Anoche fue inaugurada en la Galería y la Pinacoteca de La Aduana en Barranquilla una inquietante exposición de pinturas de este artista nacido en Barranquilla pero radicado en Bogotá.
El nombre de este pintor barranquillero nos remite de manera insoslayable al de Don Augusto Hanabergh, su padre, violinista, banquero y un extraordinario gestor cultural en la Barranquilla de los años 60 y 70, con notables ejecutorias especialmente en el campo de la música y de las artes plásticas. Eran los días de una interesante agitación cultural que tenía su epicentro en el Salón Cultural del Banco de la República en pleno Paseo Bolívar, en el centro de la ciudad.
El profesor Víctor Camacho Fernández, en una nota publicada en El Heraldo, a propósito de la primera muestra de Hanabergh el año pasado también en Barranquilla, nos recuerda que en la misma sede del Banco de la República que don Augusto gerenciaba (sede actual de la Alcaldía Distrital de Barranquilla), vivía también la familia Hanabergh Amore, y su casa era un punto referencial de la vida cultural de la ciudad; ambiente en el cual creció Guillermo, y en donde tuvo los primeros contactos con la pintura, no sólo a través de la experiencia permanente de unas paredes llenas de importantes obras de arte en su propio espacio residencial, sino porque allí mismo tuvo accidentalmente en un par de ocasiones su taller Alejandro Obregón, de quién Hanabergh Amore recibió los primeros consejos para aprender a “tirar brochazos”, como llamaba el maestro de las barracudas y los cóndores a los ejercicios que le ponía a su pequeño alumno cuando éste era apenas un niño. Un contacto que el artista reconoce como una marca definitiva en su sensibilidad.
En ese mismo ambiente familiar conocería además a personajes como Otto de Greiff, Marta Traba, Gonzalo Arango, Hans Newman, Cepeda Samudio, Meira Delmar, Botero y Grau, entre muchos otros.
Así reconoce el artista las huellas de esos días en su vida y en su sensibilidad: “Desde muy pequeño las cuerdas que mueven mis emociones han girado alrededor del mar, las montañas, el trópico y la naturaleza. Pero fue alrededor del maestro Alejandro Obregón que descubrí el goce de expresarme con color y movimiento. Nunca lo he copiado, simplemente transfiero la impresión de su expresión a mi mente que a veces muestra su técnica (aunque a veces se me cruce Kandinsky, Karel Appel o Miró)”.
Toda esa interesante experiencia vital le ha representado un importante acumulado de historia y cultura, un mundo de referentes conceptuales, visuales, sensitivos que le han servido para llegar a una estética propia y reconocible en su pintura, marcada por un estallido de colores siempre en delirante movimiento regidos por el trazo informal, libre, suelto, lejos de la elaboración académica e intelectual, pero alerta con los peligros de la gratuidad, y guiado también por una concepción del color que gira en torno fundamentalmente a lo que la naturaleza le propone.
Al respecto el pintor agrega lo siguiente: “En este sentido para combinar los colores observo la naturaleza ¿Quién le puede enseñar a ella? Y si encuentro colores asociados en el planeta los copio con mi propio movimiento. Quiero expresar en mi pintura el sentimiento y gozadera de mi pueblo Caribe, su refracción de luz, su música y su coro de colores de múltiples dimensiones”.
Son elementos informales que giran, flotan y se agitan en planos de composición marcadamente abstractos, pero de los que no tienen problema en escapar figuras sugeridas, imágenes entrevistas, colores cargados de sentido. El resultado es una obra abierta cuya impresión puede oscilar entre la sorpresa y el desconcierto y en la que el Carnaval muy pocas veces ha sido expresado en clave de una abstracción fresca, original y distinta.
Carnaval desde arriba es esa visión particular que un artista como Hanabergh, fuera de todo canon, expresa sobre un hecho cultural, un motivo artístico, un referente obligado para un artista Caribe, como es el caso de esta fiesta popular, acerca del cual muchos otros artistas a veces expresan quedándose solo con la anécdota, con el elemento aislado, en la descripción de lo que simplemente se ve, con la valoración del detalle sin contexto. En el caso de Hanabergh Amore, esta expresión pretende ser una visión dinámica, vertiginosa y totalizadora con la que construye una imagen llena de estímulos insospechados para el espectador.
Hanabergh ha expuesto en espacios culturales y galerías de Bogotá, Medellín, Washington, Roma, Kuala Lumpur y Barranquilla.
Una parte de esta muestra seguirá a mediados de marzo para ser expuesta en la vieja estación del ferrocarril de Puerto Colombia, en un acto simbólico que reconectará mediante el vínculo de un carnaval imaginado el viejo muelle olvidado y la vieja Aduana de hoy.