Nació un día como hoy, pero hace 81 años en el distrito de Brooklyn. El alcance de su obra le valió múltiples homenajes póstumos; el más reciente: 9 de Mayo de 2015, día en que se fundó al interior de la Universidad de Cornell —donde daba la cátedra de astronomía David Duncan— el Instituto Carl Sagan, dedicado a la búsqueda de vida extraterrestre y el origen de la vida en este pálido punto azul.
Siempre enfatizaba el impacto que causó en él cuando sus padres le llevaron a la Exposición Universal de 1939, del mismo modo en que se mostraba profundamente agradecido con ellos por alimentar la voraz curiosidad del joven Carl.
Su fórmula de enseñanza, contraria a las clásicas explicaciones elaboradísimas y crípticas, era de frases sencillas pero veraces. La mayoría de increíble trasfondo. Consciente de los problemas en la divulgación científica, superó el monólogo y ofreció el diálogo como un mecanismo para entender la realidad. Pero el diálogo no era con él; era consigo mismo a partir de la observación de los hechos.
Su faceta de activista en los movimientos opositores al escalamiento de armas nucleares y el rol de EEUU en la Guerra de Vietnam, contrastaba con el profesor de actitud jovial. Sospechó que el universo debe estar rebosante de vida. Sin embargo, ante la ausencia de civilizaciones extraterrestres, sostuvo toda su vida una hipótesis: la tendencia de las civilizaciones avanzadas en autodestruirse.
De él mucho nos sirve para nuestro contexto: aprendamos a dialogar, amar y apreciar la otredad, porque a la luz de la astronomía actual, la vida aunque parezca corriente y vulgar, es más bien improbable. Por eso, en una época de avances y presupuestos absurdos en desarrollo militar, y donde mirar hacia arriba se volvió un acto de relajación muscular, ojalá nos sirva la razón como una humilde luz que ilumine a nuestro mundo y sus demonios.