Carácter (1997): El espectro, vivo, del capitalismo…

Carácter (1997): El espectro, vivo, del capitalismo…

El ciclo 'Directores de ayer, hoy y siempre', del Cine-Club Al Filo del Tiempo, presenta 'Carácter', del holandés Mike van Diem. Sin decirlo, habla de Max Weber

Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento
septiembre 16, 2022
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Carácter (1997): El espectro, vivo, del capitalismo…

Prefiero forjar mi alma que adornarla. MICHEL DE MONTAIGNE

Para qué sirve el arrepentimiento, si no borra nada de lo pasado. El mejor arrepentimiento es, […] cambiar. Me preguntan qué hay que entender para cambiar. Lo más difícil […] es, no hay que hacer nada. No se trata de intentar cambiar, sino, en lugar de vivir dormido, vivir despierto. JOSÉ SARAMAGO

Tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo. Tú ya no tienes poder. SÉNECA (a Nerón)

Se puede decir que todo el mal está en el capitalismo, en la insensibilidad moral de la burguesía, en su codicia sin freno de ninguna especie, que solo ve en la vida dinero, dinero, muera quien

muera, sufra quien sufra. AFONSO HENRIQUES DE LIMA BARRETO.

Serás amado el día en que puedas mostrar tu debilidad, sin que el

otro se sirva de esto para afirmar su fuerza. CESARE PAVESE

 

El Ciclo Directores de ayer, hoy y siempre, del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, continúa con el filme Karakter (1997) o Carácter, del holandés Mike van Diem. Obra que, sin decirlo, habla de lo que el sociólogo Max Weber, en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), argumenta: la ética y las ideas protestantes influyeron en el desarrollo del capitalismo. El ‘espíritu’ del título no va en un sentido metafísico, sino que se refiere a un cúmulo de valores, al espíritu del trabajo duro, al progreso en sentido lato y al hombre que se forja a sí mismo. Carácter, en general, se define como rasgos, cualidades o circunstancias que indican la naturaleza de una cosa o la forma de pensar/actuar de una persona, que la hacen única o, igual, diferente a las demás. Si alguien es frágil, se dice que es débil de carácter; y cuando se trata de alguien fuerte, se dice que es una persona de carácter pues ya lo de fuerte va implícito.

La voz carácter viene del griego kharacter y, por vía del latín, character, que significa ‘el que graba’. Es el resultado de la influencia de aspectos como inteligencia, voluntad (de poder), hábitos, sentimientos, cultura y experiencia propia. Por ello, se dice que es por completo ‘educable’. Que es lo que pasa con el protagonista, el ‘bastardo’, como lo llaman los demás niños, Jacob, hijo de Joba y de Dreverhaven, pero no reconocido por éste. Una historia que da muestras sobre cómo se forja el carácter, en parte genético y en otra gran porción efecto de la relación con los demás, con la cultura, con la vida y el mundo y en mínima parte, espontáneo pues es la lucha a muerte del hombre contra todos y contra toda eventualidad. Jacob es un joven centrado en sus objetivos. Joba es una madre callada, radical, lacónica y precisa en sus decisiones. Dreverhaven es Oficial de (in)Justicia, un ser tiránico, un ‘mastín’ que vive desalojando a la gente, que no se soporta a sí mismo y que se desquita contra todo/s.

En medio de coteros, el joven Jacob baja las escaleras del muelle de Rotterdam. Va a una fábrica, entra decidido y se dirige adonde está un viejo, su padre, Dreverhaven. Clava en la mesa la navaja que carga. Sin rodeos le informa que acaba de recibirse de abogado, que, seguro, lo lamenta, pero así ha sido; que es la última vez que irá por allí y adiós para siempre: ‘Usted no existe para mí’. Frase que es más efecto de la impotencia, que sentencia metafísica. El viejo se voltea con su libro de cuentas; el hijo también da la espalda y se marcha. Pero, en segundos, escucha ‘¡felicitaciones!’ y dice: ‘¿Usted me felicita?’ Al ofrecerle la mano, le dice que no puede tomarla porque es la de quien siempre estuvo en contra suya. O que lo ayudó, dice Dreverhaven. Sale de la fábrica, de pronto recula, sube el edificio, corre hacia el padre y se le lanza en plancha por encima de la navaja que previamente clavó en la mesa. Luego, aparece de espaldas en un día de mucha lluvia. Un grupo de gente lo mira con intriga.

Máxime, cuando luego se le ve sangre, sobre todo en nariz y boca. Largo camino de regreso a su cuarto. Se recuesta. Poco después, llega la policía y lo lleva detenido. Una voz en off, la del propio Jacob, dice que la víctima lo felicita, lo que un funcionario le reitera. ‘Debe haber sido todo un apretón de manos. Cuando bajaba tropezó en la escalera. ¿Ha visto esto antes? ¿No lo reconoce? Es un cuchillo hermoso, pero no tanto como este. Tómelo. ¿Reconoce la sensación?’ Y le lastima las manos. Piden llamar a un médico. Le ofrecen algo de beber o comer. El funcionario pide para ambos. Jacob Willem Katadreuffe es acusado, sospechoso de asesinato del Oficial de Justicia Arend Barend Dreverhaven, cuyo nombre suena a ‘trueno inminente’. Le preguntan por su relación con él y dice que era una leyenda mucho antes de escucharlo. Flashback con imágenes de un desahucio colectivo dirigido por aquél: mientras alguien intenta elogiar su bondad, ya pone sus manos sobre la cama de una mujer moribunda.

A quien arrastra y la tira con el mayor desprecio y no menor fuerza y la mujer se estrella contra el piso: a raíz de dicho episodio, tendrá una freudiana pesadilla. Plano congelado sobre ella, exánime, mientras la lluvia cae. Pero, la mujer se levanta y le grita ¡sucio bastardo! Lo que ya lo caracterizará en adelante. Se lanza contra él, pero dos policías la detienen. Plano de detalle, en el que Katadreuffe, su propio hijo, llama a Dreverhaven ‘Ley sin compasión, La maldición de los pobres’. La semilla del odio ya ha sido sembrada entre ellos y dará muchos (malos) frutos en el futuro. El funcionario de la cárcel conoce ya su reputación: le interesa es descubrir el parentesco entre él y Katadreuffe. ¿Negocios, trabajo, laboraba para él Dreverhaven? Lo conoció en su casa. Tenía un ama de llaves, Jacoba, Joba, para abreviar. Una joven hosca, pero eso no le molestó. Él, tampoco hablaba mucho. Le trabajó durante un año, hasta que la tomó como si fuera suya. Y le engendró un hijo, al que luego no reconoció.

Ocurrió solo una vez. Nada cambió entre ellos, pero mes y medio después ella quebró el silencio: ‘Estoy embarazada’. ‘¿Entonces?’, preguntó con alevosía Dreverhaven. Joba se va. En el hospital, una enfermera suelta una verdad de a puño: ‘El padre debe mantener al niño’. Le hará pagar, dice una mujer, ¿le ha escrito? Y el médico: ‘Pero, le escribirá’. Y Joba: ‘¡No, no!’ Gritos suyos durante el parto. Vuelta a la cárcel: ‘Dreverhaven es su padre’. Pero, el joven Katadreuffe lleva el apellido de su madre. Lo que no significa que Dreverhaven rehuyó la responsabilidad, corrige Katadreuffe. Tras el parto, se mudaron al Este, lejos del puerto. Alguien le cuenta al padre que la mujer alquiló un cuarto en Zeilstraat 142, para ella y su hijo por siete florines semanales. Y mantiene la casa de tres familias clase media y de un Dr. del muelle Este. Dreverhaven pregunta por si el niño tiene nombre: ‘Sí, Jacob… Jacob Willem’. La carta viene acompañada por un giro postal, que la mujer, Jacoba, devuelve al remitente.

Dreverhaven recuperó el dinero, que reenvió un mes después. Ella, lo rechazó/devolvió otra vez. Y él lo devolvió al mes siguiente. Ella, una vez más, al remitente. El duelo postal duró un año largo. El dinero fue y volvió 13 veces, así que Joba le contestó a Dreverhaven que lo rechazaría siempre. Los niños en la escuela hacen rodar un papel con el aviso: ¡Bastardo! Cuando Jacob baja la escalera, varios le dicen que él es hijo de una puta, o sea, un hijodeputa. La voz en off de Katadreuffe relata que no fue la única vez que se citó la ‘ausencia’ de su padre. Cuando preguntaba quién era o dónde estaba, siempre respondía: ‘No necesitamos nada de él’. Luego, se quedaba en silencio, como siempre. Un extraño irrumpe donde Joba y Katadreuffe y se apresura a declarar que su esposa murió y, al verla, pensó que quizás quiera saber que él está ‘disponible’. No tiene que contestar ya, de inmediato: que se tome su tiempo. Joba considerará su oferta. El narrador, en off, piensa que es buena idea que se case con él.

Desafortunadamente, se marcharon enseguida. Antes de empujarlo entre el lodo, un niño le dice a Jacob que su madre es una puta. Pero, él ya no está dispuesto a aguantar más. Entonces, se devuelve, coge al agresor por la cintura, lo tira al fango, lo golpea y le aprieta el cuello. Hasta que un adulto acude a disolver el conflicto. Joba empaca las cosas y busca otra casa. Aunque ella no habló en toda la noche, Jacob supo que la había lastimado, al perder el control. A partir de ahí, decidió que siempre mantendría el control: de sí y sobre las cosas. Pero, recuérdese que ‘Nada resulta como se ha planeado’, como dice el tema de Ten Years After. Vuelta al presente. El funcionario de la cárcel, le recuerda que eso de conservar el control es una buena decisión… pero que si acaso la mantuvo cuando devino parricida y responde que sí. Y el otro funcionario, con sorna: ‘Eso, no ayudó a Dreverhaven’. ‘Es lo que usted dice’, riposta Katadreuffe. ‘De todos modos, usted se reunió con Dreverhaven esta tarde’, sostiene.

Eso señala el inspector que intenta desentrañar los móviles de su asesinato. Supone que no fue la primera vez, como, en efecto, ratifica Katadreuffe. Más cerca de él, y del puerto, los llevó la mudanza. La mamá se hizo a una máquina de coser para poder pagar el arriendo. Allí había algo clave después: libros escritos en lengua extranjera, con los que Jacob se quedó cuando los antiguos inquilinos viajaron al exterior. Desde entonces ‘fue más fácil estar en silencio con ella’. Estudió las fotos durante días y las raras palabras eran menos raras de lo que pensó: ‘Elefante’ fue una de las primeras palabras que aprendió, por la imagen misma, no, como debe ser, por su presencia en la selva, como recomendaría Jan Amos Comenius, el checo padre de la escuela por el juego. El eterno silencio materno, le hizo pensar a Jacob que no toleraba su compañía. Más tarde, comprendió que sus caracteres ‘chocaban’. Su contacto era inoportuno y lo sería siempre, porque estaban en las antípodas: ella, serena, él, explosivo.

O así lo veía Katadreuffe. Joba lo llama y, de pronto, al hombre que ve subiendo por el muelle le descubren la cabeza y él, Dreverhaven, a su vez, llama a Joba: ‘Vamos’, dice al instante y llama a Jacob. Éste, persigue al padre por las calles del puerto. Niños pasan corriendo frente a Jacob y uno de ellos le da un pan, lo cual lo hace cómplice de hurto. En la comisaría, cuando todos se declaran ‘Jonson’ de apellido y un policía le pega a alguno, Jacob dice ser ya no Katadreuffe, como hasta ahora, sino Dreverhaven: por lo que su ‘padre’ acude al ser llamado. No obstante, declara que nunca ha visto a ese niño. El odio mutuo, crece. Baudelaire recuerda: ‘Y así el odio está condenado a la suerte lamentable de no poder dormirse jamás bajo la mesa’. Un policía conduce a Jacob al calabozo, entran en él, pero cuando intenta abusar del niño es mordido en la nariz, Katadreuffe lo encierra y huye para ir donde su madre. Ya frente a Joba, dicen lo que ambos han dicho muchas veces: ‘No necesitamos nada de él’.

Se sientan a comer. Voz en off, Jacob decide dejar en paz a Dreverhaven. El inspector De Bree dice que puede comprender eso. Fuman y le dice luego a Jacob que, como abogado, debe haber estudiado. Y Jacob le cuenta que tras la escuela su madre no le permitió aprender ningún oficio. No había dinero y tuvo que cuidar de sí mismo. Un trabajo después de otro. Todos temporales, con semanas de desempleo en medio. Mataba el tiempo leyendo la enciclopedia heredada de los viajeros al exterior. Llegaba hasta la ‘T’, pero no le importaba. Usó un diccionario para descifrarla. Absorbió el saber página a página. Y quizás así, sin darse cuenta, forjó su carácter y aprendió por qué dicho término significa ‘el que graba’. Que es como el que lee y escribe. O el que, gracias a la lectura, escribe. Mientras, Jacob y Joba, se irritaban cada vez más entre sí. Jacob quería partir ya y ganarse la vida. En apariencia, ella quería lo mismo. Joba le trae un nuevo huésped y dice que su hijo se muda al cuarto trasero.

Por siete florines, tiene pensión completa. Eso sí, le advierte no fumar en el cuarto. Jan Maan se presenta a Jacob. Comunista tornero que se mudó luego de pelear con sus padres por su prometida. Trudy se llamaba y la conoció en una cafetería. Joba dijo que, si trabajaba en una cafetería, entonces ‘hervía de propinas’. Un mes más tarde, el compromiso se acabó. Aun así, Jan Maan se quedó con ellos para siempre. Jacob sonríe al ver la foto de Lenin en uno de los libros de Maan, quien se pregunta qué pasa entre ellos, que Joba no habla: debería salir y buscar un trabajo, dice. Construir algo, subir la escalera: ‘Esta sociedad no quiere escaladores’, señala Jan. ‘¿Ustedes van a cambiar eso?’, le pregunta Jacob. Maan cree que el P. C. crece de continuo. Lo que, dentro del régimen capitalista, va en proporción directa al número de desempleados. Es decir, cuando la demanda de trabajadores supera a la oferta de empleo, de acuerdo con Karl Marx. Maan cree que todos serán comunistas al final del siglo.

Jacob y Jan, por un anuncio van a buscar empleo. Cuando pregunta por una tienda en venta, Lucas Meijer le responde que está parado en ella y se dan la mano. Vale 900 florines, tanto por la mercancía y tanto por la clientela o el nombre. Maan duda que tenga algún cliente, con lo cual lo de ‘clientela’ es una farsa: la farsa del capital, para engañar incautos o ilusos. Jacob se decide a pedir los 900. Los posibles prestamistas, uno tras otro, le dicen que lo sienten ‘por falta de garantía’, o sea, por no tener respaldo de ningún tipo. El último lo ‘siente mucho’, pero no oculta su goce por el fracaso ajeno. Sale y ve un aviso en la prensa: ‘Dinero rápido–Sociedad de Crédito Popular’. Lo que ya casi llega a Colombia, gracias a Muhammad Yunus, fundador del Banco Grameen, en Bangladesh, India. De no ser así, seguirá reinando la usura del capital o la plusvalía del capitalismo, si se escucha a Marx. Y Jacob Willem le muestra a Jan Maan el sobre con los florines que consiguió para comprar la tienda de cigarros.

Le anuncia a su madre que se va: ya está bien de tanto silencio entre los dos, tanta tensión, tanto desprecio/odio sin saber con exactitud de dónde sale. Salvo de la impotencia del estigma social que castiga a Joba, por ser la madre de un ‘bastardo’, esto es, nada más que un ‘hijodeputa’. Cuando el hijo reta a la madre a decir algo, su rebeldía innata ante el diktat patriarcal/machista y andro/falo/céntrico se activa de modo casi automático: ‘Haga como le plazca’. Ante su réplica, Jacob le anuncia una ‘sorpresa’, que más parece una amenaza. Sin embargo, algo de nobleza tiene Jacob hacia Joba, cuando con Jan le manda decir que ‘no se preocupe’. Empieza a verse, cómo el carácter se forja más entre las adversidades que con el viento a favor. En un día gris, Jacob se recuesta, da vueltas en la cama y fuma. De pronto, reacciona, baja en carrera al sótano, revisa las cajas, solo paja en ellas. Fue robado. Va a mil donde Lucas Meijer, a quien compró la tienda, pero se topa con un gordo que no se le parece.

No tiene más remedio que volver a casa de Joba y lamentarse: de vuelta con ella, comprendió que jamás quiso tener un negocio. Menos, una tienda de cigarros. Solo fue un pretexto para escapar de ella: pero, con serios efectos. Le notifican que en su ausencia la Sociedad de Crédito Popular solicitó su quiebra; que su propiedad fue inventariada. Y se acuerda de sus libros. Luego, en el tranvía, Jacob sabe que fue convocado a la oficina, con su resumen de deudas al banco y de arriendo y listado de otros deudores, por el síndico J. de Gankelaar. Va y le dicen que vuelva al otro día. Se topa con Jan y éste lo invita a presentarse en un trabajo, pero Jacob le dice que lo tendrá en el bufete, donde acaba de estar. Y se va a casa ‘a pensar’ pues ese es el trabajo de los abogados, al decir del comunista Jan Maan. Le dicen que su propiedad vale 15 florines, es decir, lo que cuestan sus libros y que si es todo lo que tiene. Esa cifra no le alcanza para cubrir una quiebra. El funcionario aconsejará que se la suspendan.

Lo que tendría que hacerse por falta de reservas. Supone que Jacob no se opondrá. Tras mediar en un asunto que no le compete, éste es contratado, como secretario personal de J. de Gankelaar, con quien ha hablado sobre su deuda. Joba no dijo nada sobre la partida de Jacob, ni siquiera el consabido ‘haz lo que te plazca’. Jan ya sabe dónde hallarlo. Alquiló un cuarto donde el conserje de la oficina. Era libre, y por fin se han librado uno del otro. Claro, se habla de su madre y él. Y en su cuarto, abre la maleta y halla una nota con su nombre, dos camisas nuevas y que las cuide. Firma, su madre. Como en cinco días empieza, de noche practica tipografía en la oficina y durante el día, taquigrafía en el cuarto. Luego se sabe que el Sr. Katadreuffe, la Srta. Sibculo, los Sres. Carlion y Rustenburger, la Srta. Born, detrás del Dr. Sprengers, los Buregijks y el Sr. Rentenstein, son convocados para conocer al nuevo colega. Éste, dice que no necesita presentación, vio su trabajo y espera que les evite ese espectáculo.

Y lo invita a considerar una solución mutuamente aceptable. Gankelaar le pregunta qué hace: cuenta las sílabas por minuto. Y le relata a Te George, secretaria del Dr. Stroomkoning, que Jacob es demasiado rápido. Éste, cree haber encontrado su destino en el bufete. En esa oficina, el mundo se abrió para él. Nadie podrá detenerlo. De pronto, a la oficina de Rentenstein, entra Dreverhaven. La cara de Jacob, mitad sorpresa y mitad terror, no puede ser más elocuente. El padre se siente observado, mira hacia arriba, pero Jacob ya no está. Le pregunta a la Srta. Sibculo qué hace su padre allí y ella le cuenta que es el Oficial de Justicia, que no trabaja allí… ¿no lo conoce? ‘Ese mastín solo viene a ver a Rentenstein o cuando necesitan un oficial de justicia’. Jacob va a los archivos y busca el suyo: nota que la mayoría de libros está en malas condiciones, la enciclopedia incompleta y que valen 15 florines. Así, sabe que Dreverhaven ha ido ‘a nuestra casa’. Gankelaar, frente a Joba, dice venir por Jacob.

Teme que la Sociedad de Crédito Popular pida su quiebra. Obtuvo un préstamo de 900 florines en abr.1923. Su cigarrería no fue exitosa. Plano sobre Joba y Dreverhaven hasta que ella lo ve. Al salir de la oficina, Jacob también lo ve y es presa del miedo, incluso del pánico, más que del odio que otras veces ha sentido por él. Katadreuffe es llamado: el Banco solicita su quiebra de nuevo; debe ir al Tribunal. Firma el Dr. Schuwagt. Según Gankelaar, no pueden quitarle nada. Pero, eso era antes, porque ahora tiene sueldo, señala Jacob. Un trato con Schuwagt podría evitar el embargo del sueldo, aunque Dreverhaven jamás acceda a ello. Jacob: ‘¿Qué tiene que ver?’ ‘Usted le pidió un préstamo, ¿no?’ ‘¡El banco es suyo! ¡El préstamo era suyo!’, le grita Jacob a Joba. Y le pidió la quiebra. La venganza/humillación de Dreverhaven con Jacob, su hijo ‘bastardo’, queda al descubierto. Joba: ‘Deudas son deudas’, le dice a su hijo. Y éste, incómodo, averigua por qué no le dijo que su padre estuvo en casa.

Y la grita sobre su silencio, por qué nunca dice nada. Jacob piensa ir a la quiebra, perder su empleo y emborracharse, pero jamás ver a su padre. Éste y su régimen persiguen cada vez más a los comunistas y los meten a la cárcel, según un camarada. E invita a ir esa noche a Ruigbroekstraat. Se trata de hacerle ver al enemigo que no le tienen miedo. Mirarlo a los ojos y luchar por los derechos. De repente, la policía entra y los agarra a bolillazos. El padre le dice a Jacob que si viene a pagar su deuda: ‘¿Ella te envió? No, no podría’. Jacob: ‘¿Por qué hace esto?’ ‘¿A ti?’ ‘Sí, a mí, a ella, ¿por qué?’ ‘¿No viniste a hacer negocios?’ ‘No, a decirle que no le tengo miedo’. Así, lo verá al día siguiente en el tribunal. Dreverhaven sale, en medio del aguacero. Jacob corre detrás del carro, lo insta a parar, hasta que sube e inquiere sobre su actuar. Propone las mismas condiciones del préstamo. Se trata de una oferta de una sola vez. Jacob le dice que no pidió eso. Si no le gusta, no importa, le dice el kafkiano padre.

Le arrebata la navaja, la dobla y la guarda. Cuando le pide al chofer llevar al hijo negado a su casa, Jacob le recuerda que no necesita nada de él. Prefiere ir a la quiebra. Un policía le dice a Dreverhaven que tiene una orden de desalojo en Ruigbroekstraat. No puede ser cierto, dice otro, es ‘un suicidio’. Jacob recuerda que Dreverhaven no estaba en el tribunal de su quiebra. Lo representó Schuwagt. Y De Weber fue nombrado síndico. Alguien se pregunta si Jacob podrá desprenderse de su sueldo cada mes, para cubrir la deuda: cuanto antes se pague, mejor, dice Gankelaar. Según su sueldo, Jacob cree que la quiebra dure al menos 18 meses. Una época de miseria, aunque con esperanzas. La Srta. Te George pasa, va adonde Jacob y opina que no debería trabajar tanto pues se le ve muy pálido. Es bueno estudiar, pero con moderación, señala. ¿Cómo sabe ella eso? Todos lo saben: lee libros. Él asiente, pero dice que ahora no tiene mucho tiempo. Jacob hace una declaración y Te George un contrato.

Un contrato para Stroomkoning, en francés. Ella le pregunta si le satisface su cuarto y que se lo muestre, no más tarde sino ya. Jacob le cuenta que su madre habla poco y Te George le dice que es bueno cuando las personas pueden estar juntas en silencio. Jacob recuerda que su deuda se saldó el 1º.feb.1924, mientras asiste, con Joba y Jan para celebrar, a un filme del cómico gringo Ben Turpin. Estaba libre de Dreverhaven, pero para nada satisfecho: como les pasa a muchos hombres cuando llega la vejez. Pero, no cuando uno no deja entrar al Viejo del que habla Clint Eastwood. Suma total e intereses, pagados de forma puntual en 12 cuotas: ‘Brindaré por eso’, dice Dreverhaven. Y lo hace por Jacob Willem, porque es ‘excepcional’. Llega un piquete de obreros adonde Dreverhaven. Tumban la puerta, pero éste los recibe desnudo. Alza un medallón y dice que al dia siguiente en la mañana Jacob será desalojado por incumplimiento de contrato en nombre de la ley. ‘¡No tiene derecho!’, le grita una mujer.

Y lo hace antes de lanzarle una pedrada en la cabeza. Los huelguistas con palos corean: ‘¡Sucio bastardo!’ y lo agarran a golpes hasta derribarlo. Pero, solo ha sido una pesadilla, de la que Dreverhaven acaba de despertar. Entra Jacob y le pide otro préstamo pues necesita dinero. Y el padre que niega a su hijo, lo cita para el día siguiente a las nueve en el banco. Y el filme, cíclico, vuelve al inicio, cuando Jacob es interrogado en la cárcel. ‘¿Pidió otro préstamo? Por fin se había librado de él. No requería verlo una vez más. ¿Pero usted volvió e inició otra vez?’ Jacob quería retarlo, vencerlo. ‘Un abogado para usted y el forense quiere hablarle’, le dicen. ‘Sr, Katadreuffe, ¿su ánimo de pelear le viene de su madre? Su parto, también fue una pelea. Ella sufrió extrañas contracciones, como si no quisiera que naciera’. Jacob se acercó a Dreverhaven porque quería derrotarlo. Lo que no sabe el funcionario es por qué aquél aceptó el reto pues no lo necesitaba. Ya había ganado, varias veces. ¿Qué quería?

Jacob, al inicio, pensó que era solo por negocios. Al día siguiente le prestó los 2.000 florines con un interés mínimo del 8%. Pero, con una cláusula explícita: el Sr. Dreverhaven puede reclamar su préstamo en cualquier momento, es decir, el dinero, tanto si le conviene a Jacob o no. Y a eso se compromete no el ‘suscrito’, o inscrito, sino el ‘infrascrito’, o firmante. Pese a la condición de Dreverhaven, Jacob se sentirá seguro de sí mismo. Usó el dinero para tomar clases privadas por dos años. La verdad no cuenta en la ley, sino, la prueba: lo que puede demostrarse. Pronto Jacob aprobará sus exámenes, dice Gankelaar. Le pide a Te George que le muestre la biblioteca de Stroomkoning. Puede entrar incluso a su despacho pues ella sale a vacaciones. No cree que demore mucho, le gusta estar/trabajar en su oficina, dice. A él, también, le dice Jacob; y se miran a los ojos. Aquél quiere decirle algo más, pero no está muy seguro y puede pensar que es algo tonto. Pero, la primera vez que fue al bufete vio su nombre.

Sí, vio su nombre entre los de Carlion y Rustenburger. El encuentro con Te George, su reacción ante la visión de Jacob, lo mantuvo despierto varios días: no habrá tiempo para arrepentirse, por las cosas del pasado, sino para el cambio, por las del presente. Aún la tenía en su mente, cuando Maan presentó a su nueva prometida tres semanas después: Coby, a quien conoció en una tienda y que, quizás por su carácter, los padres de él no la aprueban. Pero, Coby se fue con otro, poco después. Te George llama a Jacob en la playa y nota que sabe lo que piensa: toparse allí es muy casual. Pero, ¿quién dice que no hay tal cosa?, pregunta Jacob para beneplácito de ella: ‘Yo, pero estoy segura de que hay teorías. Estoy ahí’, dice. El problema es que no trajo vestido de baño, apenas libros. Ha ido a la playa, ‘solo a estudiar’. De pronto, la llaman: ‘¿Lorna? Y éste, ¿quién es?’ ‘Compañero de la oficina’, responde. Van Rijn, su amigo, se presenta. Primera vez que escuchaba su nombre, dice Jacob sobre Lorna.

A Van Rijn, nunca antes lo citó Lorna delante de Jacob, quien hoy está desengañado. Por eso, se niega a contestarle ahora en la oficina, salvo cuando insiste con que Stroomkoning quiere verlo ya. Katadreuffe es notificado sobre unos faltantes de caja recientes. Por ende, han despedido a Rentenstein. Tal vez Jacob no lo lamente, ni quien se lo dice. Jacob es nombrado gerente de la oficina. Pero, no habrá terminado con Rentenstein. Y Gankelaar lo felicita, por un lado, pero, por otro, le recuerda que Dreverhaven quiere de vuelta los 2.000 florines en tres días: pide su quiebra, justo, antes de los exámenes de Jacob. Gankelaar lo representa ante el tribunal: se trata de una deuda con la Sociedad de Crédito Popular. Jacob la reconoce. Por conservar los libros que pagó para evitar el embargo, ahora Gankelaar es su acreedor. Jacob insiste en pagárselos y dar por cerrado el caso. Jacob cree que Dreverhaven ganó y que jamás debió enfrentarlo. Gankelaar persiste en pagarle al padre, pero Jacob recusa.

Jacob no acepta bajo el lema materno de que ‘deudas son deudas’. Gankelaar le grita que quién le enseñó esa suerte de autocastigo. Y le recuerda que quienes no saben aceptar un obsequio, tampoco son capaces de dar nada. Gankelaar le hizo ganar el caso. El juez decreta la segunda deuda como irrelevante y la quiebra es rechazada. Al perdedor le quedan otras dos instancias. Gankelaar observa que Dreverhaven puede forzar a Stroomkoning a embargar el sueldo de Jacob. ‘Pero, Dreverhaven no hizo nada’, recuerda éste. No le interesaba verlo quebrado, asegura. Quizás, tampoco Dreverhaven estuviera en la ruta del arrepentimiento, sino que fuera ahora por la del cambio. Quizás, ambos fueran producto de un mutuo deseo de reencausar sus destinos, así al final no se hallaran del mismo lado. ‘Solo quiere demostrar quién manda…’, acota Jacob. Y tal vez eso signifique, una vez más, la práctica de la dialéctica del amo y del esclavo: uno no quiere caer del pedestal y el otro opta por subir a él.

Solo que Jacob, a diferencia de Dreverhaven, lo haría sin pisar a nadie, es decir, sin arribismo alguno. A excepción de tanto trepador y de tanta trepadora que en el mundo hay. Jacob, en este caso, confía en su preparación, en sus capacidades y, cómo no, en su carácter. Uno, forjado a pulso, pero no a la manera capitalista/gringa del Self-Made-Man o el Hombre-hecho-a-sí-mismo. La influencia de sus padres, desde orillas distintas, ha sido capital en la formación de su personalidad. Tres meses después, Jacob rindió sus exámenes y al volver a casa no había nadie para felicitarlo. Una vez allí, pensó en visitar al enemigo, aun sin tener nada qué decirle. Pero, sin notarlo, se quedó parado frente a él. Cuando ambos se preguntan ¿qué quieres?, Jacob le dice: ‘Vine a decirle que no me derrotó en el tribunal. Y que es mejor que me deje en paz’. ‘¿O qué?’, pregunta, retador, Dreverhaven. Agrega que le haga algo y lo empuja. Lo reitera y golpea en el pecho. Por tercera vez lo empuja y tira al piso. Y lo grita.

Al hacerlo, le tira con fuerza la navaja. En cierto punto de su vida, y de su lucha con Dreverhaven, si hubiera campo para el humor, quizás Jacob coincidiría con Groucho Marx: ‘El dinero no me hace feliz, me hace falta’. Ya en serio, tal vez pensara que mejor que sea así: que le siga haciendo falta. De ese modo, las opciones de ir tras el deseo de ser feliz se multiplican, no solo para Jacob sino para todos. En la oficina, Lorna recibe a Jacob con una fiesta sorpresa. Gankelaar le pregunta si desaprobó los exámenes. Saca el diploma y todos ¡bravo!, aplauden con frenesí. Le regalan la edición completa, 24 tomos, de su enciclopedia: ‘Conocimiento hasta la Z’, ya no hasta la ‘T’. Aunque Stroomkoning puso la mayor parte, todos contribuyeron, así que es un obsequio colectivo. Lorna le confiesa sus dudas, dado el desliz con Van Rijn, sobre hacer la fiesta o no. Jacob agradece. Ella le explica sobre esa tarde en la playa pues debe saber que, aparte de querer darle celos, algo más hay. Jacob la ataja…

No sabe por qué reaccionó así. Pronto iniciará sus estudios de derecho, luego se especializará. Sabe que todos tenemos ciertos dones; solo se trata de descubrirlos: cada uno debe hacerlo. Luego, hay que desarrollarlos, para poder progresar. Cada uno puede, sin importar desde cuán abajo empiece. Cualquiera con un objetivo de lucha, y dispuesto a sacrificarlo todo, superará todo obstáculo, toda adversidad. En tanto el objetivo perdure, no se distraiga y deje de lado lo demás. Esa es la convicción de Jacob y así lo hace saber a todos. ‘No pude verlo, no vi las señales’, confiesa. Estaba muy lleno de sí mismo, de su futuro. Entre el desconcierto, porque Lorna se ha ido, alguien le dice que la fiesta aún no acaba. Salvo para él, por ahora. Entra a su cuarto, golpea la puerta, levanta un abrigo y saca la navaja. Sube a la terraza, donde ya estuvo con Lorna, y relata que jamás volvió a la oficina. El día posterior a la fiesta, envió su renuncia, sin dar razones y nunca más se supo de ella. En su cabeza, la imagen de Lorna.

Va al médico, que le recuerda lo que ya, en parte, le dijera Lorna: tiene muchos nervios y está exhausto, no tiene resistencia ni cree pueda trabajar, está agotado y en colapso mental. Otra cosa: ‘Su madre no está bien’. Tiene los pulmones débiles y él lo sabe. O sea, estrés por el trabajo o alienación. Su madre carga en parte con el fardo de su cantera, por no atender las señales de su silenciosa enamorada. En su vida, siguió un periodo de mudez, el preludio de la tormenta o la calma que en ella deriva. Aún le debía, pero por dos años no supo de Dreverhaven: sí, que su negocio tenía problemas, que abusaba del alcohol y siempre había peleas. La muerte de Joba se venía y fue a verla. ‘¿Cuándo nos casaremos, Joba?’ Lacónica, como siempre, le espeta: ‘¿Por qué no dejas a nuestro niño en paz?’ Dreverhaven responde que, a ese niño, lo estrangula nueve décimos y el último lo fortalece. ‘Nunca me casaré contigo’, ratifica Joba. Eso sí, le asegura que nunca ha habido otro. Lo que muy bien la define.

Dreverhaven va a un edificio, golpea con fuerza y les notifica a una madre y a sus dos hijas que tienen tres días para salir. Parece una copia del ex primer ministro inglés Tony Blair, la ‘perrita faldera’ de EE.UU., y quien decía: ‘Hay que ser intolerantes con los sin techo’. Y golpea tres puertas más, notificando los tres días para desalojar. El rechazo de Joba lo ha enajenado, pero él parece no advertirlo: solo escupe su furia contra los inocentes, los que nada le han hecho ni necesitan explicarlo. Como hacen casi todos a los que el poder se le sube a la cabeza. La pesadilla se repite en la realidad. A los que llegan con teas y palos, les anuncia que ‘mañana’ serán desalojados por falta de contrato: y se cuelga la medalla, en nombre de la ley. Y reaparece la mujer que en la pesadilla le lanzó una piedra y ahora, en la vigilia, llega por su marido, lo coge del brazo y a casa. Sale del edificio el áulico del ‘mastín’ Dreverhaven para adoctrinar a los demás: sí, váyanse a casa. Diversos planos describen todo.

Planos en grúa, picados, contrapicados, travellings, muestran a la gente desocupando el edificio y ocupando el muelle con sus bártulos. Jacob señala que Dreverhaven había quitado los pisos pues jamás instalaría un ascensor. Cuánto le desagradaban los desahuciados. Pero, cuanto más lo dejaba en paz, más obsesionaba sus ideas. Y vuelta al comienzo, cuando niño vio a Dreverhaven tirarse al agua y luego ser sacado de ella. Por eso les recuerda a los viejos de la oficina lo que ellos no sabían que sabía: su bote estaba del otro lado del buque, así que debieron subir a Dreverhaven a bordo. Mientras, Joba llamaba a Jacob para irse. Dreverhaven era valiente, dice alguien. Gankelaar duda entre valiente y cansado de vivir. ‘Alguien así puede no sentir miedo, pero eso no es valor’, agrega. Su desidia ante todo, lo hace peligroso. Gankelaar anuncia que deja la oficina para ir al exterior. Un mes más tarde, partió para Nva. Guinea. ‘¿Tendrá cuidado?’, dijo la noche que lo supo. Fue su consejero y Jacob su protegido.

Jacob no fue a la oficina, sino que decidió celebrar su diploma con Joba y Jan Maan. Cuando su madre le dice que agradezca a Dios por darle tan buen cerebro, Jacob observa que desde cuándo se le cita allí: como quien dice, en zona de comunistas. En el parque, con Joba, Jacob ve a Lorna, le pregunta si se casó, por el coche de bebé que lleva: ahora es la Sra. Frotenhaven, pero puede decirle Te George. Persuadió a su marido a mudarse por ahí: es tenedor de libros. Para Lorna, no ha cambiado. Jacob le recuerda que no se casará con nadie más, como su madre le dijo al ‘mastín’. ‘Nunca la olvidé’, le confiesa. Joba, al verla, le suelta que si nunca se le declaró fue un tonto: bueno, tal vez, no, porque es la mujer la que decide. 18 meses después, Joba murió durante el sueño. En el entierro, lluvioso, Dreverhaven se acerca al féretro y se quita el sombrero en señal de duelo. Jacob dejó de verlo seis años, lo había dejado en paz, consiguió todo (y nada) lo que quería, por sí mismo. Su padre lo supo todo el tiempo.

Sabía que iría a verlo hoy. Sale de la reunión, va por la navaja y se dirige, presuroso, adonde Dreverhaven. El filme vuelve al inicio, cuando se recibió de abogado, cosa que seguro lamenta, pero ha sido así y que es la última vez que va por allí. Despedida, espalda contra espalda, felicitaciones, oferta de mano, rechazo: porque es la mano de quien siempre estuvo en contra suya. ‘O lo ayudó’, dice con relativa certeza el viejo a su hijo ‘bastardo’ o, según las malas lenguas, ‘hijodeputa’. Jacob se le viene encima cual tempestad, entre Calibán y Próspero y viceversa, con tan mala suerte que Dreverhaven es más fuerte y lo tira al piso, lo patea y coge a golpes. Cuando cree consumada su derrota, Jacob logra acercarse, lo muerde en la cara y vapulea con objetos de todo tipo: hasta una biblioteca le tira encima. Por último, si aún se cree que la juventud siempre gana, el veterano recurre a su experiencia, no por los años sino por los daños, y trata de hallar el equilibrio entre lo que dejó de hacer y lo que hizo.

Entonces, como ya dijo que quizás por parecer estar en contra suya, en realidad lo ayudó, ahora, en medio de la impotencia por las fuerzas diezmadas, desde el inefable dolor le pide ayuda. Pero, Jacob se retira, lanza al piso la navaja y parte. De nuevo en la cárcel, lo rodean aquellos que intentan averiguar qué pasó cuando Dreverhaven le pidió que lo matara, pero él se negó. Le recuerdan que aquél estaba vivo cuando partió: es verdad, dice Jacob. Lo que no saben uno ni otros es que Dreverhaven sobrevivió al ataque de su hijo, bajó unos pisos y se estrelló contra los efectos de lo que produjo para los demás: miseria. En medio de ella, con sus propias manos, se hizo el seppuku, no harakiri, y se lanzó para caer y, por fin, aterrizar contra unos tablones que en el resto del edificio hizo quitar, para causar la desgracia a tantos que por cada desalojo, sin reparo alguno, fueron sus víctimas propiciatorias una y otra vez. Por contraste, todo ello indica que Jacob no adornó su alma, sino que la forjó en la adversidad.

En su libro La ética protestante y el espíritu del…, Weber dice que la fe religiosa se asocia con rechazo a lo mundano, a buscar riquezas y bienes. Así, cita los ‘escritos éticos’, de B. Franklin, quien ideó la frase/símbolo del capitalismo: “Recuerde que ‘el tiempo es dinero’. El que puede ganar diez chelines diarios con su trabajo y se va al exterior o se desocupa la mitad de ese día, aunque gaste solo seis peniques en su diversión u ocio, no debe considerar ‘ese’ el único gasto; […] ha gastado, o más bien tirado, además, cinco chelines. […] Recuerde que el dinero es la ‘naturaleza prolífica y generadora’. El dinero puede engendrar dinero y su descendencia puede engendrar más, y así sucesivamente. […] Cuanto más hay, más produce en cada giro, de modo que las ganancias aumentan cada vez más rápido. El que mata una cerda reproductora, destruye toda su prole hasta la milésima generación. El que asesina una corona, destruye todo lo que podría haber producido, incluso decenas de libras”. O de libros.

El inspector despide a Jacob y Jan: regresa y le da un documento del abogado para el primero, con sus casas, Banco, propiedades, todo. ‘¡Te has convertido en un capitalista!’, le suelta el comunista Maan. Cuando se le pregunta si esperaba más, Jacob señala que ‘no de él’. De Bree le desea lo mejor. ‘Contacta a mi abogado cuanto antes’, firma Dreverhaven, dice Jacob. Jan le cuenta que no es así: ‘Por favor, contacta a mi albacea, el Dr. Schuwagt’. Y en cuadro, Dreverhaven. ‘Sinceramente tuyo, Vacher [Padre/Vaquero]’. Cuando el funcionario que le dio el documento se pierde, Jacob ve en su lugar a su ahora, por fin, padre: no en vida, sino desde la muerte. Al tiempo, pasa el fantasma del capitalismo, que él representa, y que sigue jodiendo a todos, en la realidad concreta. Padre e hijo no pudieron amarse, porque su férreo carácter les impedía mostrar sus debilidades y a la vez ocultar su fuerza. Nótese que aquél es mastín, ley sin compasión, maldición de los pobres: en suma, el espectro vivo del capitalismo.

A mi adorado hijo Santiago, por su carácter cada vez más afianzado en el cambio de sí mismo.

FICHA TÉCNICA: Título original: Karakter. En español: Carácter. País: Holanda. Año: 1997. For.: 35 mm; color; 119 min. Gén.: Drama / Thriller psicológico / Historia: 1920. Dir.: Mike van Diem. Guion: Mike van Diem / Laurens Geels / Ruud van Megen, sobre la novela de Ferdinand Bordewijk. Mús.: Het Paleis van Boem. Fot.: Rogier Stoffers. Int.: Arend Barend Dreverhaven (Jan Decleir); Jacob Willem Katadreuffe (Fedia van Huêt); Jacoba / Joba (Betty Schuurman); J. de Gankelaar (Victor Löw); Lorna Te George (Tamar van den Dop); Jan Maan (Hans Kesting); Rentenstein (Lou Landré); Stroomkoning (Bernard Droog); Inspector de Bree (Frans Vorstman); Dr. Schuwagt (Fred Goessens); Juffrouw Sibculo (Marisa van Eyle). Idiomas: alemán / francés / inglés. Productora: First Floor Features. Premios: 1997, Oscar a la Mejor Película Extranjera. Enlace: https://archive.org/details/karakter.-1997.-dvdrip-1                

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata O. y Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES (20.feb.21). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión, EE, Las2Orillas. E-mail: [email protected]  

 

 

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