Este libro que fue escribiéndose en Buenos Aires, Abu Dabi, Ginebra y Barranquilla, no es una engañosa bitácora de viaje. Es decir, un libro para ayudarnos a conocer unas ciudades regalándonos un mapa de sus sitios, de sus gentes, de su historia. Esos puntos que el viajero vive y celebra para sí mismo y para los otros.
No es así en este caso. Los poemas escritos en estas ciudades poco o nada dicen de los lugares que los contienen. No las describen, no las recorren, no las celebran. Son sentidas y se dejan sentir de manera un tanto extraña, tal vez porque son en verdad las estaciones de un viaje interior del poeta. Son un cuaderno de viaje que no tiene ni sitios, ni paisajes, ni personajes. Con eso conjura la inocente tentación a la que cualquier poeta con alma de turista pudiera fácilmente sucumbir.
Los poemas de este libro, pues, no son las instantáneas fotográficas para ser exhibidas. Las muy pocas referencias objetivas aquí son apenas pretextos para decir lo que siente el poeta, lo que va sucediendo poco a poco en la vida interior del que viaja y se establece por un tiempo en espacios como Buenos Aires, Abu Dabi, Ginebra o Barranquilla, siguiendo y registrando desde la experiencia poética, problematizada en la escritura, los movimientos insospechados y previsibles de la vida, a la hora del amor, de los sueños, del poema, de los deseos, de los hijos, de la soledad, de la familia, del tiempo…
Y la temperatura de cada experiencia de ciudad que parcela en capítulos, o estaciones, este poemario, está dada por breves epígrafes que logran editorializar cabalmente el tono interior que llevarán estos poemas en cada caso.
Así, la poeta abre la primera estación de su libro diciendo: “Buenos Aires me florece lapachos y palabras sólo porque alguna vez —con devoción provinciana— en Curuzú me sembraron”.
Es una declaración apenas si formal, obligatoria, casi que protocolaria. No se revela en ella la agitación interior que van a significar las otras ciudades. Es quizá natural.
Sin embargo, en esa misma ciudad, el libro abre con un poema en el habita una pregunta fundamental para entender este viaje del que hablo. La pregunta es: “¿Cuál será el destino que mejor le sienta a mi piel?”. Y yo pienso que no sólo allí comienza el libro. Allí comienza todo.
En el caso de la segunda ciudad, lo que en el primer epígrafe es quizá inocencia y formalismo, aquí se convierte en elocuente misterio, en incógnita conocida: “Una vez pronuncié Oriente Medio como un lugar posible y entonces mastiqué la primera frontera, cebollas en los ojos para llorar la vida y deshojar un destierro inalterable como todo aquello que un día fue”.
En esta parte, conmueve, otra vez, otra pregunta: “Qué tiene de él esta noche que se escapa? Y se contesta “…Querer asirlo es como la vida —que me tiene dentro— y se escapa, por eso la escribo”. Es una manera muy sencilla y contundente de decir por qué se siente la necesidad de escribir. Qué fuerza desde lo profundo empuja. Cuál en el fondo la honda necesidad de la escritura para los seres humanos.
En el caso de Ginebra queda muy claro lo que antes decíamos del viaje interior lejos del peligro de la tarjeta postal de las ciudades. “Ginebra fue una grieta entre dos mundos, una cueva fría y acogedora. Un ensayo de lo mejor de mí. Potencia y orden en movimiento, nadar una soledad ancestral y creativa, íntima”.
Vida y escritura no son necesariamente realidades coincidentes, pero en los poemas de este aparte se hace presente una preocupación por el lenguaje y la palabra en el intento de decir cabalmente lo nuevo que sucede en el poeta. Es esa soledad íntima en la que quizá la palabra creativa bordea nuevos momentos del ser.
La última estación de este viaje es Barranquilla, y la nota que precede estos poemas es muy elocuente: “Y el Caribe puede ser, también, una furia de palmeras en época de vientos, que te arranca del letargo de un silbido, y te hace de una vez dueña de un mundo, poeta”.
Está claro, Barranquilla no es Ginebra, y su horizonte Caribe produce un impacto en las formas de sentir la naturaleza y la vida. Y empieza, sin embargo, una operación más crítica hacia adentro y hacia afuera y el lenguaje se torna más directo y eficaz. El primer poema de esta serie es implacable en su logro de significación: “Sola y a cargo de su tristeza, / una Juana de Arco en el trópico / planta nueva, seca. / Frase muda en suspenso / mirando el ocaso en busca de un fuego en el que arder”.
Así es este libro que sigue al viento.