Busco que estas palabras sanen un poco mi interior y que mi hermana querida, donde quiera que esté, sepa que, por lo menos, no nos han podido quitar las palabras en esta Patria deshumanizada. Deseo que ella y todos los que han perdido la vida en medio de este conflicto sepan que sus muertes no serán en vano, porque en honor a ellos pronto habitaremos este país en paz, cuando sean menos los colombianos que tienen militarizadas sus mentes, cuando llegue el momento en que los poderosos que profesan el odio ya no sean escuchados, y cuando Colombia sea una nación verdaderamente incluyente, donde la justicia social sea una realidad en todos los rincones del país.
Cuando nos informaron que mi hermana había sido abatida en una emboscada realizada por el ejército, sentí que mi vida se destruía en un instante. Me sentí insignificante al pensar que mi familia se había derrumbado y nunca volvería a ser igual, mientras que para quienes deciden desde las altas esferas los destinos de este país, la muerte de mi hermana y de quienes estaban con ella representaba solo un dato “favorable” que demostraba que se estaba ganando la guerra a la insurgencia.
La familia de un insurgente caído también es víctima. Todos los colombianos deberían comprender que la guerra destruye la vida de quienes están en ambos lados de la confrontación. En este conflicto no hay colombianos de menos valía, todos somos hijos e hijas de este Macondo herido.
A los “emisarios del odio” y a sus fieles seguidores que quieren hundir a este país eternamente en el conflicto, quisiera preguntarles: ¿Acaso alguien que está del otro lado de la confrontación es “menos” persona? ¿Acaso no es alguien que ama y desea ser feliz igual que ustedes? Para muchos colombianos la guerra no ha sido una elección, no se va a la guerrilla por deporte, ni a vacacionar. La insurgencia fue para muchos pobres de Colombia la única salida en medio del panorama de injusticia social que siempre ha estado presente en la historia de nuestro país.
Finalmente, a estos “emisarios del odio” también quisiera decirles que su interés de perpetuar el conflicto radica, quizá, en que ni ellos ni sus familiares han sido tocados directamente por esta guerra cruel. Quizá nunca tendrán la penosa obligación de comunicar a una madre que le han quitado al hijo o hija que un día salió de su ser y a quien vio crecer. Ese es el conflicto real, ¿es sensato entonces seguir la guerra?