Hay dos formas de ver el mundo.
Aquella discusión cuyo origen es Grecia y cuyos Artífices son Platón y Aristóteles, aquella discusión que ha manchado de sangre y de gloria a Occidente, aquella tradición o aquella disputa, aquella vieja y podrida confrontación entre dos formas de interpretar la realidad: por un lado, Platón con la metafísica, y por el otro Aristóteles, con la Física o estudio de los fenómenos.
En pocas palabras, la metafísica encuentra la verdad en lo trascendente, como, por ejemplo: el mundo de las ideas donde todas las cosas son una y donde la eternidad es la eternidad y no el trozo destrozado que en nuestro vocabulario designamos tiempo. Otro más, Dios es una obra metafísica, puesto que, ¿Quién puede definir a Dios? Hasta ahora, ni siquiera Santo Tomás o San Agustín se animaron, y de vigor intelectual no carecían, a dar una definición de qué es Dios. La metafísica, definida por Schopenhauer es un ejercicio para comprender la cosa en sí. Lo que no podemos con lo sentidos lo entregamos a la metafísica: el paraíso, dios, la música, el alma, el espíritu, etc.
En cambio, la interpretación Aristotélica, igual de dudosa que la anterior, propone la interpretación de la realidad ya no en la esencia de las cosas, su sentido trascendente, sino en lo concreto, en la superficie, en los fenómenos mecánicos de la naturaleza, como la física o la matemática. Han pasado milenios, sabrá dios cómo piensan en oriente, pero en occidente seguimos, infatigablemente, quizá, sempiternamente, debatiéndonos bajo la misma sombra de estas dos perspectivas: la metafísica y la física.
Dicho lo anterior, procedo a sentenciar: Carlos Mayolo nació platónico, mientras que Víctor Gaviria se inclinó por Aristóteles. El primero se decanta por una interpretación metafísica del mundo, de ahí sus dos largometrajes de ficción: Carne de tu carne (1983) y La mansión de Araucaima (1986). Mientras que Víctor Gaviria, menos mágico y menos supersticioso, menos trascendente, filma lo concreto, la superficie.
Los temas de Mayolo, en Carne de tu carne el incesto y el canibalismo. En la Mansión de Araucaima la joven corrompida por una clase social en decadencia. En la primera película, de una cámara inmóvil y contemplativa, aunque suene redundante, de primeros planos, Mayolo busca centrar toda la interpretación de la realidad en la trascendencia de una imagen. Mayolo en lugar de mostrar la superficie de la violencia, poniendo muertos y muertos como prendas mojadas en un tendedero. La decadencia en Mayolo se reduce a una imagen, a un plano, si se quiere a una secuencia configurado por varios primeros planos donde un hombre de raigambre conservadora opta por desfogar su furia en un pavo marica, véase la secuencia:
Mayolo, por decirlo de algún modo, prescinde de los cadáveres. ¿Esa mierda pa' qué? Lo imagino diciéndose a sí mismo. En lugar de mostrar el conflicto en una cruda balacera entre liberales y conservadores, centra toda la confusión en el pavo. Digamos que el pavo, es un pavo alegórico, un pavo trascendental (será que a un pavo se le puede dar tanta importancia, da igual), en todo caso ese pavo marica juega un papel importante, es el mejor actor de la película, hay que ver todo el odio contenido en una sola imagen. Eso es cine, sintetizar la violencia con un solo recurso visual: un pavo que le vuelan la cabeza de un escopetazo. La metafísica, en este caso, la podemos ver en que Mayolo dispone el pavo como un elemento trascendental, digamos, ya no es un asunto concreto, no es un pavo real, deja de ser eso para convertirse, como el bicho de Kafka, en un elemento de carácter metafísico, que impele la violencia, cuestiona el sentido de la violencia destrozando lo sagrado de un tiro. Mayolo tiene mucho de Buñuel, ambos son ateos, pero con un hondo sentido espiritual, metafísico, del cine. En La mansión de Araucaima, la decadencia se filma en interiores (no en ropa interior), dentro de esta mansión conviven el bien y el mal, y la presunta Virginidad de la muchachita que llega, no es más que una excusa para mostrar el carácter Sagrado y Profano del sexo. El sol también se presta para el delirio. Esa luz amarillenta.
Por otro lado, Víctor Gaviria, no lo veo como un autor de primeros planos, que pueda centrar todo el universo, o por lo menos todo el sentido de algo en una sola cosa, como Mayolo que muestra la violencia bipartidista con un pavo. Gaviria, a diferencia de Mayolo, precisa de filmar la decadencia en un lento progresar. Veamos el caso de la que para mi es la mejor película de este, Rodrigo D: No futuro (1990). En esta película, podemos ver superficies, palabras, música Punk. Cuando hablo de superficie no se entienda por superficial, la superficie es la contemplación de fenómenos, donde la “metafísica” o la “espiritualidad” se ven barridas por el encadenamiento de hechos concretos. En lugar de un pavo, Víctor Gaviria opta por música Punk e imágenes de la ciudad para condensar su visión de la violencia. El Punk entrelazado con las imágenes minimalistas sintetiza la violencia, la condensa, porque, el Punk en sus inicios fue eso, canciones cortas y contundentes, como una puñalada en el pecho. Así es Gaviria para mí, el problema no está en filmar lo inasible, sino en filmar la decadencia en su superficie, en su sentido más puro.
Si me dan a elegir entre Gaviria y Mayolo, diría que a ambos los separa un océano: su visión de mundo. Gaviria es concreto mientras que Mayolo es metafísico, de ahí el delirio, de ahí que muestre la decadencia en el incesto y en interiores, de ahí que se entienda más con Polanski y Buñuel y que Víctor se entienda mejor con los italianos: Visconti, De Sica, Rossellini. Cada uno filma la decadencia a su modo, y como los separa un océano, invito a naufragar en cualquiera de los dos.