El pasado fin de semana, luego de casi un año de encierro, decidimos en familia que era necesario salir a tomar un nuevo aire, avizorando que pronto estaríamos encerrados nuevamente de un todo. Una oportunidad al espíritu, que tanto ha anhelado en estos difíciles tiempos. ¿A dónde ir de la manera más responsable, si es que había alguna? Un destino de poca acumulación de gente, era la idea.
Decidimos viajar al departamento del Caquetá y la elección terminó siendo la mejor de todas. Adentrarnos a él por una topografía exótica, que luego de superar el valle del río Suaza se interna en la montaña boscosa, donde en primer lugar al superar la máxima de altura de la vía nos encontramos con una neblina cerrada que se muestra como una forma de esconder lo que luego dejara ver al viajero. Cuatro túneles de corta duración dan paso al descenso hacía Florencia. Luego, por un lado, Morelia, Belén de los Andaquíes y finalmente para nosotros San José del Fragua, bañado por el río con el mismo nombre, y rodeado de fuentes hídricas en abundancia. Allí conocimos los portales del Fragua, dos inmensas laderas que sirven de marco al río Fraguita, y que nos regalan una imponente cascada en la mitad de la nada.
Después un regreso a Florencia para seguir hasta El Doncello, donde nos esperó Anayacito, con su serie de cascadas, contamos hasta once, cada una terminando en una agradable piscina natural, donde los pies quedan a la vista de los ojos, puesto la mirada logra penetrar hasta lo más profundo de ellas.
Al día siguiente, el premio mayor, aunque en honor a la verdad allí no hay premios secos, puesto que todos son enriquecedores, el Cañón de las Ceibas. Un viaje de aventura épica, de adrenalina, aunque para ser sinceros finalmente sin mayor riesgo. Un paisaje que parece fue hecho a mano, y al que dedicaron cientos, tal vez miles, de años, para dejarlo tan perfecto como cualquiera puede apreciar.
Todo esto rodeado de una naturaleza virgen, que ha sobrevivido a la depredación humana, tal vez porque no ha sido abierto al turismo masivo, aunque de hecho podría hacerse si se toman todas las previsiones del caso, y si se llega con amor y respeto por la naturaleza, y con la consigna que no se trata de un lugar solo para el presente, sino el que se quiere legar a las futuras generaciones.
Total, un sitio para recargar energía, para reencontrarnos con la naturaleza, para apreciar lo que ella nos da, y para saber que nuestro territorio es mucho más que ciudades y cemento.
Finalmente, unas gentes cálidas, afectuosas, respetuosas del turismo, que mantienen el mismo a puro pulso, y sobre todo sin explotación irresponsable del viajero.
Aunque no pretendo hacer análisis políticos, porque no estoy en capacidad de hacerlos y porque no es este el espacio, sí debo decir a aquellos que desde el centro desconocen los beneficios de la paz, la que sabemos no ha llegado del todo, pero a la que se le ha empezado a dar una oportunidad, que es claro que poder entrar a un departamento tan golpeado por las violencias (guerrillera, paramilitar, narcotráfico), y poder hacerlo por excelentes carreteras, sobre todo las internas, en vehículos propios, sin ninguna restricción, es ya una ganancia inusitada. Que hubiéramos podido ir y volver de El Doncello a Puerto Rico, de noche, sin amenazas, sin miedo, con toda la confianza, habla mucho de lo que fue y de lo que es.
Sentí que ir al Caquetá, el que está apenas a unas dos horas del Huila, por carretera pavimentada, y haber podido andar por sus localidades con total tranquilidad, es empezar a pagar una deuda con un departamento y con sus gentes, que teníamos por haberlo observado desde la distancia con actitud indiferente, y en veces hasta cómplice, cuando la violencia se ensañaba con sus habitantes. Una deuda por haber mirado por encima del hombro a esta región, igual que otros lo hacen con la nuestra, siempre manteniendo un criterio de superioridad cada uno sobre el otro.
Ojalá más temprano que tarde, cuando las circunstancias lo permitan, todos vayan a conocer el Caquetá, a gozarse sus charcos, esos remansos donde los ríos dan licencia para refrescarnos; a conocer sus distintos paisajes, y a maravillarnos con todos los atractivos naturales que nos proporciona. Una oportunidad para recordar que la periferia también es Colombia, y que los gobiernos son elegidos para todos, aunque en ocasiones se les olvide.
A los caqueteños una felicitación por lo afortunados que son, y un agradecimiento por lo amable de su carácter. Estén seguros de que volveremos, pues sabemos que esto fue simplemente un abrebocas en relación con la abundancia que nos queda por ver y disfrutar.