En Colombia estamos acostumbrados a mirar desde la barrera las peleas, los infortunios y las alegrías de los ricos. Todo comenzó en el siglo XIX cuando los “criollos” se creyeron el cuento de que los chapetones les habían transmitido no se sabe qué nobleza a través de hemoglobina azul. Ni siquiera el largo proceso independentista posibilitó que semejante fábula se difuminara sino que, al contrario, las castas detentadoras del poder económico y político alimentaron con tal ahínco esa costumbre que lograron mantener la Colombia feudal, clerical y atrasada hasta muy entrado el siglo XX.
La costumbre que fue modélica en Santafé de Bogotá, originó modelos a escala en Popayán, Cartagena, Mompox, Santa Marta y en menor medida en ciudades con tradiciones culturales diversas como Bucaramanga, Cali, Barranquilla o Medellín. Por eso no deja de sorprender que en la actualidad genere tanto escándalo la frase, no por detestable menos común y cercana, “Usté no sabe quien soy yo”. Es como si de pronto nos hubieran empujado vía intravenosa una ampolleta reforzada de republicanismo y modernidad, pero en verdad ¿Qué esperábamos después de decenios en los que la palabra indio era sinónimo de feo, desagradable, ordinario, en suma, de mañé?
Como los niños bien suelen manejarse mal en gran medida gracias a ínfulas reforzadas desde nuestra tradición feudal, sus aventuras suelen incluir criminalidad y crueldad extrema, como en el caso Uribe Noguera; pero también racismo y segregación al modo de la señorita payanesa quien admitía con donaire querer mucho a su nana o “aya”, siguiendo su argot medieval, a pesar de ser negra.
Por estos días el país es testigo de una pelea protagonizada en el campus universitario de los privilegiados señoritos capitalinos: la Universidad de los Andes, a la que asistimos sin más remedio dado el despliegue y cubrimiento que los principales medios le confieren. Se trata del bonche entre Carolina Sanín, profesora y aguda polemista, contra un grupo de supuestos estudiantes parapetados detrás del apelativo “Chompos”, que como si no fuera suficientemente audaz y temerario ese nombre, se apellidan “Ásperos”. El rifirrafe escaló a tal nivel que la profesora fue expulsada de la U, reintegrada gracias a una tutela e impugnada la decisión ante los tribunales; de otra parte, las páginas en redes sociales de los ásperos grupos fueron canceladas, seguida de nuevos rebrotes en fértil cosecha de memes y twits; todo ello sólo por resumir, porque cada carta, grito, portazo y mueca ha sido transmitido al conjunto de nosotros, la gleba amorfa, quienes nos limitamos a esperar que tan nobles personas no se sigan dando en la cara marica, o mejor, wevón.