Carlos Mayolo y Roman Polanski, entre el delirio y la paranoia

Carlos Mayolo y Roman Polanski, entre el delirio y la paranoia

En la búsqueda de un terror propio e influenciado por la atmósfera de películas como 'Repulsión' del polaco, el caleño creó un género único: el gótico tropical

Por: Richard Alexander Galvis Gutiérrez
enero 10, 2020
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Carlos Mayolo y Roman Polanski, entre el delirio y la paranoia

Hace mucho, cuando aún el crimen de la edad no me había contaminado con torpes opiniones, cuando me sentaba ante el televisor a degustar, sin pretensiones, las imágenes que solas no son nada pero que en movimiento (34 o 35 imágenes por segundo) se transforman en oro o en mierda, según quien las hace y para qué se hacen. En ese tiempo mi papá me invitaba a ver en las noches la televisión, creo que (digo creo, porque el recuerdo es falsario) vi por primera vez, en Señal Colombia, Carne de tu carne (1983). Al verla por primera vez fue como perder la inocencia, miento si digo que no la disfrute, pero miento doblemente si digo que la entendí. Solo recuerdo que sentía placer al ver a Adriana Herrán medio desnuda, medio niña y medio perversa. Ya ha pasado mucho desde eso y, sin embargo, a pesar de los años que me abrazan (o abrasan) no logro entenderla.

Y es que Mayolo es inentendible, yo no creo que el cine de Mayolo, salvo en un primer momento (Oiga vea, 1971; Agarrando pueblo, 1977), deba ser entendido. En sus inicios, cuando militaba en el partido comunista, creo que sus intenciones eran más diáfanas por lo concretas. En Oiga vea, muestra la realidad de los VI juegos panamericanos en una Cali ardiente de miseria que amainaba su horror haciendo pensar a los otros (los extranjeros) que lo de ellos no era la pobreza ni el horror sino la celebración y la vida digna. El documental tiene como objetivo destrozar la perspectiva de los juegos como una manifestación de unión, de ahí el contraste entre la voz del presidente, diciendo que los juegos reunían a todo el pueblo del Valle, y la imagen de las personas aferradas a las rejas, que miran los juegos desde las grietas, como algo lejano. Una imagen que contrastada con la voz (me pongo marxista) sirven como una dialéctica, ya que enfrenta dos posiciones y las superpone, la de los que están dentro de los Juego y los que están fuera.

Siguiendo los pasos de Mayolo no se pueden olvidar los zapatos de Luis Ospina. Ospina, cuyo trabajo era darle orden al caos creativo de Mayolo. Ospina y Mayolo filmaron Agarrando Pueblo para mostrar la monstruosidad que los cineastas de su generación hacían con la pobreza de los pobres (¿hay pobres en Colombia todavía?) colombianos. Entre ambos firmaron el manifiesto ¿Qué es la pornomiseria?, donde denunciaron a esos cineastas que cual vampiros chupaban la miseria con las cámaras para alimentar luego los corazones ávidos de compasión de los norteamericanos o europeos; pobres corazones que laten viendo las caras sucias y los niños pobres (la pobreza es redundante). Esto en las primeras películas.

Después, cuando Mayolo para dirigir prescindió de Ospina (no para montar las películas) las películas de Mayolo dieron un vuelco. Esa realidad que un principio sirvió para ser criticada, ahora sirvió, además de para ser criticada, para ser deformada por medio del delirio. El delirio que todo lo exagera, y que se da en la febrilidad, las cosas no son lo que son ni son lo que parecen. Un enredo, una tuerca en una cuchara para unir las partes, una mujer (no trans) con cabeza de hombre y pezuñas. En fin, el delirio es la duda de los que vemos, la desconfianza que sentimos cuando el espejo nos devuelve la imagen destrozada de lo que somos. ¿Qué somos y dónde estamos parados? Eso lo cuestiona el delirio. La realidad es una imposición del hombre, no una verdad implacable. La verdad puede ser el delirio, la verdad puede ser una mentira bien echada. Y como la verdad es tantas cosas juntas se anula por sí misma. En Carne de tu carne la exageración está en el incesto (dos hermanos que literalmente se comen) y en el canibalismo. Las escenas febriles cuando el muchacho penetra a la niña y se le viene esa carga de la familia encima, con todos los recuerdos bochornosos, intensificados por la disposición del escenario, un plano general donde se ven muchos monstruos específicos, todos juzgando, todos difusos en difusas nubes con una luz cegadora, todo irrealidad, todo delirio, un mundo truncado por una conciencia llena de fantasmas. Cómo puedo hablar o tararear cosas lineales al hablar de Mayolo; no se puede querido lector. Ya en La mansión de Araucaima, ya no es el incesto, ya es la mujer fatal (no la mujer fatal del cine norteamericano, que triunfa al final) que se autodestruye y logra destruir una mansión ya de antemano derruida. La Machiche, esa mujer que ya entrada en años siente una envidia profunda por Ángela, la jovencita de hermoso porte que porta en sí todo lo que ha destruido a las clases sociales altas: el deseo, el erotismo, los instintos. Eso está en Visconti, véase La caída de los dioses, donde una familia con una fábrica se ve destruida desde adentro, pocas veces se ve la cámara salir del amplio salón de estrechas miras, de los cuartos, donde el joven que hereda la fortuna, gracias a una infatigable atracción sexual lleva a la ruina los proyectos financieros. Además, tanto Visconti como Mayolo aman los espejos, el espejo no refleja la verdad, el espejo muestra la hipocresía de lo que es real, ya que solo muestra una superficie, la verdad está de algún modo en los sueños y en el delirio.

Por otro lado, Polanski, el apasionado y lúcido Polanski. Mayolo toma mucho de Polanski, tal vez porque Polanski representa para Mayolo lo que como cineasta quiso llegar a ser: un cineasta delirante. Se puede afirmar que, a diferencia de Polanski, Mayolo filma el delirio de la provincia, mientras que el primero filma el delirio de las grandes ciudades. De lo anterior deriva que Mayolo incluya un pensamiento mágico, donde aparecen borrosos los mitos del Valle del Cauca, donde el mundo mutilado por la razón se ve enriquecido por lo extrasensorial y tradicional. Polanski, por su parte, no concibe el delirio como enriquecimiento de la realidad, sino como una lucha constante contra la realidad, destruir la realidad para Polanski es entrar de cabezas en el mar de lodo de la paranoia. Polanski en varias de sus películas desconfía de lo que es real. En El inquilino (1976), una película brutal sobre el doble (doppelganger), Polanski interpreta al personaje principal, dicho personaje piensa que la gente que vive en el apartamento está tratando de convertirlo en la mujer que abandonó el cuarto donde él fue a vivir, esta mujer intentó suicidarse. El personaje, un polaco, empieza a tener pensamientos paranoicos. La realidad pierde su consistencia, el hombre ha tocado con los puños las entrañas babosas de la realidad, y qué ha tocado: la locura. El delirio, en caso de Polanski, es más real.

No lo digo porque sea mejor filmada, aunque sí lo digo porque Polanski muestra las consecuencias del delirio, confrontando el delirio con lo real. Mayolo, por ser colombiano, además de valluno, no veía el delirio con temor, como sí lo ve Polanski. No veía el delirio con temor porque la realidad de nuestro país es mucho peor, mucho más monstruosa que el delirio. Polanski, más europeo, ve el delirio como un bicho que quiere destruir el cartesianismo, la razón. Polanski es reservado, más elegante, más temeroso y mucho más complejo, por lo contradictorio, se ampara en el delirio a la vez que le teme. Mayolo se aferra al delirio, todo en él es delirio, por algo perdió la nariz.

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