No me pierdo el programa y he gastado mis dedos escribiendo tuits en apoyo a la carranguerita, ¿no es una dulzura esta niña? He visto La Voz Kids desde la época de Maluma; sin embargo, nunca había sentido tan abocado el programa a hacer llorar a los niños, ya sea de tristeza o felicidad.
Me pudre por dentro que jueguen de esa manera con las emociones mías, del público, y sobre todo de los niños. Ya de por sí podría llegar a ser una infamia exponer a unos niños al lente público. De hecho, los casos de niños echados a perder por la fama abundan en la historia de la farándula mundial y nacional: el chico de mi Pobre Angelito y el de Terminator 2 son buenos ejemplos. Ambos terminaron envueltos en escándalos de drogas.
Además, tenemos al inestable Gary Coleman y en Colombia, el caso más patético puede llegar a ser el de Benjamín Herrera, el Ramoncito de Déjemos de vainas. Él llegó a vivir hasta en la calle.
Con eso claro, a mí no me parece sano que un papá decida exponer de esa manera a su hijo. Es demasiada presión para un niño, sobre todo cuando son tan pequeños. No más miremos a Mozart que fue un genio que le tocaba el violín a los emperadores cuando tenía 5 años, pero murió a los 36, despreciado, acabado y enterrado en una fosa común.
Ahora bien, si ya poner a los niños a concursar es horrendo, hacerlos llorar para tener rating es muy poco ético. Y justo eso es lo que siento que pasa a veces en La voz kids. De la nada empieza a parecer una telenovela mexicana de Verónica Castro: todos están llorando, hasta alguien tan serio como el maestro Cepeda.
Por favor, señores de Caracol, más respeto no solo con el televidente sino con los niños. La fórmula funciona, tienen 14 puntos de rating, pero empieza a agotarnos y a cuestionarnos. Yo tengo una hija de siete años y jamás la expondría públicamente ni la pondría a concursar en cualquier cosa. Si gana o fracasa estará muy pequeña para entenderlo.
Con todo y lo que amo a mi carranguerita preciosa dejaré de ver La Voz Kids. No quiero ser partícipe de algo que yo ya empiezo a sentir que es cuestionable. No, no quiero acostarme a dormir después de ver llorar a un niño