En la biblioteca del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, está sentado un jovencito de 17 años, justo frente a la ventana del cuarto piso que tiene como vista los cerros orientales de Bogotá. Es 1975 y el estudiante que tiene a su lado media docena de libros de introducción al Derecho se llama Carlos Ariel Sánchez Torres. Así lo recuerdan varios de los amigos con los que estudió por aquellos días: un tolimense ‘comelibros’ que nunca ha parado de leer.
Sánchez había llegado sólo a la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario, pidió el formulario, lo llenó, esperó el día del examen de admisión, lo presentó, y con la nota más alta ingresó a la carrera de abogacía. Aunque las clases del primer año eran en las tardes, desde la segunda semana el alumno había tomado la determinación de llegar bien temprano en las mañanas para realizar los trabajos que le dejaban, para leer los libros que faltaron en los estantes de su casa; pero ante todo, para aprovechar al máximo el esfuerzo que hacían sus papás para pagarle una universidad privada. Tal vez por ello nunca vio como un esfuerzo el tener que madrugar todos los días para tomar una flota de transporte desde Madrid (Cundinamarca) hasta el centro de Bogotá.
Prácticamente comenzó a pasarse el día entero en las aulas, oficinas y salones de estudio de la Universidad del Rosario. En el segundo año el profesor Eduardo Rosa Acuña, lo había nombrado monitor oficial del curso de Historia de las Ideas Políticas, con ello ayudó a amortiguar los gastos que generaba estudiar en la capital.
Sánchez había nacido en el año de 1957 en el municipio de Purificación (Tolima) pero pronto, por cuestiones de trabajo, su papá trasladó el hogar a Madrid (Cundinamarca), ya que había sido nombrado como funcionario en el Banco de Colombia, donde finalmente se jubiló. Previendo que lo único que podía hacer de su hijo un hombre de bien, Carlos Ariel fue matriculado en el colegio Nacional de Facatativa. Allí aprendió a montar en bus, porque para ir y regresar de Madrid a Facatativa siempre tuvo que tomar dos flotas. De aquel colegio público que por aquellos años ocupó el tercer puesto en el escalafón escolar de todo el país, Sánchez se graduó con calificaciones sobresalientes, resultados que se reflejarían más tarde en los cuatro años de universidad.
Tras graduarse como abogado, inquieto por seguir estudiando, junto a su amigo Francisco Herrera lograron acceder a dos cupos en la especialización de Derecho Comercial en la Universidad de los Andes. Tenía 22 años y ya ofrecía asesorías sobre cualquier materia jurídica. Dentro del círculo de amigos tan nerd que tenía, se comenzó a elevar un reto: los estudios no debían quedar allí y había una apuesta por el primero que obtuviera un doctorado. Ser Phd, fue el siguiente paso.
De nuevo, sólo, sin la ayuda de nadie, consiguió que le enviaran el formulario para aplicar al doctorado en Derecho de la Universidad de Navarra (España). Allí desde el primer día se le vio como en el Rosario: internado en la biblioteca, sentado siempre junto a la ventana y en un escritorio atiborrado de libros. “De la única manera que usted obtenga el título de Doctor es sacando la mejor nota, de lo contrario regresará a su país sin nada”, le había dicho en la segunda clase de estudios quien después fuera el tutor de su tesis. Llegó en temporada de invierno, el frío y la soledad calaban en los huesos, de suerte que el colombiano se concentró en el objetivo. El día señalado llegó. Tuvo una hora para responder por su tesis. Solo 60 minutos para demostrar lo leído, lo aprendido, lo aplicado y lo sustentado. Al día siguiente le entregaron el sobre con una pequeña nota: se doctoraba en Derecho con la máxima calificación, su tesis fue Summa Cum Laude. Al primero que llamó fue a su papá, quien al otro lado de la línea le replicó con un pequeño pero afectuoso: “Te felicito”.
Recién llegado de España, leyó en el periódico que había un concurso público para ocupar una bacante como profesor en la Escuela Superior de Administración pública [ESAP]. Aplicó en un examen que presentaron otra decena de personas, lo ganó y duró cuatro años en aquel trabajo. No solo fue profesor sino que un año después fue designado Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas. Como siempre creyó en los méritos y las dignidades, en agosto de 1989 se enteró de otro concurso para ocupar el cargo de magistrado en el Tribunal Superior de Bogotá. Otro examen que ganó sin inconvenientes. Arribó a la sala administrativa para estudiar y fallar decenas de casos concernientes a la autonomía fiscal, pero una propuesta no lo dejó en aquel puesto en el que muchos juristas se quieren eternizar por las pensiones.
Desde la otra orilla, un acucioso hombre de letras del Derecho, le había estado echando el ojo a Sánchez. Así fue como el jurista Tito Livio Caldas, dueño de la editorial LEGIS, lo invitó para que fuera el director editorial, encargarle todo lo concerniente a las publicaciones de carácter académico. No lo pensó dos veces, era el lugar tranquilo donde quería estar. Además de comenzar un prolífico periodo de estudios, escritura y publicaciones, en LEGIS se rodeó de lo más connotado del sector investigativo de la justicia. Transmitir las técnicas de ajustar las obras, los cambios y las leyes colombianas en extensiones comprensibles, le ayudó para dejar un poco atrás tanta teoría y volverse más técnico, más práctico.
Entrados los años noventa, le ofrecieron el único cargo que no ha ejercido por méritos y la aprobación de exámenes. Fue nombrado Contralor de Bogotá. No fue fácil, se encontró con la reestructuración de la entidad donde le tocó enfrentar el retiro voluntario -que había tramitado el Presidente César Gaviria- de más de 900 empleados. Allí duró 18 meses, pero salió a deber. Uno de los funcionarios de la Contraloría demandó su retiro y en primera instancia ganó, obligando a Sánchez a pagar una indemnización para aquella época de 43 millones de pesos. Sánchez hizo un préstamo para cancelar aquella acción de repetición, pero apeló. Tiempo después, le fue devuelto el dinero porque los tribunales hallaron que todos los retiros habían sido en justa causa.
Reconocido ya por varios miembros del Consejo de Estado, estos lo nominaron para ser el presidente del Concejo Nacional Electoral. Evaluada su hoja de vida y bajo la lupa de las entrevistas-exámenes correspondientes, accedió al cargo. Era 1994, año en el que se elevó la primera legislación para poner topes económicos a las campañas políticas lo que le trajo varias enemistades de ciertos gamonales de la política tradicional que estaban acostumbrados a hacer llover aguaceros de billetes en las campañas de sus regiones. Pero a cada uno le tenía su respuesta siempre jurídica. Sánchez es de esos hombres que habla poco, pero cuando lo hace le brotan conceptos, leyes y jurisprudencia pura.
En 1998 regresa a la labor más agradecida que dice haber tenido; la docencia, la enseñanza. Con todos los pergaminos recogidos años atrás vuelve a su casa, la Universidad del Rosario. Allí abre el departamento de investigaciones de la Facultad de Derecho. Tanbién, comienza a dictar clases en otras prestigiosas universidades de la capital. Dedicado a la academia de lleno, convierte aquellos años en los más fecundos de su carrera intelectual. Sánchez escribe más de 24 libros sobre Derecho, lo cual lo convierten en un referente en todo Hispanoamérica.
Desde entonces tomó la costumbre de levantarse a las 4 a.m., sentarse en el escritorio junto a la ventana en su pequeño cuarto de estudios para comenzar a estructurar y a escribir sus obras. Así nacieron los libros Modernidad, Democracia y Partidos Políticos; Hermenéutica Jurídica, homenaje al Maestro Darío Echandía; El Acto Administrativo; Derecho e instituciones electorales en Colombia; Participación ciudadana y comunitaria, entre otra decena más.
De hecho, durante aquel tiempo también lo atrae un tema en específico el cual se dedica a estudiar y en el que propone académicamente: el Derecho Electoral. Su reputación se eleva como uno de los juristas que más sabe en la materia y es contratado por una decena de candidatos que tienen problemas en diferentes elecciones. Desde aspirantes de pequeños municipios hasta políticos de la talla de Clara López acuden a la oficina de abogados que abre para tales menesteres.
El año 2007 vuelve a ser una repetición de sus ritos para conseguir trabajo. El gobierno llama a un concurso abierto para aplicar al cargo de registrador nacional. Todo porque el año anterior tras una ley del Congreso aquel puesto se había despolitizado y se tenía que demostrar con conocimiento y hoja de vida que el aspirante era mejor que aquellos que llegaban con una carta de recomendación del cacique de turno. Carlos Ariel Sánchez Torres envió su hoja de vida, la cual fue escogida por las tres Altas Cortes para presentar el examen de rigor. Lo hizo con dos candidatos más: el registrador de la época Juan Carlos Galindo, que quería repetir; y Francisco Reyes, quien era viceministro de Justicia por ese entonces. De 1000 puntos, Sánchez obtuvo un puntaje de 940, muy pero muy lejos de los puntajes de los otros profesionales. Así se posesionó en uno de los cargos más importantes y delicados del orden nacional.
Tanto conocimiento no era solo casualidad. Cuatro años después lo reeligieron tras presentar un examen en el que sacó un puntaje de 100 sobre 100. En sus dos posesiones estuvo presente un personaje al que le han endilgado la carrera de Sánchez, se trata del expresidente Ernesto Samper. Pero el registrador siempre ha negado tajantemente que Samper haya movido siquiera un lápiz para influenciar en su vida laboral. “Soy samperista por casualidad. La mamá de mi esposa ha sido amiga de toda la vida del expresidente, pero jamás he hecho parte del samperismo que es distinto”, dice sin dudar.
Al llegar a la Registraduría lo primero que hizo fue un plan para agilizar el proceso de entrega y registro de cédulas de todos los colombianos. Era una tarea difícil por toda la burocratización que hasta ese momento había tenido la entidad. Incluso, cuando llegó y debió cambiar su cédula por una de hologramas, al propio registrador se le demoraron siete meses en la entrega. Con tal espejo apretó cada uno de los tronillos sueltos y los puso a prueba en el año 2010 cuando de nuevo se expidió para los ciudadanos una identificación con más seguridad que las anteriores.
Quienes lo conocen dicen que su vida no ha cambiado en estos siete años que ha tenido tan exigente cargo. Ha salido bien librado en las elecciones de gobernadores y alcaldes en el 2007 y 2011; en las legislativas y presidenciales del 2010; y con unos sorprendentes resultados en los pasados comicios de marzo de 2014 donde en dos días ya se sabía cuáles eran los nuevos congresistas que el pueblo colombiano había elegido. Hizo lo propio en la primera vuelta de las pasadas elecciones presidenciales, donde a las 8 p.m., ya se sabía el nombre de los candidatos que pasaban a una segunda vuelta. Por cierto no oculta el orgullo de haber sido el primer registrador de haber implantado parcialmente el sistema de biometría para poder evitar fraudes electorales. Tiene en sus manos la responsabilidad de registrar de manera diáfana la elección del Presidente que regirá los designios de Colombia los próximos cuatro años. Unos comicios tan polarizados que Sánchez tiene encima los ojos del expresidente Álvaro Uribe que sin siquiera haber abierto un solo puesto de votación, ya ha dicho que de perder su candidato desconocerá los resultados. Pero Sánchez, tranquilo, solo atina a decir que su trabajo es solo eso, registrar.
Quizá es de los pocos funcionarios que dice que cuando quieran muestra su declaración de renta, en ella aparecerá el apartamento en el que vive hace 18 años, una finca en clima caliente que compró hace 10 años en el Nilo (Cundinamarca) -a la cual va cada mes a caminar-, más unas oficinas donde funciona un bufete de abogados que no dirige hace siete años. Como ya pagó los estudios de sus hijos y el techo donde vive, dice que se gasta la plata en libros y en viajes a ciudades especialmente de Europa. Es un hombre de leer novelas históricas. Un nostálgico por los tiempos pasados. Pero no deja de lado las lecturas de los escritores colombianos de la nueva ola; ha leído toda la obra de Juan Gabriel Vásquez y no duda en comprar libros jóvenes como Ricardo Silva y Juan Esteban Constaín. En el 2015 termina su período en la Registraduría y no podrá volver a repetir. Como siempre, ordenado en su vida, ya sabe a lo que va dedicar el resto de sus años: volver a la universidad, tal vez a despachar desde la biblioteca que lo vio nacer.
Por @PachoEscobar