Este mes se conmemoran 40 años del suicidio de Andrés Caicedo, el eterno adolescente famoso por su desenfreno, su imagen caótica en calidad de degenerado, lo increíble de su literatura o el hecho de suicidarse que lo ha llevado a ser sujeto de críticas y calificativos a lo largo de la historia. Abriendo numerosos cuestionamientos en torno a su vida y a este impactante suceso: ¿fue una forma de rendirse ante los problemas que se le presentaban?, ¿acaso era cobardía el no querer vivir más allá del límite?, o simplemente ¿fue una manera de librarse, zafarse de la locura y adelantar el reconocimiento que su obra realmente merecía?
Hayan sido o no estas sus razones para optar por el suicidio, los planteamientos sobre Caicedo van más allá del hecho de quitarse la vida. Hablamos de su inestabilidad, la velocidad frenética con la que vivía, sus memorables aventuras llenas de alegría, destrucción, creatividad, caos, locura, creación, los Rolling Stones, la música, la salsa, la literatura y por supuesto el cine.
De esta manera, podemos ver a Caicedo desde una perspectiva más humana, descubrirlo y llegar a conocer qué lo llevó a tomar dichas decisiones, cuestionarnos acerca de su felicidad, su bienestar; ¿su vida carecía de sentido, o realmente había algún motivo por el cual existir? ¿qué tan agobiante era no ser entendido, ser tildado de desadaptado así se esté luchando por encajar en la normalidad? En algún momento, podremos afirmar que él fue infeliz sólo porque no cumplía con los estándares que la sociedad nos impone, sin embargo, ¿no podemos ser felices sin necesidad de erigir nuestras vidas en torno a aquellos falsos prejuicios que encasillan nuestro ser?
Nuestra existencia debe ir encaminada hacia la felicidad, “el hombre tiene derecho a todo por naturaleza”, derecho a desarrollarse, a alcanzar la realización que todos anhelamos, aquel sentido que le otorgamos a nuestra vida. No podemos negar que Caicedo carecía de un fin, tal vez, su legado para el futuro sería su obra cumbre: ¡Que viva la música! Posiblemente, tener la edición en sus manos significaba haber cumplido el objetivo, haber alcanzado la felicidad.
No obstante, alcanzarla es una tarea compleja. En muchas ocasiones nos vemos agobiados bajo todo el peso de la tradición y el Estatus Quo, la libertad de poder ser como realmente somos se ve truncada por la sociedad y los prejuicios que recaen sobre nosotros, tildándonos de desadaptados y anormales, llevándonos a limites inexpugnables.
Definir el suicidio va más allá de aquel que muere, hablamos del sujeto que hostiga e insta a realizar la acción. ¿Será la sociedad el sujeto pasivo que oprime y llena la vida de suplicios al considerarnos como desadaptados? El juzgar las acciones de Caicedo y someterlo injustamente por ser distinto, porque sus acciones van encaminadas de forma diferente a la realidad, se alejan de los estándares de felicidad que nos imponen y se orientan hacia un contexto distinto, hacia el futuro. ¿Es la sociedad la que juzga nuestra naturalidad y nos obliga a recurrir al suicidio sólo por no encajar en ella?
Sí Andrés se encontraba en una “insoportable perdición” y la sociedad misma lo hostigaba, ¿era libre de encontrar la salida, ese camino a la tranquilidad?, ningún acto de nuestras vidas ha sido predestinado, somos libres, dueños y responsables de nosotros mismos.
No podemos poner en tela de juicio a Caicedo, sus actos no pueden ser juzgados sólo porque son diferentes, porque no encajan en nuestros dogmas. ¿Quién nos dice que el suicidio es malo? Si él, al igual que muchos artistas, encontraron realización, libertad, en esa manera de zafarse de los tormentos, ¿qué nos lleva a criticarlos, a tildarlos de cobardes, sólo por no entender sus razones, por no comprender su causa?