goles de los primeros partidos y las dos últimas presentaciones. Pero que también lloré al estrellarme con la realidad del pulpo de la corrupción, que también abarca algo tan sano como lo es el deporte y embarra lo bonito del momento.
Lo digo yo en nombre propio y atreviéndome a usar el nombre del país, que sí hay razones para dar gracias a la Selección Colombiana de Fútbol, y gracias a todos aquellos deportistas, empresarios y personas de bien que salen a ganar dinero dejando el nombre del país en alto. Que nos recuerdan por qué debemos sentirnos orgullosos de haber nacido en Colombia.