Se movía raudo en las altas esferas. Los grandes de este mundo le abrían de par en par sus puertas. Sus palabras eran escuchadas con el mismo fervor con que el musulmán atiende el Corán. Era de esos hombres a los que llaman nacidos para triunfar.
Rompió el techo de mármol del management, al convertirse en presidente de tres compañías del automóvil, simultáneamente: Renault, Nissan, Mitsubishi. Asunto éste inusual en los manuales académicos. Propio de seres audaces, la principal virtud de los empresarios como él, que los lleva ante todo a renunciar a los escrúpulos y abrazar aquel principio donde el fin justifica los medios. La palabra altruismo está desterrada. Lo único que vale son los resultados.
Él, acorde con su condición de triple CEO, iba y venía por todos los continentes en su jet privado, visitando el imperio automovilístico. Acucioso, sin pausas en los esfuerzos, fulminante en las decisiones, inflexible en el cumplimiento de los planes previstos. Se había ganado el respeto de los mercados financieros. La empresa R-N-M, antes en dificultades, ahora bajo su control era abanderada en la ventas mundiales de autos.
Será imborrable para él la escena cuando su jet llega a la plataforma del aeropuerto de Haneda en Tokio y al bajar las escalerillas del avión con su habitual ímpetu, es detenido por las autoridades judiciales de Japón y esa noche termina durmiendo en la cárcel de Kosuge, al este de la capital nipona, como si fuera un sanguinario gángster. Nunca jamás podrá olvidar que era 19 de noviembre de 2018 y 64 años vividos a tope.
Pasó de la gloria al infierno en un abrir y cerrar de ojos. Él que imponía sus reglas empresariales a Theresa May en Londres, a Macron en París, a Putin en Moscú, cómo se sentiría en su primera noche en la cárcel, donde por lo general a los recién llegados hacen preguntas como: “¿Se ha incrustado perlas en el pene? ¿Es homosexual?” Esa es la bienvenida a esos lugares de perdición, donde tiene que compartir hombro a hombro con condenados a muerte y hasta pierde su nombre para convertirse en un número. Esa es una prisión donde ha habido legendarios criminales y allí mismo se les ha condenado a muerte.
En los primeros casi dos meses detenido ha perdido diez kilos de peso. Los fiscales de Tokio han ido soltando con cuentagotas los cargos que se le atribuyen. Tres veces le han prolongado su prisión y podrían ser muchos meses más. El sistema judicial japonés lo permite.
El martes 8 de enero por primera vez tendrá una audiencia pública. Acudirá vestido de preso y esposado. Tendrá 10 minutos para hablar. Hasta ahora él se declara inocente de las acusaciones que se le hacen. La pregunta que quiere hacer es: ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué he hecho yo? Un auténtico galimatías jurídico-judicial.
Todo parece haberse convertido en un folletín, donde cada día aparece una escandalosa noticia en la prensa del archipiélago, filtrada por Nissan, donde ha pasado de héroe a menos que villano, subyugado por la codicia sin límites. Insaciable en la búsqueda y artificios para lograr los mayores lucros.
Su religión es cristiano maronita libanesa, cuyos adeptos fueron sometidos, a comienzos del siglo XX, a una persecución implacable por los restos del imperio Otomano, razón por la cual muchos libaneses huyeron. Una buena porción terminaron en Brasil, entre ellos Bichara Ghosn, su abuelo, a quien no conoció. Pero sus historias de hombre arriesgado y dominador del negocio del caucho, despertaron sus ansias de imitarlo.
A esto se une que fue educado por los jesuitas franceses en Beirut, que lo empaparon en la rigurosa disciplina y férrea competitividad ignaciana. Y luego las altas escuelas de París terminaron forjándolo como un aguerrido ingeniero. Donde se armó para batallar en el mundo de los automóviles, su gran pasión desde muy joven.
Ahora tiene una complicadísima montaña que escalar. Debe demostrar a los fiscales nipones que puede ganarles la pelea con el beneficio de la duda. Su hija mayor, Carolina, 31 años, piensa que hay una intriga corporativa para acusarlo. En Líbano creen que “el sol de Japón no quemará al ave fénix libanés”. ¿Será un choque de egos nacionalistas entre el orgullo japonés y la lujuria francesa por el dólar?