El pasado jueves 26 de marzo fue presentado en Barranquilla el libro titulado Caracoles en baile de negros, publicado por la editorial barranquillera La Iguana Ciega, proyecto editorial que agrega a su ya extensa lista de publicaciones culturales relacionadas con el Caribe colombiano esta investigación fotográfica de Juan Camilo Segura, que cuenta además con un interesante texto ilustrativo del cronista Adlai Stevenson Samper.
Juan Camilo Segura es un destacado fotógrafo colombiano que se inició como trabajador de las artes escénicas, hizo parte de diferentes grupos teatrales nacionales, fue cofundador del colectivo teatral La Papaya Partía, grupo en el cual hizo parte del colectivo musical con el que visitó Barranquilla hace 30 años, y luego se convirtió en uno de los fotógrafos más sobresalientes del país consagrado en registrar el quehacer teatral colombiano “transmitiendo ante todo la presencia del actor en la soledad existencial del escenario” como definió su trabajo el maestro Carlos José Reyes, oficio con el cual ha participado en importantes eventos nacionales e internacionales.
El ojo de Juan Camilo Segura, al que me he referido ya en varias ocasiones, de frente y de reojo, desde que tengo la oportunidad de conocer y disfrutar su trabajo versátil y creativo, tiene un talento que sabe hallar en el siempre milagroso hecho fotográfico (ya esté referido a las imágenes escénicas de una obra teatral, a un objeto aparentemente anodino, o a una escena callejera del Carnaval de Barranquilla), el pretexto para ofrecernos una imagen diferente de aquello que ya sabemos visto y procesado pero que su ojo de fotógrafo se permite reinventar bien sea desde el inocente ademán convencional de la foto analógica o bien desde cualquier asombroso procedimiento experimental con el que agrega o resta razones al pretexto inicial y produce siempre un hecho excepcional para la mirada del otro. La nuestra.
Y es precisamente ese poder transformador el que ha hecho de J.C. Segura un fotógrafo de extraordinaria fuerza creativa, desarrollando en este oficio un ojo pintor que ha ido evolucionando hacia un ojo narrador que mantiene a la imagen moviéndose en ese universo teatral, circense, fundamentalmente escénico, al que este artista ha estado siempre vinculado. Es como si la gestualidad permanente del actor en escena no quedara detenida en el congelamiento de la fotografía y recibiera de manos de J.C. Segura la invitación a ese último movimiento en el que casi siempre se traspasan los códigos de un lenguaje que ya es otro. Y todo esto en virtud de un quehacer artístico en el que la creatividad, la experimentación y la imaginación son instrumentos de una libertad expresiva que solo posibilitan en el artista la seguridad del conocimiento y la certeza del dominio técnico.
La elección del motivo y la decisión de contar el cuento con el mismo ánimo creativo con el que lo haría un cineasta representa un acierto indiscutible de este fotógrafo que ahora nos cuenta, como lo hizo hace unos años con los pescadores de cometas de las Bocas de Ceniza, la historia de este baile de negros ataviados con caracoles de río que una vez por allá a mediados de la década de 2000 vio danzar a orillas del Canal del Dique en un festival de Son de Negros de Santa Lucía, y fue luego a buscarlos a un rincón extraviado de nuestra geografía en el que se unen Atlántico, Bolívar y Magdalena conocido como Bahía Honda.
Las Danzas de Son de Negros, o Danzas de Negritos, o Baile de Negros, como también se les conoce, es una reactualizada y rescatada del olvido en los últimos 20 años, es de los fenómenos más curiosos e impactantes de nuestras manifestaciones culturales, sus valores esencialmente plásticos, histriónicos y particularmente cómicos de su expresión son elementos que dialogan, como lo hacen varias otras cosas del Carnaval, con otras expresiones de otras culturas en el mundo. A mí, por ejemplo, me parece que dialogan de manera importante con una manifestación ya clásica de la historia de la cultura negroamericana en los Estados Unidos; me refiero a los Minstrels, espectáculo bufo en el que los negros se pintaban de negro para ejercer la ridiculización de su cultura como bufones, flojos, ignorantes y perezosos, cantando, bailando e imitando sus roles en la sociedad de la época. Y me contaba Juan Camilo que hay varias manifestaciones africana de hoy que también recuerda el uso de estos caracoles y estas modalidades coreográficas y cómicas.
Este Baile de Negro ejerce también, atravesado por el espíritu burlón del carnaval, y con otras motivaciones, la mofa y la befa, una manifestación de dramática caricatura en donde lo fundamental es el cuerpo todo en frenético movimiento buscando la comicidad como objetivo más allá de la música.
Este nuevo libro de la editorial La Iguana Ciega es un aporte afortunado a seguir conociendo la historia profunda de nuestras expresiones culturales del Caribe colombiano, en una apuesta que junta ya muchos otros interesantes títulos en este propósito.