Los que explotan la arena, venden arepas, verduras o mercado, quienes producen carne, huevos, leche e incluso gallinas en el Caquetá, tienen que pagarles a las FARC para poder trabajar. En este departamento la vacuna sigue siendo el pan de cada día y las fuerzas productivas de la región aún no perciben una paz en medio del chantaje y el temor.
El propio alcalde de San Vicente del Caguán, antigua zona de distención, Humberto Sánchez Cedeño, denunció públicamente que en su municipio las extorsiones de las FARC persisten a pesar de los diálogos que se mantienen en La Habana.
La Cámara de Comercio de Caquetá reveló que la guerrilla le cobra al ganadero local hasta 15 mil pesos por cabeza de ganado, 70 mil pesos por hectárea de tierra, 50 pesos por litro de leche, 5 mil por racimo de plátano y 2 mil por gallina. Los precios varían según los caprichos del comandante de turno.
En 30 años de actividad subversiva en Caquetá, se estima que el grupo ha recogido 500 mil millones en extorsiones y secuestros. “Mientras el paisa y Joaquin viajan a la Habana, nosotros tenemos que rebuscarnos 8 millones de pesos para pagar las vacunas”-afirma un ganadero local.
En Caquetá hay miedo e incertidumbre por las tormentas que traería el posconflicto. El Estado no existe y los ganaderos, en municipios como Solita, Curillo y Solano, al sur del departamento, agradecen que el frente 49 de las FARC patrulle la zona. Es preferible pagarles la vacuna a ellos y no ver como los novillos y las vacas son robados por cuatreros como sucede en el resto del departamento. Además, temen que las bandas criminales y la delincuencia común se apoderen del lugar.
La incertidumbre se asienta en la región. A pesar de la fuerte presencia del ejército y de la policía, los caqueteños se sienten desprotegidos. Incluso la comunidad de Puerto Milán ha acusado al propio ejército de perpetrar robos y atracos en plena carretera. “estábamos mejor cuando estaba la guerrilla, nos sentíamos más seguros”, le ha dicho en la cara la comunidad de Cartagena del Chairá al comandante del ejército. Los expendios de drogas y los robos pululan como hongos.
El miedo que despierta el arribo de nuevos ejércitos paramilitares es tan profundo que supera el desprecio que ha generado la guerrilla. La única realidad es que el abandono estatal ha hecho que la gente prefiera el mal menor.
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