La única vez que Carlos Gaviria tuvo miedo fue el 24 de agosto de 1987. Ese día su amigo, el médico salubrista Héctor Abad Gómez, caía asesinado. En las listas de la muerte el próximo era él. Se habían conocido en enero de 1974. Gaviria era el presidente de la Asociación de Profesores de la Universidad de Antioquia. Su reemplazo era Abad Gómez. Durante el empalme empezó una relación que solo se interrumpió con la muerte de este último. En los setentas la U de Antioquia estaba tomada por agentes urbanos de las guerrillas y siniestros informantes del ejército. En 1978 los dos encabezaron una huelga de doscientos profesores que terminó con la destitución de ambos, una destitución que terminó en dos meses cuando las directivas no tuvieron otra opción que restituirlos ante la presión de los estudiantes. Entre los jóvenes a los que dictó clase Gaviria estuvo Álvaro Uribe Vélez, quien recibió, en 1971, la clase de Filosofía del Derecho.
Al enterarse de la muerte de su amigo y compañero en el Comité Regional por la defensa de los Derechos Humanos en Antioquia le tocó irse a la Argentina gracias a la gestión de Carlos Santiago Niño. En Medellín había poco por hacer. Abad era uno más de sus cercanos asesinados. También habían caído el senador de izquierda Pedro Luis Valencia, médico y profesor de la Universidad de Antioquia y Luis Felipe Vélez, presidente del Gremio de Maestros de Antioquia. Duró sólo dos años por fuera. En 1989, en su regreso, ocupó la vicerrectoría de la Universidad de Antioquia. En ese momento el país se desangraba. Los carteles de la droga se tomaban Colombia a punta de asesinato de jueces, profesores, periodistas, defensores de Derechos Humanos. Era el país del Señor Matanza. Medellín era el epicentro de la violencia y a Gaviria nada le apagaba la voz. Desde esa época sabía que una de las armas legales que podía contrarrestar a los violentos era despenalizar la dosis mínima.
En la Universidad de Antioquia duró hasta julio de 1992. En ese año llegó al Consejo de Estado. En esa época se podía estar detenido entre un mes y un año por ser sorprendido fumando marihuana en la calle. Si la persona era declarada adicto lo podían meter en un manicomio. Esta locura cambió cuando la Corte Constitucional, gracias a la sentencia C-221 del 5 de mayo de 1994. La histórica ponencia de Carlos Gaviria. La Corte argumentaba que fumarse un porro tenía que ver directamente con el desarrollo de la libre personalidad. Obsesionado con la libertad del individuo, Gaviria, un filósofo liberal, propugnó siempre por legalizar el aborto y hasta la eutanasia.
En los 24 años que lleva la ley se ha enfrentado a todo tipo de ataques. Hay fuerzas, como la del expresidente Álvaro Uribe quien durante su gobierno intentó desmontarla. La reforma constitucional del 2009 prohibió el consumo de drogas pero cerraba de un portazo la posibilidad de imponer sanciones. La ley de seguridad ciudadana del 2011 volvió a poner en entredicho la ley que sacó Gaviria. A partir de allí y según estudios de académicos como Mauricio Albarracín se ha comprobado que la policía igual impone partes y hace confiscaciones de una manera aleatoria. Ahora el legado de Gaviria podría estar en peligro. Los decretos que alista el gobierno Duque buscando combatir a los jíbaros podría ser el principio de una mengua en la libertad de los derechos individuales.