Tierra de mango, coco, cacao, maracuyá, mamoncillo… clima caliente. Lugar pacífico en donde se escucha el canto de las aves. Vereda que deslumbra paisajes indescriptibles. Sitio de personas amables, humildes y trabajadoras….
Aunque llegué la noche del sábado, solo hasta el domingo descubrí lo que era en realidad Carbonero. Lo primero que visitamos fue una casa vecina donde hallamos un árbol lleno de mamoncillos. Después de saborear algunos, caminamos por la carretera del pueblo: personas amables salían a saludarnos desde las entradas de casas humildes, pero bien organizadas.
Después fuimos en busca de los dulces mangos que da la tierra. Para ello bajamos por una montaña, desde donde se deslumbraba un exquisito paisaje.
A medida que bajábamos nos fuimos encontrando con diferentes frutas, flores y animales: primero descubrimos matas con cacao, con maracuyás, palmas con cocos, árboles con limones, guamas... Después llegamos hasta los palos de mango. ¡Amarillos y jugosos!
El clima de Carbonero es caliente, pero no del todo sofocante, es un lugar perfecto para cosechar casi todo tipo de frutas y verduras, a ello se debe que la mayoría de personas del pueblo sobrevivan de la agricultura y la crianza de animales.
Algo muy particular que descubrí del sector es que la mayoría de casas están construidas sobre una capa de piedra parecida al concreto, eso hace que sus cimientos sean muy sólidos.
En cuanto al agua, esta solo llega una vez a la semana, es por ello que los habitantes la consideran un tesoro y es por eso que cuidan y valoran cada gota que obtienen.
Esta agradable vereda es la otra cara del municipio Mercaderes, lugar donde se encuentran enormes casas lujosas. En Carbonero no hay ostentosas fiestas, ni grandes camionetas, ni siquiera observé un polideportivo. Es solo un lugar que construye su historia con trabajo, con respeto por la tierra y por los animales. Carbonero es el pequeño paraíso que descubrí.