Querido Sergio:
Te suplico que, desde donde estés, me perdones. Perdóname porque, siendo homosexual como tú, nunca he hecho mayor cosa para quebrar la cáscara de mojigatería que encierra la mente de nuestra sociedad. Perdóname porque, como he contado con un entorno relativamente tolerante, he olvidado que muchos como tú y como yo viven discriminados y son llevados al extremo de la desesperanza.
Todos somos cómplices de tu muerte, porque hemos preferido quedarnos callados y cómodos y no hemos entendido que es por eso que nos pisotean tranquilamente mientras se dan golpes de pecho en el atrio de las iglesias.
Me desconsuela que te hayas ido dejando tantas ilusiones y tantas metas, dejando al muchacho que querías, dejando las manos de tu abuela… Pero verás que tu partida ha de ser el punto de quiebre para que empecemos de una vez por todas a romper todos los prejuicios, aunque se burlen, aunque nos golpeen, nos escupan y hasta nos maten.
Esta sociedad miserable, hipócrita y rezandera no puede seguir llevándose vidas, menos aún vidas que apenas están empezando a florecer. Te prometo que, al menos de parte mía, todo tu dolor y toda tu desolación no habrán sido en vano, pues no volveré a guardar silencio ante este tema.
Espero que ese salto al vacío te haya llevado a volar a un lugar mejor, que hayas encontrado allá la paz que aquí te negamos.
Un abrazo hasta el infinito.