Carlos Pizarro
Opinión

Carlos Pizarro

Sí, hoy hace 30 años nos mataron a Carlos

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abril 26, 2020
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Sí, hoy hace 30 años nos mataron a Carlos.

Quienes aquel día tenían 15 hoy tienen 45, quienes 10, 40, los que apenas estaban naciendo ya son mujeres y hombres adultos. Ni qué hablar de los jóvenes que hoy tienen 15 o 20. A estas alturas, más de la mitad de los colombianos no recuerdan a Pizarro en vida, mejor dicho, no lo recuerdan vivo.

Y eso que han pasado, tan solo, 30 años. Tres décadas que parecen siglos que se tropiezan entre las nostalgias y las añoranzas de quienes lo queríamos, pero que en la realidad, frente al largo transcurrir de la historia, son no más que tres minutos de recuerdos y de olvidos en una nación que no ha logrado liberar, del todo, sus esperanzas de las garras insaciables de la violencia.

Cada vez, con más frecuencia, me duele observar que de Carlos solo va quedando, en la memoria de la gente, la escuálida versión de que fue el jefe del M-19 que murió asesinado en un vuelo de Avianca después de haber firmado la paz.

Y es cierto: Pizarro firmó la paz y lo asesinaron mientras viajaba en un vuelo comercial entre Bogotá y Barranquilla. Pero allí no se agota la vida de Carlos; su vida, su pensamiento, su carácter, su legado, constituyen una obra mucho mayor que sus últimos minutos, que el escuálido recuerdo en el que hemos venido desvaneciendo su historia.

Y eso que nos ocurre con Carlos, también lo percibo en los recuerdos que nos van quedando de Luis Carlos Galán, de Bernardo Jaramillo, de Álvaro Gómez y, en general, de los líderes más importantes que nos han matado. Sí, de los líderes más importantes, porque a los más importantes nos los han matado.

Es que recordar a nuestros líderes asesinados en razón de sus asesinatos, exclusivamente, termina haciendo de nosotros una estirpe resignada que exorciza sus pesares a punta de creer que cumple con su deber porque los exalta en una especie de martirologio plañidero, cuando en realidad estamos enterrándolos en el olvido y, de paso, perdiéndonos de sus ejemplos y sus enseñanzas valiosísimas.

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Carlos no entregó su vida en el momento de su muerte, ya se la había entregado a Colombia y a sus ideas desde mucho antes

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En el caso de Carlos, desde lo hermanos que fuimos, puedo dar fe de que su vida fue mucho más importante que su muerte. Es que Carlos no entregó su vida en el momento de su muerte, ya se la había entregado a Colombia y a sus ideas desde mucho antes, desde cuando su adolescencia, apenas, comenzaba a entregarle la posta vital a su hombría.

Sin embargo, esta pauperización de nuestra mirada histórica no debe sorprendernos.

¿Por qué habría de sorprendernos si dejamos pasar, como si nada, que desaparecieran la cátedra de Historia de nuestros colegios, desde hace más de cuarenta años?

¿Por qué habría de sorprendernos si dejamos que desde el Estado, la academia y los medios de comunicación fueran cambiándonos el concepto de Historia por eso que ahora llaman Memoria Histórica, que reduce y focaliza su universo al inventario de las tragedias de los hechos de violencia y de las víctimas, dejando de lado las reflexiones urgentes sobre los aspectos sociales, económicos, políticos, éticos, tecnológicos?

A veces da la sensación de que la captura de la Historia por parte de las ONG ha hecho que sea más rentable mostrar charcos de sangre que análisis históricos, que sea más lucrativo tomar hechos de escogidos de la realidad para provocar dolor que para producir experiencia.

No me cabe la menor duda de que no debemos seguir aplazando el rescate de la Historia, liberándola de los límites estrechos de la Memoria Histórica.

Por lo pronto, en el rescate de la historia de Carlos, sé que vienen en camino dos libros que espero leerlos con deleite. Vera Grave está escribiendo una biografía de Pizarro que, conociendo la inteligencia, el corazón y la pluma de La Mona, estoy seguro de que será magnífica. Y Rafael Pardo está escribiendo uno sobre el proceso de paz con el M-19, en el que Carlos y él fueron los protagonistas, también estoy convencido de que será muy bueno.

Mientras tanto, en el camino, yo seguiré recordando a Carlos y pensando en su vida. Cada vez admiro más algunos rasgos de su personalidad cautivante y desbordante: era muy libre para pensar, no se dejaba encarcelar en parámetros ideológicos de ningún tipo. Era valiente como el que más y siempre ligaba su valentía a un sentido estético que le permitía vivirla y desplegarla con huellas de una enorme ternura.

Carlos fue un poeta que hizo hasta lo imposible para escribir su poesía en la página de su propia vida.

 

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