Con un lenguaje sesgado y mal intencionado, los grandes medios de comunicación registraron las jornadas de protesta campesina. Se necesitan nuevas palabras para definir los nuevos movimientos ciudadanos.
Somos seres sensibles al poder de las palabras, a sus imborrables huellas que nos definen, a su fuerza que sana o destruye. Cada palabra acoge un mundo de significados y de sentidos que nos permite abrazar o alejar el horizonte humano. Los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad social frente al manejo y la manipulación que hacen del lenguaje; de las palabras que seleccionan y las que omiten para transmitir y analizar una realidad, que como el reciente paro nacional campesino, es de interés nacional.
Las palabras deberían ser el único territorio en el que podamos encontrarnos para llegar a acuerdos o para plantear nuestros desacuerdos. Sin embargo ¿por qué en los grandes canales de televisión nacional sólo declaran y opinan las autoridades, los dirigentes, los gobernantes? ¿sólo ellos tienen derecho al uso y abuso de las palabras? ¿y la gente? esa que está acorralada por la pobreza, por las deudas, por la desigualdad ¿acaso no habla, sólo gruñe y lanza piedras y palos desde las lomas?
Pues esa gente, la que no desfila semanalmente frente a las cámaras de Caracol y RCN, sí habla; y podrían contar la razón por la que un día, indignados y traicionados, salieron de sus casas y caminaron durante horas enteras para bloquear una carretera o llenar una plaza pública. Pero la vergonzosa realidad es que los periodistas de los grandes medios de comunicación son quienes definen la protesta social en Colombia, y lo hacen con el mismo puñadito de palabras que arrean año tras año: desabastecimiento, caos, desórdenes, vandalismo, infiltrados, pérdidas, terrorismo, violencia, recompensa.
Una parte de la ciudadanía, mansamente, cree que esas viejas y descascaradas palabras que reproducen una y otra vez mundos humeantes y apocalípticos, describen la complejidad de su país, a sus gentes y sus amores y odios. Esas palabras mal intencionadas y solapadas que empequeñecen y encapuchan la indignación y el profundo conflicto social de Colombia, privilegian a un país de privilegiados, a una pequeña esquina de gentes poderosas e indolentes.
En cambio, otra parte de la audiencia desconfía de esas grandes empresas de información y entretenimiento. En la calle y en las redes sociales ese ciudadano les reclama y los acusa de traidores. Ese ciudadano cansado de tanta amenaza terrorista, busca otros canales de información, medios alternativos que puedan contarle, con otras palabras, otras realidades del paro nacional campesino y ciudadano: equidad, dignidad, redistribución, justicia, solidaridad; un lenguaje con el que intentamos comprender por qué una familia campesina, un estudiante, un usuario del sistema de salud, un camionero, un padre de familia agobiado teme y repudia a las autoridades de su país.