Con el pasar de los años, en Colombia hemos normalizado varias conductas nocivas y riesgosas para nuestro bienestar integral. De este modo, prácticas como el uso de pirotecnia en los partidos de fútbol o en celebraciones de fin de año, el consumo excesivo de alcohol en varias festividades, llegando incluso a convertirse este último en parte significativa de la canasta familiar.
Algo similar sucede con las bebidas azucaradas, las cuales han configurado un sinfín de experiencias gratificantes alrededor de las vidas de diversos colombianos. El consumo de la gaseosa para acompañar comida típica, la comida rápida, en celebraciones y festividades, arraiga esta bebida al imaginario colectivo e incluso cultural de los habitantes de nuestro país.
Según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) presentada por el DANE en el 2018, las bebidas azucaradas son uno de los productos que mayor consumo presenta la población colombiana, pues cada 6 personas de 10, consumen está bebidas al menos una vez al día de manera diaria. Así mismo, reveló que, del muestreo total de 48.683 personas mayores de 2 años de todo el país, un 68,4% manifestó ser consumidor de bebidas azucaradas.
Finalmente, es necesario reflexionar ante dos aspectos:
El primero es, ¿Un impuesto a la compra de bebidas azucaradas es realmente un cobro extra a un alimento necesario en la canasta familiar? Y el segundo es, ¿Quién se beneficia al vender las bebidas azucaradas como un elemento esencial para la interacción social de los colombianos?
Vale la pena pensarlo.