Paradiando la canción de sonora matancera con Nelson Pinedo, El amor de Carmela me va a matar, hoy se puede decir que este gol de Carmelo es para matar en el fútbol. Aunque se habla de la táctica, la posesión o el manejo de balón, el juego de control y los tiempos, la espera en la zona, la presión arriba para recuperar, la salida en desdoble, los toques rápidos al campo contrario, el lanzamiento de balones largos o cruzados en la contra para generar jugadas ofensivas en el arco rival, lo definitivo es la eficacia de anotar más goles que el contrario para ganar el juego.
Así ha sido y será el fútbol desde que lo inventaron los ingleses hasta que la International Football Association Board decida algo diferente para que los juegos no se definan a favor del que mayor número de goles anote, sino por aspectos diferentes como la táctica, la marca, la posesión o cualquier otro detalle. Por ahora y al parecer por largo rato la definición es por el mayor número de goles marcados, por lo cual Borocotó escribió hace un tiempo: en el fútbol los goles son amores y no buenas razones.
Hay goles que provocan éxtasis, histerias o depresiones colectivas. Recordamos los de Brasil en México 70; el de Kempes; los de Valdano y Burruchaga para los títulos mundiales de Argentina. También los que se hicieron sobre la hora final del juego o el llamado minuto de Dios, como el de Pavone a Boca para un título de Estudiantes en el 2006; el de Mackenzie al América para un título del Junior en el 93. Y así podríamos hacer una lista casi interminable de goles definitivos en el fútbol.
En un juego cerrado entre América y Junior por la Superliga 2020 en Colombia, sobre el minuto 82, el arquero Viera en una jugada ofensiva tiró un balón largo a Teo, que la peinó entre dos rivales a un espacio donde llegó Carmelo a espaldas de los defensores contrarios. Y a la salida de arquero la puso fuerte a un costado dentro del arco del América, un gol espectacular y definitivo para ganar el juego y el título de la Superliga.
Amén de dos atajadas fascinantes de Viera para evitar goles del rival que sobre el final presionaba buscando anotar el gol del empate y provocar lanzamientos desde el punto penal. Se terminó el tiempo, el árbitro sonó el pitazo final y Junior campeón.
Este bello deporte, que en su esencia es una metáfora de la vida, genera un gran lenguaje, ya que muchos términos en todos los idiomas se trasladan simbólicamente al fútbol.
La pasión del fútbol es el gol, es el goool.