Comparar al colombiano más universal con un cantante vallenato que impulsó las sandalias y los shorts de bluyín quizá les vuele la piedra, pero tranquilos, vamos despacio.
Para empezar debo irme lejos de Aracataca y del acordeón de Egidio Cuadrado, fórmula vallenata de Carlos Vives desde 1991. Debo irme a un piano de cola y recordar a un inmenso argentino: Fito Páez. La noche del 26 de marzo de 2007 cerca de 4.000 personas llenamos la Plaza de la Aduana de Cartagena para presenciar un homenaje musical a la palabra en el concierto “Y la palabra se hizo música”.
Páez demostró su talento ante el teclado y entonó éxitos que miles de jóvenes celebramos. El contrapunteó clásico de: “¡otraaa, otraaaa!”, no se hizo esperar. Páez obedeció en un par de ocasiones, pero afirmó a su cierre: “ahora viene Carlos y tumbará Cartagena”. De inmediato los rockeros extasiados elevaron su protesta. ¿Cómo era posible que en el homenaje a García Márquez el concierto tuviera vallenato? ¿A quién se le ocurrió que las letras que le dieron rasgos de identidad a Latinoamérica, desde el Caribe colombiano, no las celebrara solo Fito? ¿Cuál descarado asoció Macondo con La tierra del olvido?
Las luces se apagaron y los dedos mágicos de Egidio empezaron a sonar cada vez más fuerte. La mariposa tecknicolor se revistió solo de amarillo. El escenario giró y los músicos de 'La provincia' le dieron más melodías a los versos vallenatos. Los rockeros que abucheaban fueron tarareando canciones poco a poco. Luego, tomaron parejas e hicieron de la Plaza de la Aduana una gran parranda vallenata.
Aquí resulta simplista afirmar que Gabo internacionalizó la literatura colombiana con sus vallenatos en prosa, y como Vives internacionalizó la música vallenata, entonces Vives es el Gabo del vallenato. Pero no, las relaciones son más profundas; eso sí, todas tienen sabor caribe. Gabo le dio musicalidad a sus historias tomando el ritmo de maestros como Rafael Escalona y Leandro Díaz. Vives tomó esas historias en verso y las popularizó para que aquellos que nunca compartieron la lluvia macondiana, que ve Isabel, o la temperatura del “diamante más grande del mundo”, que toca Aureliano Buendía.
Seamos sinceros, si no fuera por Vives, muy pocos colombianos (no caribeños) sabrían que al armadillo es el “Jerre – jerre”. Que el tren es el “diablo”. Que en Badillo hasta los curas pueden ser “rateros honrados” de custodias. Que el genio Leandro Díaz no necesitó de sus ojos para ver “las aguas claras del río Tocaimo” y la sonrisa de la sabana ante el caminar de su Matilde Lina.
En el peor de los casos, Vives interpreta un Gabo para no iniciados. Su público no es el erudito, pero la valiosa labor que emprendió no debe olvidarse. Fiel reflejo de eso son las cuatro millones de visitas que la última versión de La tierra del olvido tiene en Youtube a escasos seis días de su publicación, cifra que puede compararse con la venta de un libro por segundo, durante las primeras cuatro horas, que alcanzó la edición conmemorativa de Cien años de Soledad en 2007.
Gabo y Vives son embajadores para el mundo de las historias vallenatas de nuestra tierra, que gracias a ellos, salió de la soledad y del olvido. Y sí, Vives nunca escribirá algo similar a Cien años de soledad, pero sus interpretaciones son un bálsamo a la memoria. Él y sus músicos son guardianes de las historias de Colombia. Sus canciones son las voces de los juglares y él las mezcla con sonidos nuevos para llevar literatura musical a lugares donde los libros no llegan. El vallenato narrativo quizá, para los puristas, pierda su esencia al dialogar con la batería, el bajo y la guitarra eléctrica, pero el mismo Gabo defiende esos cambios. En una entrevista de 1994 con un destacado alumno de la escuela garciamarquiana, Ernesto McCausland, el único nobel colombiano sostiene desde Cartagena que, aunque hay una “gran influencia comercial”, el vallenato nuevo es “tan legítimo como el de los juglares. A mí lo que me preocupa […] es la tendencia que hay hoy de academizar el vallenato, pa’ decir cuál es legítimo, cuál no es y cuál sí es. Eso es lo que le critico yo a la Academia de la Lengua, que […] tiene preso el idioma. Es una academia de policía que agarra las palabras y las que no están ahí adentro: esas no se pueden usar. No podemos hacer lo mismo con el vallenato. El lenguaje lo hace la vida, lo hace la calle y el vallenato lo está haciendo la gente”.
Gabo recuerda, para defender lo que él llama la “evolución” del vallenato, su pugna de siempre con la rigidez académica del lenguaje, distinta a la improvisación del verso vallenato que tanto enriquece la lengua. Y si uno de los máximos representantes del folclore colombiano lo presenta, al menos debemos pensar que los cambios aportan a nuestra cultura, por ejemplo, desde la sabrosura de bailar vallenato en cualquiera de sus presentaciones. La tarea es bailarlo bien o, como lo dice Gabo, podríamos matar el vallenato: “cuando yo conocí el vallenato era verdaderamente un sacrilegio bailar el vallenato. La parranda vallenata […] es en un sitio alrededor de los cantantes. Toman mucho trago, se están días, se están años, mientras ta’ el sancocho […] pero es para oír: no se baila. Ahora se empezó a bailar, ¿qué vamos a hacer? Por lo menos que aprendan a bailarlo bien […] con los conjuntos, ya electrónicos y todas estas cosas, pues bueno, esa es una evolución del vallenato que se vuelve vallenato bailable […] es que las cosas siguen viviendo. El día que eso no sucede: se murió”.
Pdt. Hágase el favor de escuchar la entrevista completa, pero si tiene que leer mucho, está muy ocupado y no le gusta el video o el audio, adelante hasta 9’ 45’’ y viva el final del cuento aquí:
@faroukcaballero