Carlos Gaviria, el maestro
Opinión

Carlos Gaviria, el maestro

La forma de ser y la conducta de los profesores y de las personas que conforman las instituciones educativas es lo que verdaderamente forma en valores

Por:
mayo 28, 2016
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Hace un año murió Carlos Gaviria. Una de las personas más valiosas  y brillantes que ha dado Colombia en los últimos años. Un verdadero humanista, un hombre muy culto, casi renacentista, y una persona que nos enseñó que es posible hacer política con ética y transparencia.

Es muy conocida su faceta como pensador liberal, como político, como jurista y magistrado de la Corte Constitucional en los años 90. Lo que pocos conocen es su faceta como educador.

Gaviria fue, en el fondo de su alma, un amante de la filosofía, de las ideas, de la ética (su pasión mayor como área de estudio), y un maestro y educador destacadísimo, que trabajó durante más de treinta años en la Universidad de Antioquia, donde fue profesor de Derecho Constitucional y vicerrector.

Pocos días antes de morir dictó una conferencia maravillosa en el Gimnasio Moderno para un grupo nutrido de profesores de colegios privados y oficiales. Conferencia que él mismo rotuló como la “mejor de su vida”. Puede ser vista en www.gacetadocente.gimnasiomoderno.edu.co

Las ideas que expuso en esa charla, denominada “Cómo educar para la democracia”, y de la que se publicó un libro que recomiendo altamente, nos dan muchas luces para diseñar la cátedra de paz y para repensar los currículos que construimos, así como nuestro oficio como profesores.

Gaviria decía que la ética se la enseñó un profesor de Geometría en el Bachillerato. Un hombre “bien presentado, riguroso, apasionado por la matemática, responsable y justo. Provocaba imitarlo, provocaba imitar su ejemplo de vida”. Ese profesor le enseñó a Carlos Gaviria a obrar de manera impecable, sin haber mencionado nunca una sola palabra sobre valores o moral. ¿Cómo se forma en valores? “La ética se muestra, no se dice”, diría Wittgenstein. En la conducta de los profesores y de quienes conforman el instituto, en su manera de ser, se forma en valores. Ahí están los modelos de vida y la gente que uno quiere imitar. Es la mejor manera de hacerlo.

Cuando se le preguntaba por la importancia de la democracia, Gaviria decía que uno, antes que ser demócrata, tiene que darle un sentido a la vida y haber definido otras cosas. “¿A qué viniste  a esta tierra? Es una de las preguntas más importantes que se deben hacer profesores y estudiantes”. Es deber de cada quien darle un sentido a su vida. Una buena escuela debe ayudar a sus estudiantes a darle un sentido a la existencia. Eso es lo primero. Que los estudiantes “sean conscientes de su posición en el mundo. Que definan sus rumbos. Que reflexionen”. La buena escuela no es dogmática porque “cada quien debe descubrir su propia verdad”.

Se preguntaba Gaviria si es bueno o deseable educar para la democracia. La democracia para él tiene que ver sobre todo con la autonomía. La autonomía, a su vez, tiene que ver con la dignidad, porque nos permite gobernarnos desde adentro, y no que nos gobiernen otros desde afuera. “Somos autónomos cuando nos atrevemos a pensar por nosotros mismos. A reflexionar. A escoger”. La autonomía personal tiene que ver con nuestra condición humana y con nuestra dignidad.

 

Debemos educar para la irreverencia, para el pensamiento independiente,
para cuestionar la conciencia, para la heterodoxia,
para la capacidad de disentir y de argumentar

 

 

Más que educar para la democracia debemos educar para permitir la autonomía, para que cada estudiante piense por sí mismo. También para la irreverencia, para el pensamiento independiente, para cuestionar la conciencia, para la heterodoxia, para la capacidad de disentir y de argumentar.

Una buena escuela debe formar personas autónomas, dignas, que piensen por sí mismas. Personas que encuentren su lugar en el mundo. Eso sería lo esencial. Y, luego, debe formar buenas personas, seres que sepan convivir. Estas dos cosas constituyen una educación para la democracia. Y estos fines tienen que ver más con la reflexión, con el diálogo y con el autoconocimiento, que con saberse de memoria la Constitución, las leyes o la teoría política. Y, claro está, con el ejemplo y la coherencia de los educadores.

Gaviria creía que Sócrates había sido el primer gran educador en Occidente. ¿Qué hacía Sócrates? Dialogaba. Y permitía que la verdad se revelara. “Punzaba los centros nerviosos esenciales de sus interlocutores con preguntas inquietantes”. Porque educar no es imponer. Es dialogar. Y es persuadir con razones. La función del maestro entonces no es transmitir conocimientos sino pasión por el conocimiento, hacer preguntas esenciales y ser un modelo de vida para que sus estudiantes quieran imitarlo. Además de dialogar y convencer a sus estudiantes con razones.

Los colegios debemos trabajar en generar ambientes de libertad y en priorizar la formación humana de los maestros para que sea su ejemplo y el ambiente que construyen lo que propicie una mejor formación de niños y jóvenes. También es fundamental que ayudemos a los estudiantes a encontrar su voz personal y su lugar en el mundo a través de herramientas como la reflexión y el diálogo. A vivir una vida auténtica, propia y con sentido.

Es llamativo que estas ideas, innovadoras en educación, hayan sido implementadas hace miles de años en Grecia e India. Muchas de las cosas más importantes en educación ya fueron inventadas hace mucho porque no tienen que ver con tecnología ni con modas en pedagogía sino con una concepción del ser humano.

A veces la mejor innovación consiste en retomar la tradición.

 

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