La Galería El Museo de Bogotá tiene una bella retrospectiva de Carlos Rojas (1933-1996). Con el tiempo su trabajo mantiene el rigor de su temperamento. Intelectual universal que siempre buscó lo sagrado en las estructuras, siempre analizó el universo de las galaxias o buscó secretos lo cercano microscópico, siempre fue un jardinero increíble porque le encantaba el campo, las ventanas de las casas campesinas, las hojas y los árboles.
En la muestra, vemos su comienzo con dibujos a lápiz de recipientes donde se observa una línea segura sobre papeles superpuestos. Ya en 1960 entró a realizar collages pensando en el Cubismo Sintético de Picasso o Braque. Carlos Rojas buscó una interpretación de las diferentes texturas de las telas con formas cuadradas sobrepuestas —que más tarde pintó en sus verticales y horizontales—. En esta ápoca exploró las superficies y el color mientras trató de salir a un lenguaje más nuevo que Mondrian se lo mostró desde otra geometría.
En 1960, desaparece para siempre de su trabajo la línea curva, encontró en el formato cuadrado su forma, la línea recta y severa es manera de ser que entró a ser parte de un lenguaje que recreó en fondos sellados y casi monocromáticos.
En los setenta se compromete con el hombre americano, busca desde ese complejo sentimiento pintar sobre tela series como El Dorado en la que exploró la mística de los comportamientos religiosos donde el oro era el material que usaban en sus manifestaciones buscando su Dios. Ese compromiso con la tierra americana fue su más profundo credo. Que pintó en sus series Paralelos y Horizontes. Mundos de una geometría de franjas que, con exactitud llega a la una dinámica de una abstracción poética.
En la década de los ochenta realizó su serie Mater Materia donde abandona la línea para buscar una abstracción en la pintura atmosférica con ensayos en técnicas mixtas. Buscó acá destellos de luces astrales, mundos insospechados o muros blancos llenos de misterio con texturas profundas. Son, sin duda, realidades donde se presiente ese complejo espíritu lleno de preguntas sin respuestas.
Carlos Rojas buscó la materialización en sus investigaciones y la encuentra en los años noventa cuando deja la tela y pasa, al estilo de la rusa- norteamericana Louise Nevelson, a construcciones realizadas con maderas encontradas. A cada pieza le encuentra un orden sublime. De lo superfluo desechable como barras de muebles, retazos de mallas, latas heridas llega a crear otro mundo visual.
Tal como lo dice un abogado en el libro de Antonio Tabucchi, La cabeza Perdida de Damasceno Monteiro:
Yo defiendo a los desgraciados porque soy como ellos, esa es la pura y simple verdad. De mi ilustre estirpe utilizo el patrimonio material que me han dejado, pero, como los desgraciados a los que he defendido, creo haber conocido las miserias de la vida, haberlas comprendido e incluso asumido, porque para comprender las miserias es necesario meter las manos en la mierda, perdóneme la palabra, y sobre todo ser consciente de ello.
Eso hacía Carlos Rojas mientras pensaba en la situación colombiana.