"Apreciada Lina:
Me tomo el atrevimiento de encabezar esta carta con el apellido de tu esposo, Álvaro Uribe Vélez. Lo hago porque preciso aclarar de entrada quién es la destinataria. También me excuso por tutearte sin permiso, pero tu afabilidad reconocida me da pie a hacerlo. Además soy española de origen y el “usted” —como a cualquier costeña de la costa colombiana— resulta todavía muy incómodo, aun viviendo desde hace veintidós años en este país.
Como tú, Lina, soy madre y esposa de colombianos. Ambas tenemos dos hijos hombres (los míos chiquitos todavía) y tengo que confesarte que no hay día en que no piense cómo educarlos en este país que es el nuestro. El asunto me desvela. La espesa realidad nacional me impide a veces respirar con normalidad. Sucede porque prefiero siempre aludir a las cosas, las situaciones y las personas por su nombre.
Evito los eufemismos, huyo de la hipocresía y cruzo los dedos para nunca ser cínica. De manera que cuando abro los periódicos para mostrarles a mis hijos qué sucede en el diario vivir de Colombia, ellos señalan fotos y he de contarles con honestidad lo que ocurre. Hablamos sobre la fuga de los hipopótamos de la hacienda Nápoles, sobre los nombres de los titulares nacionales que irán a pelear la Copa Mundo en Brasil o a propósito del derrumbe administrativo y social de Bogotá. Nombrar el conflicto, el paro agrario y las víctimas de la violencia es un cometido diario, algo tan natural como mencionar la indescriptible tierra roja de la serranía del Abibe, el agua mansa del río Orinoco o el origen alemán del acordeón con el que suena el vallenato.
La naturaleza humana en contraposición con la naturaleza de esta tierra privilegiada que, por momentos, también se torna brutal sobre los más débiles. Así, abruptamente dividido, va emergiendo este país ante los ojos de nuestros hijos. Me resisto. En las calles ni siquiera nos cedemos el paso; ¿cómo vamos a convivir con los que se incorporen como civiles una vez dejen las armas? Ignoramos casi todo sobre las comunidades indígenas y descubrirlos hacinados en las ciudades, desplazados de sus orígenes, quizá sólo sea parte del crudo paisaje urbano. Nos declaramos ciudadanos en una sociedad en la que mostramos con mayor frecuencia un comportamiento animal. Entonces, ¿cómo?
Lina, conocí a tu esposo cuando regresó de su estadía de estudios en Inglaterra durante el gobierno de Ernesto Samper. Como periodista cumplí con el deber de aguardar la llegada de un vuelo demorado en el que venía el exgobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez. Aeropuerto El Dorado, un sábado o domingo hacia las diez de la noche de 1998. Ambos estábamos seguramente cansados. }
Quizá por eso cuando le pregunté cómo le había ido estudiando conceptos como “socialdemocracia”, él se molestó y la entrevista resultó incómoda. Sin embargo, a lo largo de los años lo tuve muy presente debido a su condición pública y a mi actividad periodística. Ocupé un cargo ejecutivo en un canal de televisión privada y lidié —como muchos en los medios de comunicación— con su gobierno. Tuve una segunda oportunidad para conversar con él, otro día, sin micrófonos y de manera fugaz, sobre aspectos ideológicos del movimiento que inspiró en torno a él y la charla se truncó. Hasta ahora no he sido capaz de entender qué significado tiene para Álvaro Uribe Vélez la palabra “democracia”. Con el transcurrir del tiempo he visto cómo su pelo dejó la nitidez de su color original para teñirse de blanco.
Una nebulosa parecida a la que empaña su accionar político. ¿Por qué ha elegido el insulto, la descalificación y el desconocimiento de las mismas instituciones que son pilares de la sociedad civil a la que él pertenece y representa como senador para relacionarse con sus conciudadanos? Tanto a los adultos como a los niños nos llegan sus feroces declaraciones.
Leo en un letrero que cuelga en el corcho del jardín de mi hijo menor unas palabras de Aristóteles y me estremezco: “Aquellos que educan bien a los niños merecen recibir más honores que sus propios padres, porque aquéllos sólo les dieron vida, éstos el arte de vivir bien”. La alusión va más allá de la labor abnegada que los educadores realizan en este país —“con las uñas”, como confirman varios líderes educativos—. La frase del pensador griego es perfectamente aplicable a líderes políticos de la talla del expresidente Álvaro Uribe Vélez. ¿Acaso no consignaron los clásicos que el dar ejemplo forma parte esencial de la “areté” (la virtud) del servidor público?
Permíteme, Lina, acudir a ti para solicitarte trasladar la mesura que te caracteriza a tu marido. Mutarte en él de alguna manera. Apaciguar ese fuego que consume su inteligencia. Alguna virtud nos atribuyen a las mujeres, ¿no?
He tenido la inmensa suerte de formarme como profesional y hacer una familia en Colombia. Pude conocer durante varios años la cara más hiriente de este país durante mi trabajo con menores de la calle, al lado del padre Javier de Nicoló, desde el Chocó hasta el Vichada. Como periodista he observado el poder desde muy cerca, hasta el límite que esta profesión traza. Hoy, sobre todo como madre de dos niños colombianos, entiendo que nuestra misión principal como adultos es mirarnos en el espejo y reconocer lo incapaces que hemos sido tanto tiempo. Millones de niños y adolescentes nos están viendo y escuchando en este momento. ¿Queremos distorsionar nuestra condición hasta que ya no sepan más cómo somos cuando nos templamos y discutimos sin agredirnos?
Faltan pocos días para que el acto de votar, una de las más ambiciosas representaciones de la noción de paz y libertad, nos convoque en las urnas. No es tarde para recuperar algo bueno de lo que sí somos.
Quedo agradecida con el hecho de haberte escrito.
Cordialmente,
Rocío Arias Hofman, politóloga y periodista. Escribe para El Espectador, Diners y el espacio digital www.sentadaensusillaverde.com"