La madrugada de miércoles 17 de noviembre del 2021 fue la peor que vivió Carlos Mattos. En ese momento todas sus pesadillas se hicieron realidad. Se le notificaba, desde España, que la estrategia que había implementado en los últimos tres años, la de apelar a su nacionalidad española para escapar de la justicia colombiana que lo buscaba por el soborno a un juez. Es que Mattos se acostumbró a todo menos a perder.
Hijo del algodonero y ganadero vallenato José Bolívar Mattos Lacouture, hermano de Alfonso Poncho Mattos, representante a la Cámara y Senador por el partido conservador y del empresario Jorge Mattos. Estudió en Medellín en el colegio Jorge Robledo y luego estudio Industrial Management en Lowll University en Estados Unidos e hizo una maestría en Administración de empresas en Babson. A mediados de los años setenta regresó al país y se dedicó de lleno a lo que siempre había soñado: los carros.
La apertura impulsada por el gobierno de César Gaviria abría una gran oportunidad. Mattos tenía en mente una gran importadora de carros. Haciendo gala de su arrojo, Mattos viajó a Seúl y conoció a Chung Mong Koo, presidente a nivel mundial de Hyundai y lo invitó a Colombia. Un mes después estaban los dos en una cancha de golf en Barranquilla firmando el contrato que lo dejaba como el único hombre que podía comercializar una marca hasta el momento desconocida en el país.
En 1993 Carlos Mattos, una persona sin nombre en el negocio, irrumpió con espectacularidad en el Salón del Automóvil en Bogotá. Se presentó acompañado de un equipo de relaciones públicas encabezado por la exreina nacional de la belleza, María Teresa Egurrola. El éxito fue arrollador: vendió 289 carros de una marca desconocida. Dos décadas después, Hyundai llegó a estar entre las 50 empresas más grandes del país con 1.600 empleados directos, 58 concesionarios activos y 87 vitrinas de distribución. El salto que dio la empresa fue espectacular. En 1995 las ventas llegaron a estar en $12.000 millones. En el año 2000 llegaban a los $127.000 millones; Mattos se craneó el gran negocio de los taxis que dispararon las ventas de manera exponencial hasta llegar en 2015 a los $7.7 billones.
Carlos Mattos comenzó su vida de magnate: un jet privado –valorado en USD 15 millones- y residencias en Madrid, Miami, Cartagena y un islote en la ciénaga de Cholón, dentro del Parque Nacional Natural de los Corales del Rosario y de San Bernardo que le ha traído problemas con el Ministerio de Ambiente, ya que uno de los muelles de la casa perjudica al manglar. En Europa se supo rodear y su esposa, Loretta Celedón, se transformaba en una socialité, gran anfitriona especialmente en Cartagena con invitados habituales como el rey Simeón II de Bulgaria y su esposa Margarita Gómez-Acebo. Además hasta hace un mes tenía una página web donde mostraba todas las hazañas.
El menú competía con el de los grandes restaurantes como blinis con caviar y raviolis de langosta con salsa de champaña; magret de pato y filets du sole au beurre blanc. Lujos de gran vida que lo llevaron hasta filmar un video apologético que hizo parte del programa español 21 días de lujo, que al final le generó tantos inconvenientes que lo hizo retirar de la web.
Pero los negocios con los coreanos –quienes le concedieron en 7 oportunidades el reconocimiento como mejor distribuidor del continente- comenzaron a desmoronarse. A la devaluación del peso se le empezó a sumar las quejas que llegaban desde Seúl porque el mercado colombiano se centraba solo en la venta de autos para servicio público para responder a su oferta a los taxistas. En el primer semestre de 2015 por primera vez Mattos reportó pérdidas que lo debilitaron y Juan Eljuri empezó a dejar ver hacia dónde marchaba.
A Mattos lo tomó por sorpresa el golpe coreano después de haber trabajado a fondo por lograr el TLC entre los dos países. Pero estaba seguro que al final ganaría. Armó un gran equipo jurídico. Para adelantar las acciones comerciales en contra de la casa matriz de Hyundai contrató a la firma Salazar, Pardo y Jaramillo; por los casos de competencia desleal e inducción a la ruptura de contratos se fue con el bufete de Néstor Humberto Martínez –quien renunció antes de explotar el escándalo- para los procesos por integración no reportada contrató a Ibarra Abogados y Jaime Granados lo asesoraba en temas penales.
La estrategia funcionó tres años pero todo se desvaneció con el anuncio de su extradición al país. Ahora, a sus 73 años, Mattos se enfrenta a su peor pesadilla: darle la cara a la justicia de este país.