Tras la firma del Tratado de Versalles, el canciller Hermann Müller, inició, en absoluta reserva y en complicidad con altos mandos militares, esfuerzos secretos e ilegales de rearme. Así, dio cabida a un proceso de rearme que pulverizó las disposiciones del Tratado de Versalles, alcanzando su punto más alto con la llegada del nazismo al poder. Mientras las potencias europeas no veían amenazante el ascenso de Hitler, en secreto, el nazismo seguía fortaleciendo la capacidad militar del Tercer Reich e incubaba las semillas de la Segunda Guerra Mundial.
Sería Carl Von Ossietzky, un periodista y pacifista que había resistido a la barbarie de la Primera Guerra Mundial (recientemente retratada en la película Sin novedad en el frente), quien alertó al mundo sobre estas maniobras secretas y así sacó a la luz los verdaderos objetivos del rearme alemán (sorprendiendo a quienes habían subestimado a Hitler). Esa osadía le valió el premio Nobel de Paz en 1935 y de paso le costó la vida.
A finales de los años veinte Ossietzky asumió como editor en jefe del semanario Die Weltbühne (el escenario mundial), desde esta vitrina -considerada como un foro de la izquierda democrática radical-, publicó una serie de revelaciones que bajo el titulo Asuntos tormentosos de la aviación alemana expuso las maniobras de entrenamiento en suelo soviético de unidades de la fuerza área adscritas a la Reichswehr (defensa imperial).
Tras esa revelación fue acusado por los delitos de traición y espionaje en un proceso de corte kafkiano conocido como el juicio de Weltbühne. Aunque las revelaciones sobre las maniobras de entrenamiento nunca fueron desmentidas por el Ministerio de Defensa, Ossietzky terminaría siendo condenado a dieciocho meses de prisión. Pero en diciembre de 1932, tras completar 227 días en la cárcel, se le concedió una amnistía.
Su salida del presidio coincidió con la consolidación en el poder de Hitler, al cual cuestionó por su excesivo militarismo y antisemitismo, debido a estas críticas sería nuevamente capturado y enviado al campo de concentración de Esterwegen (uno de los primeros campos de concentración nazis). Allí sería víctima de torturas y malos tratos, desarrollando una grave tuberculosis. Los nazis solo lo veían como un traidor que había revelado secretos de Estado.
Para 1935 se encontraba el borde de la muerte cuando el Comité Noruego -en una de las decisiones más controvertidas de su historia- le otorgó el premio Nobel de la paz (un premio eminentemente político). Y aunque el mismo Hermann Göring lo incitó a rechazarlo, Ossietzky lo aceptó y en represalia los nazis le prohibieron viajar a Noruega a recogerlo. Hasta expidieron un decreto que prohibía a los ciudadanos alemanes aceptar futuros premios Nobel.
Convertido en una celebridad internacional, el periodista que retó el Tercer Reich fallecía el 4 de mayo de 1938 a raíz del agravamiento de la tuberculosis, resultado de las torturas y las extremas condiciones que padeció en el campo de concentración.
En su memoria, la Liga Internacional de Derechos Humanos otorga cada año la medalla Carl Von Ossietzky para honrar “a los ciudadanos o iniciativas que promuevan los derechos humanos”. Un reconocimiento a la libertad de expresión para nunca olvidar la vida y obra de un pacifista que nunca se doblegó ante el poder de Hitler.
