"A uno no se le puede endurecer el corazón. Hablar con ellos, conocer sobre desplazamiento, secuestros, asesinatos y, que aun así, lo den todo por salir adelante. Es de admirar”.
Su padre, José Domingo Navarro Torrado (Don Cheo), profundamente enamorado, ideó hace más de 60 años en Ocaña, Norte de Santander, un plan con ayuda de sus compañeros de trabajo del ya desaparecido Banco de Colombia, que inició sigilosamente a las 4 de la mañana con el escape de su enamorada.
Apenas una hora después, un sacerdote investía de solemnidad divina un compromiso que Don Cheo respetó hasta su muerte. De este matrimonio nacieron 7 hijos.
Afortunadamente Don Cheo poseía gran habilidad como comerciante, así que no le fue difícil convencer al sacerdote rector del colegio, monseñor Pacheco de Ocaña, de otorgarle un descuento bastante significativo por matricular a sus 7 hijos en aquella institución. Nada pudo refutar el clérigo ante la exposición que hizo sobre la teoría de oferta y demanda este padre de familia, decidido en ofrecer a sus hijos una buena educación.
Uno de los niños favorecidos por este acuerdo era Carlos Eduardo Navarro Soto, quien es el protagonista de esta historia.
“Sin saber cómo llegó mi hoja de vida allá, me presenté el miércoles, y el sábado ya era docente”.
Con un entusiasmo desbordante, Carlos Navarro realizó el examen de admisión para ingresar a la Universidad Nacional en tres oportunidades, pero no lo logró. Luego, con un pesimismo igualmente desbordante, decidió someterse al examen por cuarta y última vez, siendo en esta ocasión aceptado por la Facultad de Artes para estudiar Diseño Gráfico.
“Finalizando la carrera llegaron los primeros computadores a la universidad. En ese momento inició una transición del diseño tradicional, al diseño digital, transición de la cual no fuimos parte”…
En respuesta a este nuevo escenario Carlos llevó como estandarte su creatividad para sortear el campo de batalla laboral que ahora iniciaba. “Entendí que la creatividad no se activa con un computador. Aún, en estos tiempos tan modernos, no puedes sentarte frente una máquina y esperar que dibuje, eso debes hacerlo tú, con lápiz y papel, pero antes, estás obligado en apelar a la creatividad”.
Esta determinación infranqueable lo llevó a ser reconocido y desempeñar diferentes trabajos en Bogotá, pasando por editoriales como Oveja Negra, campañas políticas como la de Andrés Pastrana por la Alcaldía de Bogotá, o diseñando piezas para Coca Cola. Incluso el emblemático restaurante Mister Lee lo contrató para crear su nueva imagen corporativa.
Mientras su carrera se fortalecía en la capital, este ocañero debió viajar de regreso a su casa paterna, pues Don Cheo sería sometido a una operación ocular. Como ocurre en las buenas familias, los 7 hijos acompañaron a su padre durante el procedimiento y la recuperación. Luego, uno a uno fueron retomando sus caminos, algunos, lejos del hogar.
“En ese momento decidí prolongar mi viaje una semana, quería acompañar a papá y mamá un poco más. Desde entonces han transcurrido 17 años, y de poder retroceder en el tiempo, lo volvería hacer, me quedaría en Ocaña de nuevo”.
Sin saber cómo la hoja de vida de Carlos llegó a la Universidad Francisco de Paula Santander seccional Ocaña. En ese momento fue contactado por Nahún Sánchez, director de Bienestar Universitario, con la intención de ofrecerle a su cargo una materia electiva llamada “Publicidad”.
“Me presenté el miércoles, y el sábado ya era docente. Esto fue una experiencia nueva para mí, que ya suma 17 años”.
Carlos recordó cómo fue su paso por la Universidad Nacional como estudiante. Un mundo en el que podía salir de las aulas, ingresar a la cafetería e incorporarse de lleno en conversaciones profundas, con los mejores pintores, escultores, músicos, diseñadores, arquitectos etc… con que contaba el país en ese momento. “El hecho de ser docentes y personalidades reconocida, nacional e incluso internacionalmente, no los hacía inalcanzables para los alumnos, permitiéndonos en cambio, aprender mucho de ellos”.
Replicando estas experiencias, su electiva se convirtió en una de las más solicitadas, llevándolo a tomar diferentes grupos, dar clases en la Escuela de Bellas Artes de Ocaña y, finalmente, ejercer como docente del programa de Comunicación Social en aquella universidad.
¿Cómo llegó a plasmar de esperanza a jóvenes universitarios en el Catatumbo?
Si bien el foco poblacional de la universidad es el Catatumbo, por su ubicación geográfica, también atiende estudiantes de zonas como el sur del Cesar, sur de Bolívar e incluso, los llanos orientales. Todas esta regiones con un una triste caracterización, la guerra.
Así, con aulas repletas de diversidad cultural, social, económica y, de incontables problemas flagelantes amparados en el interior de los estudiantes, Carlos empezó su tarea de educar.
“Muchos estudiantes en silencio llevaban pesadas cruces sin la esperanza de alcanzar la redención. A ellos nadie les dijo que el duelo puede llevarse con dignidad, y con el tiempo superarse, aun así lo daban todo por salir adelante”.
Según el profesor, estos sentimientos forzados por el conflicto fueron emanando en las aulas de forma espontánea durante sus clases de diseño, fotografía, expresión y electivas. Los trabajos finales de los alumnos, que en algunos casos eran expuestos de forma pública, relataban terribles historias sobre desplazamientos, secuestros, asesinatos, problemas familiares, y hasta dificultades económicas que rayaban con el hambre.
“Entendí en ese momento, que más allá de formar profesionales, debía formar seres humanos capaces de afrontar un futuro duro, pues la academia brinda herramientas, pero no lo da todo. Para ellos es la alegría de ¡me voy a graduar!, pero al tiempo está la pregunta, ¿qué voy hacer?, es la alegría de tener un trabajo, pero quizás mañana ya no. Paradójicamente aprendí de mis alumnos lo que debía enseñarles. Que la vida es eso, un carrusel de experiencias nuevas, todas con la capacidad de dejarnos una moraleja positiva, a la que debemos contestarle con una sonrisa y mucha humildad”.
Su posición de profesor, consejero, amigo, y autoridad para reprender de manera contundente las malas decisiones de los jóvenes, provocó que los paseos con Don Cheo fuesen interrumpidos cada vez con mayor frecuencia. Pues los estudiantes decidían cruzar la calle para saludar a un docente universitario, y no, para evitarlo, algo que por sí solo ya es un fenómeno, en el marco de una sociedad carente de valores.
En cambio Don Cheo era compensado por su paciencia, ante la interrupción de sus caminatas diarias, con el abrazo de un joven, o el beso en la mejilla dado por alguna jovencita. Él no los conocía, pero sabía que las muestras de afecto que le brindaban constituían en un agradecimiento extenso por el hijo que formó.
Dentro de la cultura judía, permanece latente la frase: “quien salva una vida, salva al universo entero”, plasmada en lo que ellos denominan la “Medalla de los Justos”.
Cita que encaja perfectamente en Carlos Navarro, quien como profesor direcciona a jóvenes lesionados por la guerra, condenados a arrastrar los despojos que ella deja: depresión, trastornos por estrés postraumático, neurosis, sentimientos suicidas, y hasta personalidades agresivas.
Nadie se lo pidió, pero él se enfrentó a esto, equipado únicamente con la nobleza que caracteriza no solo a Carlos, sino a cualquier Navarro Soto en aquella ciudad.
De forma sencilla y un poco tarde, los agradecimientos empezaron a llegar. Los trabajos de los estudiantes que eran expuestos al público, en los que anteriormente irradiaban sus peores tormentos, ahora lo toman a él como inspiración. Quizás este fue uno de los primeros síntomas que nos advirtió que algo positivo estaba sucediendo.
Es así de simple como se puede medir algo inmedible, como el impacto social de un solo hombre, en una generación joven.
“Marginados por el ego”
Uno creería que los inevitable y sencillos reconocimientos públicos impulsados por los estudiantes para exaltar la labor social de Carlos, significaría un mensaje claro para la universidad, o por lo menos de fácil interpretación para los encargados de “gerenciar” la carrera de Comunicación Social —por aquello de la hermenéutica—.
Pero no. Gradualmente sus horas cátedras han sido reducidas a un mínimo inaceptable, sin aparente justificación.
Aun así, la genialidad de este hombre no se apaga, tal como él lo enseñó en clase: “la vida es un carrusel de experiencias nuevas, todas con la capacidad de dejarnos una moraleja positiva, a la que debemos contestarle con una sonrisa y mucha humildad”.
La altivez que genera el lograr un estatus con algún cargo público dentro de una universidad es hasta cierto grado entendible, pero que sus egos los marginen al punto de privar a los estudiantes de una experiencia académica única, es aberrante.
Este diseñador nunca pidió ser docente, pero ahora, quienes aprendieron de él, piden que lo dejen enseñar, pues para ello es esencial un “profesor”.