Rasgarse las vestiduras y lanzarle piedras a la luna de la infamia, es una actitud que en el Caribe nos han obligado a hacer desde los tiempos en que fuimos condenados a la exclusión por parte del país que se inventaron los sembradores de café y los promulgadores de leyes a tutiplén que nos desgobiernan desde el siglo XIX y que aún no se ha marchado de esta geografía de impuros.
Que en el Caribe se compran votos. Es verdad. Y bien caro. Donde las leyes económicas se sacian con la oferta democrática al por mayor (en camiones y buses), hambrienta (con pasteles) e ignorante (se rebusca el voto en los estratos sociales más pobres), no es nada nuevo para el país hipócrita y elitista; ese mismo país que se pone a bailar y a meter perico con nuestra música y en cada fiesta de carnavales de Barranquilla, o de la independencia en Cartagena o en el festival vallenato de Valledupar.
Que en el Caribe la pobreza y la desigualdad casi que subsahariana en algunas subregiones es vergonzosa –como La Guajira y algunas zonas rurales del resto de la región-, tampoco es motivo de asombro para ese mismo país q ue nos relegó en los beneficios de las políticas públicas a cambio de manipulaciones y trapisondas politiqueras y clientelistas.
Para nadie es un secreto en este país de mierda, que los políticos caribeños venidos a menos y que ocupan las cómodas prisiones diseñadas para los adalides de la “democracia burrera”; les sirvieron bastante al otro país real y cachaco que abusó de ellos (pobres inocentes) y los convocaba a los quorum necesarios para sacarse la lotería del presupuesto nacional.
Antes que los recientes Ñoño Elías y Musa Besaile, estaban los García Romero, los Vives, los Guerra De la Espriella, los Guerra Tulena, los De La Espriella, los Jattin, los Espinosas, los Turbay Turbay, los Faciolince, los Dáger Chadid, los Elías (primera generación), los López Gómez, los Gnecco, los Cotes, los Noguera, los Araujo, los Deluque, los Ballesteros y si seguimos con la cantinela, bien podríamos llegar hasta los Bastidas y los Heredia del siglo XVI.
Sí, somos una partida de corruptos degenerados y que –ahora sí- avergonzamos a medio país democrático, civilizado y moderno; es por culpa de ellos y de nosotros mismos. Dobles causas en un acta de defunción donde a cada rato enterramos a la esperanza sin el menor aspaviento.
La democracia que nos enseñaron a defender es ajena al Caribe.
Es de ellos, los andinos perfumados y de doble cara
La democracia que nos enseñaron a defender es ajena al Caribe. Es de ellos, los andinos perfumados y de doble cara; que se sirven de nosotros como si fuésemos sus más leales vasallos, pero que también nos mandan a comer las sobras en la cocina si hay visita en la casa.
En toda la historia del Caribe colombiano no se debe olvidar que si somos corruptos y clientelistas en la política y en manejo de los asuntos públicos, es porque nos obligaron desde la condición malsana y perversa del atraso y la marginalidad desesperante y sedienta; esa misma que nos condenaba y nos condena a seguir pidiendo agua y comida en medio de la Mojana inmensa y que nos ponen a darles masajes sobre sus estresadas fisonomías y hacerles trenzas en sus cabellos cuando se están bronceando en Coveñas, Bocagrande, Playa Blanca o el Rodadero.
No es un reclamo desde la hamaca cómplice. Es un llamado de atención a nosotros mismos. Al país democrático, civilizado y moderno de los cachacos no le importa eso. Y tienen razón. Nos debiera importar es a nosotros. Los Caribes auténticos que jamás hemos tenido las huevas y cojones suficientes para pensar y hacer una región con autonomía y liderazgo suficiente como para mandar a “comer mondá” al resto del mundo.
Coda: solo después de 157 años el país democrático, civilizado y moderno de los cachacos, vino a reconocer simbólicamente con el retrato colgado en el palacio de Nariño, que tuvimos un presidente negro y Caribe, el novelista (el primero en Colombia) y estadista Juan José Nieto Gil (Baranoa 1806- Cartagena 1866).