Se sabe y puede demostrarse que ya en la primera mitad del siglo XIX el sitio que hoy es Barranquilla empieza a ser el objetivo natural de una serie de desplazamientos poblacionales desde casi todos los pueblos ribereños del Magdalena, especialmente de los del Atlántico, pero también del viejo Bolívar y Magdalena, que traían a este espacio sus propias manifestaciones musicales y danzarias, sus costumbres alimenticias, sus comportamientos festivos, etc., que además de ser particulares, reconocibles en la huella individual de su expresión, por otro lado formaban también esa unidad triétnica, ese todo cultural también diferenciable y característico del espíritu Caribe, que tuvo su teatro natural y más propicio en las fiestas carnavalescas de la Barranquilla de esa época.
En ese proceso tienen lugar muy especial los aportes que ha hecho el pueblo atlanticense a lo largo de la historia popular del carnaval contribuyendo a redondear ese valor excepcional que tiene nuestra máxima fiesta como obra maestra del genio creador humano. En el marco de la incuestionable significación cultural universal que tiene el Carnaval como esa instancia que requiere el espíritu para su depuración en el contexto de todas las esclavitudes humanas, el Carnaval de Barranquilla logró constituirse en un universo particular de la vida histórica, social, política, económica y cultural del Caribe colombiano, forjada en una libertad creativa excepcional en la que el componente fundamental fue la poliédrica diversidad de ese mestizaje en el que se recrearon vicios y virtudes europeos, la primitiva y mítica picardía indígena de nuestros aborígenes y la poderosa herencia rítmica africana, para elaborar a partir de esos elementos un constructo burlesco, crítico y festivo entrecruzado de raíces, colores, ritmos, bailes, máscaras, atuendos y costumbres, que desde hace casi doscientos años circulan con inusitado frenesí en el imaginario de estas comunidades del Atlántico y de todo el Caribe colombiano, y se expresan como su más sabia y representativa producción simbólica en el Carnaval de Barranquilla.
Porque son muchas las manifestaciones carnavalescas de los diferentes municipios —anteriores históricamente a las de la Arenosa — las que han generado a lo largo de muchos años un proceso dialéctico de flujo y contraflujo, que actualmente se manifiesta de diversas formas. En el Carnaval de Barranquilla, por ejemplo, converge la tradición artesanal de Galapa, con sus máscaras de madera y papel cada vez mejor elaboradas, y el aporte de grupos como la Danza Selva Africana, el Congo Tigre, el Congo Grande, el Congo Campesino, el Afrigalapongo, la legendaria comparsa Los Indios Apaches y sus diversas cumbiambas.
A su turno, Sabanalarga le aporta nada más y nada menos que una de las danzas patrimoniales del Carnaval, la tragafuegos de los Diablos Arlequines, además de la Danza de Los Goleros y la de Negros del Congo.
Otro notable contribuyente es Soledad, con La Cumbia Soledeña, agrupación con más de cincuenta años de magisterio folclórico; la picaresca moderna de Pedro Ramayá Beltrán; los fabricantes expertos de tambores; el frenesí juvenil de Las Perlas del Caribe; la Comedia Reminiscencias; los decimeros de palabra repentista Gabriel Segura y Juan Garizábalo; la Danza del Paloteo; la Danza Imperio de las Aves; sus muchos músicos y cantantes; y la pimentosa butifarra, herencia de las porquerizas españolas de hace 200 años.
Y en este proceso de vasos comunicantes entre el Carnaval de Barranquilla y la región, se registran manifestaciones y procesos culturalmente interesantes en los que Campo de la Cruz, busca convertirse en el epicentro de los carnavales del sur del departamento congregando los pueblos de ese entorno, en donde se cultiva de manera especial la poesía popular de la Décima y hace furor el misterioso disfraz de La Cuerúa.
Por otra parte, desde hace muchos años Santo Tomás organiza uno de los carnavales intermunicipales más multitudinarios y complejos y Baranoa con su Carnaval del Recuerdo y su aporte al rescate de tradiciones festivas en desuso, es un ejemplo de organización independiente y participación comunitaria.
Santa Lucía es otro buen ejemplo de cómo se han reactualizado los cantos y danzas de Pajarito; pero ante todo, hay que reconocerle el rescate de una danza negra de gran expresión bufa como es Son de Negro que se ha convertido en importante atracción de otros carnavales municipales y emblema africano del Carnaval de Barranquilla.
Lo mismo sucede con pueblos como Palmar de Varela, con su Gran Parada Intermunicipal; Luruaco, con una importante población afrodescendiente, ofrece sus Danzas de Congo y sus Fiestas del Rey Momo; Manatí nos regala la extraordinaria vigencia de la cantadora de pajarito y bullerengue Alejandrina Matute y sus semilleros de Sones de Negro. Mientras que Tubará, con marcadas tradiciones indígenas, es reconocido por la elaboración de instrumentos de percusión, gaitas y máscaras y por tres notables eventos: los festivales de la Yuca y del Totumo y el Princesado Mocaná.