Carlos Duque es un creativo invencible. Inventa imágenes para campañas presidenciales, comenta impertinencias serias todos los días y a todas horas en las redes sociales, donde siempre manifiesta con humor el malestar nacional, remite fotos de los momentos instantáneos que hacen parte de la vida diaria.
Después de su serie de fotografía, Shopping Planet, escenografías donde la abundancia y la pobreza son un abismo, ahora nos muestra en la galería El Museo de Bogotá una nueva serie titulada La sombra dorada que estará abierta al público hasta el 28 de julio. Un nuevo proyecto fotográfico de largo aliento: fotos que ha tomado en el museo Metropolitan de Nueva York y en el Louvre en Paris.
La muestra tiene el atrevimiento de excluir la obra y darle protagonismo al marco, a la pared con sombra y a un fragmento de la obra, pero también la gracia de una mente inteligente donde a partir de los mínimos segmentos nos deja conocer el interés de cada artista, su época, la magia de la mitología, el comportamiento pictórico de la diversas épocas y las diferencias de una historia del arte occidental.
Se trata de fotografías de impresión digital que dan cuenta de pequeños detalles que nos llevan al todo: se puede ver desde el zapato elegante del Caballero de Alcántara pintado en 1655 por Bartolomé Esteban Murillo, el bello pie seductor de Aegina que es visitada por Júpiter de Jean-Baptiste Greuze, la cara de la infanta María Teresa del gran Velázquez, la mujer con el abanico de Gaspare Traversi, los pies dispuestos a bailar ballet pintados con la sutileza propia de Edgar Degas, el más nítido y bello gato que mira hacia arriba pintado con la maestría de Jean Simeón Chardin, la pincelada única de Manet cuando interpreta el agua, las elegantes manos de mujer con un abanico de don Francisco de Goya, la pincelada alternada y en diagonal de Van Gogh, el cuchillo en diagonal sobre un mantel de Pierre Bonnard, la pincelada acumulada de color de Paul Cézanne o la pincelada suave y el color que solo manejó Renoir.
Como comenta Carlos Duque: “He puesto mi atención en esas maravillosas fronteras que separan la pared de la obra pictórica porque es un lugar de encuentro del maestro artesano con la obra maestra donde aparecen márgenes luminosas con sombras rutilantes que también condicionan la mirada del espectador”.