Carta abierta a los homofóbicos de Colombia

Carta abierta a los homofóbicos de Colombia

Se nace así, simple y llanamente, como nacen indios, chinos, negros o pelirrojos; las inclinaciones sexuales no se imponen ni se corrigen porque no son defectos

Por: fernando garcía ortega
enero 24, 2022
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Carta abierta a los homofóbicos de Colombia
Foto: Pixabay

Debido a la funesta influencia de las religiones (todas), algunos seres humanos todavía tienen tendencias violentas y ansias inusitadas de agredir a los congéneres por su condición sexual diferente, por sus creencias religiosas, por sus posturas políticas, por su raza...

Hoy tenemos casi ochenta países en donde el homosexualismo es un delito y en algunos de ellos, se les da muerte. Los castigos van desde latigazos en Irán, prisión en Argelia, cadena perpetua en Bangladesh, hasta la pena capital en Mauritania, Arabia Saudita, Irán, Sudán y Yemen.

Veo con enorme tristeza y preocupación que a pesar de los avances que ha logrado el país en materia de ciencia y tecnología, de consolidación democrática, de libertades individuales, buena parte de sus habitantes son brutales, miserables, ruines y despreciables homofóbicos.

Muchos andan disgustados y rabiosos porque la comunidad LGBTI que hoy puede tener más de seis millones de personas en Colombia haya logrado avances importantísimos en la protección de sus derechos fundamentales como son el respeto a la vida, al trabajo igualitario, a la actividad política, al desarrollo de la personalidad.

Se retuercen porque tiene acceso a educación diversa, para que en el futuro puedan vivir, hacer parte de la sociedad, desempeñar una profesión arte u oficio como forma de susbsistencia. Así se hizo hace más de cincuenta años en el mundo civilizado.

Recuerdo que era desalentador, desmoralizante, ver en televisión a Roberto Gerlein de pasionales discursos anacrónicos.

Y peor aún, oír a la beata Vivian Morales, ultraderechista homofóbica atacando a la ministra de Educación Gina Parody por una cartilla para crear manuales de convivencia, que el PNUD impulsó en países del tercer mundo, como el nuestro, demuestra que no leyeron el documento, dirigido a los maestros, no a los estudiantes.

No inducía al estudiantado a la homosexualidad por ninguna parte. Eran cien páginas de un texto en el que se insiste, se enfatiza en el respeto por la diferencia en todos los aspectos. El modo en que se les habla a los estudiantes, la forma de llamarles, de evaluarlos reitera la necesidad absoluta en no hacer chistes ni alusiones sobre su forma de hablar, de vestir o de caminar de algunos de ellos; de respetar sus inclinaciones en el vestuario, en la longitud o el color del cabello, así como las actitudes respetuosas de los docentes frente a relaciones interpersonales del alumnado, en fin, solo procuraba garantías que todos merecemos por ser humanos.

Ni qué decir de la sectaria Piraquive, con secta religiosa propia, descartando a los discapacitados como pastores porque lo dice un texto religioso misógino, homofóbico y mítico como su Biblia (¡les hizo un enorme favor!).

La homosexualidad se da y punto final. El 11% de la población mundial lo es. Se nace así, simple y llanamente, como nacen indios, chinos, negros o pelirrojas; diestros o siniestros; de ojos oscuros o verdes como mares. Las inclinaciones sexuales no se imponen, ni corrigen porque no son defectos, ni enfermedad.

El homofóbico, de mente cerrada, estrecha, solo acepta la normalidad enmarcada únicamente en la masculinidad o la femineidad, cuando en los dos sexos pueden coexistir diversas tendencias, matices, en torno al erotismo, acorde a las regiones y épocas. Si hubiesen podido matar a Miguel Ángel, a Leonardo da Vinci, a Alan Touring, a Tchaikovsky, a Oscar Wilde o a Juan Gabriel, lo hubiesen hecho. Afortunadamente nacieron en otro país, para bien de la humanidad.

No hay que desfallecer en procura de defender y mantener derechos inalienables, logros enormes en seguridad social, bienestar, igualdad y la reivindicación de todos aquellos que alguna vez fueron excluidos, segregados, ofendidos, mutilados, e incluso asesinados de manera absurda, por causa de su inclinación sexual, religiosa o política, por su raza o condición socioeconómica.

Porque indudablemente la defensa de las minorías, es lo que alimenta y fortalece las democracias, engrandece la civilización. No se puede aceptar que retrocedamos de tal manera, que volvamos a épocas de barbarie y de salvajismo extremos; la inquisición, por fortuna es pasado y seguirá siéndolo, no así los excesos de la extrema derecha en la materia, tan proclive al delito justificado, aleve e impune.

Esperemos que más pronto que tarde, desaparezca, que nunca más florezca y podamos llegar a ser verdaderamente una nación diversa, libre, civilizada y verdaderamente democrática.

En nombre de los heterosexuales, de los colombianos de pensamiento liberal, racional, solidario, equitativo, pido perdón a todos aquellos que por ser diferentes, fueron, son o serán víctimas de barbaries que se han cometido y seguramente se cometerán en nuestra patria.

Perduran aún ciertos individuos, ocupando cargos predominantes en la sociedad y en las instituciones quienes, por su avanzada edad, seguramente, mantendrán hasta la muerte posturas anacrónicas en contra de los congéneres.

Allá ellos, con su lastimosa existencia, plagada de rencor, pues en últimas, ya no les quedará mucho tiempo. Si se respondiese igual, con su misma intransigencia, estaríamos al mismo nivel de ellos. Y evidentemente no somos así.

Insto a todos los colombianos, heterosexuales y homosexuales, bisexuales, transexuales, travestis, blancos, gitanos, indígenas y negros, mujeres y hombres, pobres y ricos, a ser solidarios, tolerantes, respetuosos, civilizados, para acabar con el odio, con el rencor, que tantos males y desgracias han ocasionado entre los colombianos. ¡Basta ya, por favor!

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