Carlos Antonio Vélez no termina de morirse con la suya. Su declarada enemistad contra José Néstor Pekerman, el técnico de la selección Colombiana de fútbol, y todo aquello que le huela a predicamentos del técnico argentino lo conminan día tras día, a construir una mole de teorías y reflexiones rebullidas a conveniencia para dar al traste con la propuesta futbolística de éste , y de contera con todo lo que suene a logros por parte del paternal entrenador gaucho. Ese "¡don José!" con el que suele dirigirse al estratega colombiano, siempre lleva una carga de indecorosa ironía y mal simulado desprecio y deja entrever la malquerencia por un técnico que el país aprendió a apreciar más allá de sus humanos errores al timón de la selección. Ese "¡don José!" al contrario de ser una expresión de respeto, es solo la mordaz declaratoria de una guerra que él solito emprendió al mejor estilo de don Quijote, ufanado de retar los molinos de viento.
Las razones por las cuales Pekerman no ha sido santo de su devoción han sido manidas con suficiencia. En resumen, todo pasa por la indiferencia del argentino ante la autosuficiencia de un cronista que hoy acusa un tormentoso aguijón al no poder ejercer influencia, como llegó a hacerlo antes, en el ámbito y la convivencia del seleccionado nacional.
El descomunal ego de Vélez, su nutrida vanidad y su indomable soberbia no le permiten el más ínfimo ápice de reconocimiento por lo que hasta ahora ha sido el trabajo de Pekerman frente a la selección. Sus insidiosos argumentos, amparados en una sarta de disquisiciones cáusticas tienden a siempre encontrar un pero, y una mácula en la dinámica del equipo nacional. Vélez puede calafatear sus comentarios con maniobras sutiles, embutirlos con una retórica empalagosa de teoría futbolística, e incluso impregnarle bemoles de rigurosa objetividad, pero el espíritu subrepticio de sus reflexiones es altamente tóxico. Sus comentarios siempre llevan moderadas dosis de cicuta, con las que al final pretende endosarse la razón y toda la verdad.
Si el toro tuviera la capacidad de discernimiento, que en palabras simples es saber cómo vienen realmente las cosas y desde dónde, optaría por no fijarse tanto en la muleta del torero y así no terminaría con una espada en el morro. De la misma manera, a Vélez no hay que engullirlo entero; solo discernirlo, atisbarlo y olerlo para entender de sus verdaderas intenciones.
Es innegable que la selección nos ha puesto un marcapasos en algunas de sus presentaciones y que su rendimiento ha sido irregular en otras. Pero la artimaña semántica de Vélez y su frenético macartismo consisten en dirigir sus naves en contra de todo y contra todo, sugiriendo soterradamente que el papel de Peckerman es vano, inoficioso, ineficaz, e improcedente . Basa su reyerta verbal en asegurar que lo logrado hasta ahora se debe exclusivamente a un albur provocado por las individualidades y que en Colombia nunca ha existido el concepto de equipo, amén de la incapacidad de Peckerman para dirigir. Se ampara en el mal ajeno, verbigracia el de Argentina y su famélico empate en casa frente a Venezuela para apostarse con su mira telescópica y hacer mayor blanco, según él, en la "vergonzosa " presentación colombiana ante los patriotas y de esa manera estimular su persecución hacia el Argentino.
Vélez es temerario al pretender desmembrar lo que hace Colombia en la cancha como conjunto. Vélez es tan iluso que ignora adrede, que el más anónimo equipo de rodillones, o el "rejuntado" más espontáneo de cualquier potrero se mueve bajo la premisa de individualidades que se engranan, con o sin tiempo, en aras de una unicidad colectiva. Es Pekerman al fin y al cabo el que califica el rol de esas individualidades y las llama a la selección para que desarrollen una idea de conjunto. El planteamiento de un equipo estrecho en sus líneas, que impidió que Brasil luciera sus mejores galas en terrenos de gestación y definición, solo se debe a una instrucción de "conjunto" lanzada desde el banco colombiano y cocinada en el ideario de Pekerman. Eso no quiere decir que Neymar no nos haya puesto en apuros, al fin y al cabo es un fuera de serie. Lo conseguido data de un estudio previo del contrario y que se afina entre un partido y otro en beneficio de una sincronización de movimientos propia de un colectivo. Vélez lo sabe y lo entiende, lo que pasa es que su profesa animadversión contra Pekerman no le permite reconocerlo. Su hostilidad y antipatía lo condicionan a pervertir la verdad fáctica, y en cambio construir desde su impío breviario un discurso farragoso y superfluo para venderle a la opinión pública una dudosa verdad, la que él inventa en la vasta cancha de sus odios personales y acicateada por su pantagruélico ego.
El cómo de Pekerman a muchos no nos gusta y eso puede ser materia de discusión a partir de los gustos personales. Muchos quisieran ver un combinado más lírico y encarador . Están en su pleno derecho de desearlo. Menos conservador, más ambicioso. Que pelee menos los partidos y nos divierta más. En ese sentido todas las opiniones son tan válidas como respetables. Ese es su estilo, el que a la luz de las circunstancias y la materia prima le place a Pekerman establecer, y que hábilmente Vélez convierte en una ausencia de equipo. Pero hasta ahora, faltando dos partidos para la culminación de la eliminatoria y siendo terceros a un punto de Uruguay, el segundo, el que de Pekerman es indiscutible. El ególatra comentarista, (perdón, alguien lo duda ?), en otra de sus telarañas discursivas al mejor estilo de quién amarra los perros por delante, da como un hecho la clasificación de Colombia a la próxima cita orbital en Rusia, regando ladinamente la especie que dicho objetivo es una obviedad dado el voluble rendimiento de otras selecciones, devaluando el oficio de Pekerman y de paso poder justificar sus maliciosos reparos al técnico.
Con sus espurios postulados y los espejismos que revende en torno a la selección, Vélez insulta la inteligencia del aficionado promedio e incluso la del colegaje, dando por hecho que todos mordemos carnada y anzuelo a la vez. De esos amigos de la selección, ¡líbranos, señor!