Carolina Rico, la esposa del exfiscal anticorrupción, era buena haciendo trampa desde el colegio

Carolina Rico, la esposa del exfiscal anticorrupción, era buena haciendo trampa desde el colegio

Relato de un compañero que la conoció en su época de estudiante en un colegio privado de estrato alto en Bogotá

Por: Juan Andrés Rodríguez Murillo
julio 10, 2017
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Carolina Rico, la esposa del exfiscal anticorrupción, era buena haciendo trampa desde el colegio

Es parte de la historia de Carolina Rico Rodríguez, reportada erróneamente como “Catalina Rico Rodríguez” por algunos medios, esposa del exfiscal Luis Gustavo Moreno. Lo que encontrará a continuación es una descripción de una persona que conoció a la Carolina Rico adolescente. Puede tomar lo que va a leer a continuación como ficción, o como un recuento viciado, al final eso es irrelevante. Lo importante es que podamos reconocer que los ladrones no se vuelven ladrones de adultos.

A finales de los noventa, en un colegio privado (estrato mil) de la ciudad de Bogotá, Carolina Rico perdió el año. Eso no es nada raro, de hecho soy el tipo de persona que cree que es mejor que un estudiante repita un grado completo en vez de dejarlo avanzar con la mentira de que sabe todo lo que debe saber. Los noventas, como seguramente muchos estarán de acuerdo, fue esa época en donde apenas se empezaba a poner de moda esa teoría de crianza absurda donde se cree que la felicidad de un niño va encima de la necesidad de educarlo.

Pero bueno, volvamos a Carolina. Por su condición de repitente, era una de las mayores del curso. Lo que le faltaba de disciplina le sobraba en astucia, o mejor, “malicia indígena” (expresión tan odiosa). Sabía cómo buscar que otros le ayudaran o hicieran lo que ella no podía o quería hacer, y cuando alguien se negaba a “ayudarle” no dudaba en amenazarlo. Carolina también sabía que hablando mucho y de buena manera con sus profesores podía lograr que se compadecieran y fueran menos exigentes con ella. En repetidas ocasiones, gracias a estos lazos que había formado, Carolina logró copiarse de las formas más descaradas en exámenes, sin ningún tipo de llamado de atención.

Ahora, probablemente al leer esto usted pensará “esto es simplemente un recuento de algún ñoño resentido del salón, probablemente algún tipo que se enamoró de ella y fue utilizado, o alguna que siempre sintió envidia y no la superó”. Estamos acostumbrados a creer que quien reporta al ladrón, el metido o el sapo, es peor que el mismo ladrón. Esta es una de las fallas más grandes de nuestra cultura: esa admiración por el avispado y desprecio por el que denuncia.

El décimo grado llegó y, leal al mito, fue el año académico más duro del bachillerato. Pero Carolina, quien para ese entonces salía con un tipo diez años mayor que ella, no parecía sufrir la carga académica. El colegio contrató a un profesor primerizo de apellido renombrado entre los científicos del país, quien dictaría clase en décimo.

Los primeros exámenes llegaron y con ello las mismas artimañas para aprobar. Aquel profesor nuevo no se dejó engañar y reportó un intento de copia. El colegio le llamó la atención a Carolina, pero no pasó de ahí. El año siguió su curso y la relación de Carolina con su novio que rayaba los 30 se mantenía estable, siempre y cuando los regalos costosos siguieran llegando. Le enviaba mensajes al beeper (sí, en esa época todavía existía beeper) a diario desde el único teléfono público del colegio asegurándose que tuviera clara la marca de los jeans que quería y que sus papás estaban de nuevo de viaje, así que esperaba verlos en la tarde (al tipo y a los jeans).

Más exámenes, más técnicas nuevas para asegurarse que no la descubrieran. En una ocasión fue una carpeta translúcida de algún color con una hoja llena de apuntes sobre las piernas. ¡Si tan solo esa creatividad no la hubiera desperdiciado para un fin tan deshonesto! Finalmente el profesor se aburrió y nunca sabremos si fue su apellido famoso o su insistencia, pero por primera vez Carolina tenía un proceso abierto: matrícula condicional.

Carolina no era bruta o al menos no creo que lo sea. Aprobó el año y llegó a once. Solo faltaba sobrevivir ese año y repetir lo mismo en la Universidad. ¿O de pronto cambiar? No se. El caso es que no le fue así de fácil. Poco antes de salir a vacaciones de mitad del año escolar, alguien más notó su copia en un examen. Cuando regresamos a clases descubrimos que no había escritorio para Carolina y no se volvió a hablar del tema. No fue una de esas expulsiones escandalosas: los papás llegan a llorar arrepentidos por los crímenes de sus hijos, piden una nueva oportunidad. El niño entra al salón cubierto de mocos, rojo de la ira y cara de orgullo a recoger sus cosas y sus amigos lo lloran acusando al colegio o al profesor “culpable” de tal “injusticia”. No. Sencillamente dejó de ir al colegio. Cinco meses antes de graduarse.

Siempre pensé que eso la hizo recapacitar, pero no. 13 años después de ese comienzo de 2004, cuando Carolina no volvió al colegio, me encontré con su foto en los periódicos en múltiples notas donde contaban como en 2011 fue mula y actualmente estaba casada con el corrupto anticorrupción del país probablemente involucrada en el lavado de la plata del soborno.

Lo del cuento de que la abuela le empacó la maleta no lo creo por un instante. ¡Pobre alma! Que en paz descanse.  

Lo del plan de justificar su inocencia usando el polígrafo tiene todo el sentido del caso. Desde joven sabía cómo manipular y engañar.

Lo de ser culpable junto con su esposo puede ser real. Aunque debo admitir que no estoy de acuerdo con el discurso de que la gente sea culpable de los crímenes de sus familiares, amigos o parejas. El ataque clásico de criticar a Daniel Samper por su tío Ernesto.

Creo que de las cosas más relevantes de esta historia es la ausencia de sus papás. Este colegio privado era pequeño y nunca vi a sus papás en los 4 o 5 años que conocí a Carolina Rico.

"Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él".

Así reza Provervios 22:6, pero en pleno siglo XXI pareciera ser que los papás creen que su retoñito nunca llegará a adulto. Demasiadas veces escuche la frase “a mi lo único que me importa es que mi hijo sea feliz” en entregas de notas, sabiendo claramente que ese adulto con la responsabilidad de educar al menor no había entendido, y probablemente nunca entendería, que esa falta de estructura, disciplina y educación solo aseguraban la infelicidad de su hijo y un potencial criminal más en la sociedad. Son muchos los papás que se condenaron, y que aún hoy se condenan, como muchos Rico Rodríguez, como muchos Moreno Rivera, como muchos Uribe Noguera, al tener que limpiarle las cagadas a sus hijos criminales por el resto de sus vidas.

*El texto anterior me llegó por una fuente que prefiere el anonimato. Sin embargo, confío en su versión y como periodista me arriesgo a compartir este testimonio bajo mi nombre. Además, mientras la lectura avanza, se darán cuenta que el caso de Carolina Rico podría ser el de muchos otros delincuentes de cuello blanco. Para cualquier comentario o duda adicional, dejo mi cuenta de twitter @juandepapel. Sin más que agregar, los dejo con el testimonio.

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