Desde sus inicios Pasto ha sido catalogada como la capital teológica de Colombia a causa de su fe, que se refleja en el desarrollo arquitectónico con el número de monumentos, conventos y templos religiosos; así como el prolífico arte religioso, la gran cantidad de congregaciones y las asociaciones que cargan en andas los diferentes los pasos que marchan en procesión en la semana santa.
Para definir las profundas creencias arraigadas en estas tierras del sur, el escritor Alfredo Cardona Tobón expuso: “Los pastusos han sido pacíficos, creyentes y profundamente respetuosos de la autoridad y de las tradiciones, pero cuando se ha atentado contra sus principios no han dudado en tomar las armas para defenderlos. A principios del siglo XIX, Pasto estaba aislado de las corrientes de la ilustración, no le interesaba cambiar al rey y le aterrorizaban los librepensadores; sus reivindicaciones eran otras: una administración independiente de Quito y Popayán, el asiento de un obispado y el establecimiento de instituciones educativas para sus hijos. Por otro lado los indígenas veneraban al rey y a los dirigentes pastusos no les convenía un cambio que perjudicara sus intereses”.
Pues bien, desde el Centro de Pensamiento Libre, postulamos que no fue al azar que los principales ataques sufridos por los ejércitos separatistas conducidos por españoles criollos, muchos de ellos masones, se hubiesen realizado en fechas sagradas para nuestra población, fue así como Antonio Nariño, tras haber saqueado los templos en Popayán, y amenazado a Pasto en plena semana mayor, enrutó sus tropas hacia la ciudad en una semana santa de 1814.
El historiador Enrique Herrera define así este episodio: “Finalizando el siglo XV, son varias las comunidades religiosas de varones establecidas en San Juan de Pasto: Mercedarios en 1539, Franciscanos en 1562, Dominicos en 1572 y Agustinos en 1585 y una de mujeres: Las Conceptas en 1588, todas ellas comprometidas en promover e imponer la religión católica, apostólica y romana de acuerdo con los compromisos que se tiene con la corona española.
Imágenes de santos, vírgenes y cristos traídas ya sea de Quito, Lima y aun de España fueron ubicados en sus respectivos templos o capillas para su correspondiente veneración. Cada poblado del Valle de Atriz atendiendo el adoctrinamiento de la religión acogió como patrono una determinada imagen para celebrar con gran pomposidad sus tradicionales fiestas patronales.
La Semana Santa o Mayor congregaba a todos los pobladores tanto del sector urbano como del rural y según estudios que existen al respecto las comunidades indígenas de los sectores circunvecinos del Valle de Atriz tenían la costumbre de participar activamente cargando imágenes representativas a la crucifixión y muerte de Jesucristo que traían desde sus respectivos poblados… El 4 de marzo de 1814, Antonio Nariño, desde Popayán escribe amenazante al Cabildo de Pasto: “Yo propongo a Usía muy ilustre nuevamente el partido de la conciliación y de la paz. Usía muy ilustre sabrá la conducta que he guardado en esta ciudad –se refiere a Popayán– y estoy resuelto a guardar la misma en esa, si no se me hace resistencia; o a cerrar por la primera vez mi alma a los sentimientos de compasión y entregarla –a Pasto– a las llamas, para que sirva de escarmiento a los obstinado.”… El miércoles santo, 6 de abril de 1814, el general Antonio Nariño, se sale de casillas y lanza esta triste y macabra amenaza a Pasto y su gente, cuando dice: “por última vez digo a Usía muy Ilustre, que si se me hace un solo tiro, fiados en la indulgencia que he usado en todos los pueblos de mi tránsito, Pasto queda destruida hasta sus fundamentos…Es preciso que antes de romper el fuego, se decida abiertamente a hacer causa común con nosotros o a quedar destruida, y destruida de un modo que nunca jamás pueda volver a ser habitada…”
Es realmente censurable la actitud del general Antonio Nariño, al impeler su más férrea amenaza en los días de la semana santa de aquel año de 1814, más si se tiene en cuenta los hechos acaecidos en Popayán, donde sus tropas robaron y fundieron los objetos sagrados depositados en los templos, capillas y conventos de esa ciudad.
De igual manera, la batalla de Bomboná se realizó en un domingo de pascua el 7 de abril de 1822, de acuerdo al calendario católico, una vez más las tropas de Pasto deben afrontar nueva invasión militar, esta vez dirigida por el propio general Simón Bolívar.
Bien lo había advertido Santander en carta suscrita el 30 de abril de 1820, donde le dice a Bolívar: “Le incluyo un diseño del Juanambú, las verdaderas Termopilas de Cundinamarca. Presentado a Bosch, el secretario de Calzada, le pedí me hiciera un plano del Juanambú, como él lo había visto ahora, lo hizo, me lo entregó, lo examiné con otros oficiales, que tienen conocimiento práctico de la posición, y resulta correcto y exacto. Me he confirmado que la ocupación de este país (se refiere a Pasto) es más bien obra de la inteligencia que de la intrepidez…”.
En una nueva misiva de Santander a Bolívar escrita el 22 de febrero de 1822, le advierte: “Nos queda otra vez el Juanambú y Pasto, el terror de los ejércitos y es preciso creerlo el sepulcro de los bravos, porque 36 oficiales perdió Nariño y Valdés ha perdido 23 que no repondremos fácilmente. Resulta que usted debe tomar en consideración las ideas de Sucre y de abandonar el propósito de llevar ejercito alguno por Pasto, porque siempre será destruido por los pueblos empecinados, un poco aguerridos y siempre, siempre victoriosos”.
El resultado de la batalla fue adverso a Bolívar de acuerdo al general Obando: “Habíamos perdido 800 hombres muertos y más de 1000 heridos, en tanto que el enemigo no contaba de perdida más que 18 muertos y heridos, y 20 prisioneros que le había tomado el Rifles”.
Se discute el triunfo de Bolívar con el argumento de que este se quedó con el campo de batalla cuando las tropas pastusas se retiraron; no obstante, el historiador Sergio Elías Ortiz explica: “Se retiraron, es verdad, pero por haber cundido entre las filas la noticia de que las tropas republicanas habían entrado a Pasto por Genoy, noticia que ellos tomaron en serio y por ello volaron a defender sus hogares, convencidos de que García no lo haría, pues estaba dispuesto a entregarse y hasta lo acusaban, quien sabe si con fundamento, de haber cargado los cartuchos con polvo, en vez de pólvora. Don Basilio no las tenía todas consigo en vista de la desbanda de los suyos. Por él se habría retirado de Guaca, a donde había ido a parar al final de la batalla, y hubiera puesto río Guaytara por medio, para hacerse fuerte, dejando abandonada a Pasto al vencedor, si no es porque un sacerdote español, capellán del Cazadores de Cádiz, que estaba con él, le aconsejó escribir a Libertador mostrándose más fuerte que nunca. Así lo hizo en las primeras horas del día 8”,
Para rematar el hecho que demuestra nuestra tesis es el episodio conocido como la navidad Negra, donde la victoria indiscutida del general Antonio José de Sucre, el 24 de mayo de 1822 en la batalla de Pichincha, forzó la capitulación del pueblo Pastuso, facilitando el ingreso en actitud triunfal del general Bolívar, el 8 de junio de 1822; pero su tranquilidad le duraría muy poco, el pueblo pastuso era reacio a esta causa y entendió que este cambio en el ejercicio del poder en nada les beneficiaría y es así como cinco meses después los milicianos Agustín Agualongo y Benito Boves, en una audaz acción, retoman la ciudad y expulsan de manera humillante a las tropas de Bolívar.
Esta nueva resistencia y la derrota de los granadinos de manos de las milicias pastusas en la Batalla de Taindalá fue la excusa perfecta para que Bolívar obtuviera su venganza contra esta noble ciudad, resguardo de la tranquilad y del culto a lo religioso.
Tras un nuevo triunfo de Sucre en Ibarra, Bolívar le ordena la retoma a sangre y fuego de Pasto; como si esto no hubiese sido suficiente posteriormente signaría el destino de la ciudad bajo la siguiente consigna: “Barrer de la faz de la tierra su raza infame”.
Es así como el 24 de diciembre de 1822 hace su arribo demencial a esta noble ciudad el general Sucre. Fueron muchos y de una extrema sevicia los excesos de las tropas bajo su mando; esto a pesar de que la ciudad que tras una serie de escaramuzas desde el Guaytara hasta Yacuanquer la ciudad había sido desalojada por las milicias; luego en ella únicamente se encontraban mujeres, ancianos y niños. La masacre fue horrible: nadie se salvó de aquella orgía de terror; no se respetaron a sus inermes habitantes; mujeres, ancianos y niños fueron masacrados y violados incluso a las siervas de Dios. Durante aquella amarga noche de Navidad y durante tres días más; participaron en aquella vergonzosa acción tropas de los llanos de Aragua y Casanare y muchos de los supervivientes de su derrota en Bomboná, principalmente los del Batallón Rifles.
Se calcula que las personas asesinadas ascienden a más de 800; en su mayoría mujeres, ancianos y niños. De ahí deviene el nombre de la calle conocida como la calle del colorado, debido a la sangre derramada en el sector de Santiago por nuestras gentes en defensa de sus creencias, de sus principios, de sus ideales y de su autonomía; pero esto no fue suficiente para la consigna de “Guerra a muerte” implantada por Bolívar contra esta fortificación, resguardo de la tranquilidad y del culto a lo religioso; por ello, además las tropas se empecinaron en violar a mujeres y niños; al tiempo que saquearon y destruyeron toda la ciudad. Situación de la que no se salvaron ni las iglesias, ni los edificios públicos, lo que produjo una perdida invaluable a nuestro patrimonio religioso, histórico y cultural.
A pesar de que el comando de los saqueadores y perpetradores de este magnicidio estuvo a cargo de Sucre, es importante recordar que el direccionamiento de todo estos terribles actos fue orquestado directamente por Bolívar; por ello se cree que el mariscal de Ayacucho actuó sin temor a represalias. A pesar de estar vigente “el Tratado de Regulación de la Guerra” suscrito por el mismísimo Simón Bolívar, el 25 de noviembre de 1820, acuerdo que imponía la obligación de respetar los pueblos ocupados.
Sobre este nefasto y triste hecho, Julio Cepeda Sarasty nos hace una compilación, en el siguiente texto:
“El 24 de diciembre de 1822 el pueblo del sur fue invadido, pisoteado y abusado, la libertad se tiñó de sangre, se perfumó de muerte, se vistió de persecución, de masacres y sacrificios. Sobre el pie del Galeras, Bolívar bautizó con muertos las calles, con violaciones las iglesias, con represiones a la valentía; no dejó un sueño vivo porque sólo su sueño era posible, porque la independencia debía depender solamente de sus ideales.
El 23 y 24 de diciembre de 1822, después de rudo combate en el barrio Santiago de Pasto, en horrible matanza que siguió, soldados, hombres, mujeres, niños y ancianos fueron sacrificados y el ejército “libertador” inició un saqueo por tres días, asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de destruir, como bárbaros, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. No respetaron los templos donde el pueblo pastuso buscó protección.
Bolívar, quien nos llevó a la llamada libertad, el de la Navidad Negra, el de la temible espada, el del caballo blanco, el de uniforme rojo, el que llenó los ojos de los pastusos de dolor y de llanto, el que dejó cientos de niños huérfanos y una multitud de madres y viudas llorando a sus hombres inmolados. En defensa de sus creencias el pueblo pastuso no secundó la lucha por la independencia, no renunció a sus rancias convicciones por un hombre que los desterró y los humilló hasta la muerte.
El cruel Libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto. La historia de esta patria en construcción nos cuenta que el Libertador asesinó y sacrificó a nuestra pueblo en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humilló nuestros ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que fue el autor de una macabra obra perenne en la memoria de nuestro pueblo”.
El historiador nariñense Enrique Herrera Enríquez cita como probanza de aquellos luctuosos hechos, las siguientes piezas históricas:
"El historiador José Manuel Restrepo, narra así el acontecimiento: “Al amanecer del 24 los cuerpos desfilaron sin detenerse por la fragosa montaña que separa a Yacuanquer de Pasto. Tardaron mucho en atravesarla, y hasta las doce del día no avistaron a los facciosos apostados en las alturas y quebradas que rodean a la ciudad por la parte del sur. A la una de la tarde fueron destinadas la primera y quinta del Rifles a tomar las alturas que ocupaban los rebeldes a nuestra izquierda; el resto del batallón, con su coronel y el general Barreto, se dirigieron contra la principal estancia del enemigo. Habiéndose ésta sobre la iglesia de Santiago, circuida de un terreno excesivamente cortado, y donde los pastusos se creían invencibles con el auxilio de aquel santo apóstol, patrón de la España…".
Alberto Montezuma Hurtado, manifiesta: “Según refiere la crónica, la propia imagen de Santiago fue puesta en medio de los defensores, como un gran general y más bien cayó al suelo en uno de los lances del combate, convirtiéndose en estorbo, y mientras sus decepcionados partidarios le echaban en cara tan lamentable inutilidad.. A las tres de la tarde la dispersión de los facciosos se hizo incontenible; el sujeto Boves tomó camino de oriente con unos clérigos españoles y varias gentes de fusil, Agualongo y Merchancano se acogieron a sus montes hospitalarios. Y entonces, bajo la vista inexplicablemente gorda del general Sucre, los vencedores se entregaron al saqueo de la ciudad, distinguiéndose por sus atrocidades el famoso batallón Rifles, con su jefe Arturo Sanders a la cabeza. Sobre los hechos no existe un solo recuerdo, amargo o descomedido, no hay tampoco un solo comentario, en prueba de lo cual se transcriben ahora los de diversos y conocidos historiadores:
De don José Manuel Groot: “Las tropas irritadas con la obstinada guerra que les hacían los pastusos, saquearon la ciudad y el general Sucre hubo de permitírselo. Allí no hallaron casi gente, todos los hombres habían huido, no habían sino las monjas y algunas mujeres refugiadas en el convento”.
Del general José María Obando: “No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad.. .”.
José Manuel Restrepo, historiador coetáneo de los acontecimientos y profundo admirador de Bolívar y su ejército dice al respecto: “En el acto fue ocupada la ciudad, en la que solo hallaron las monjas y unas pocas mujeres acogidas al convento (se refiere al de Las Conceptas). Los hombres habían huido todos llevándose las armas. Desgraciadamente la ciudad fue saqueada por las tropas vencedoras, irritadas sobremanera por la obstinada resistencia que habían hecho sus habitantes”.
Del doctor José Rafael Sañudo: “Se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles” es frase que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe. Quizás el haber permitido Sucre tan nefandos hechos, dio causa a que la Providencia señalara los términos de Pasto ocho años después para que sea sacrificado en términos de La Ventaquemada”.
Del doctor Roberto Botero Saldarriaga: “Al combate leal y en terreno abierto sucedió una espantosa carnicería: los soldados colombianos ensoberbecidos por la resistencia, degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada brega habían tomado. Al día siguiente, cuatrocientos cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de Navidad”.
Del padre Arístides Gutiérrez, sacerdote oratoriano: “El padre Francisco Villota pasó por la terrible prueba de ver su tierra natal convertida en un lago de sangre, pillaje y degüello por tres días, el 24, 25 y 26 de diciembre de 1822, en los cuales el batallón Rifles cometió atrocidades inauditas de barbarie y salvajismo”.
Del doctor Leopoldo López Álvarez: “Ocupada la ciudad, los soldados del batallón Rifles cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la Iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes”.
De tal magnitud fue la crueldad de estos hechos que reconocidos afectos a la causa libertadora rechazaron con repudio estos actos de barbarie y cobardía
Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Bolívar, en referencia a este trágico acontecimiento expresó: “[…] en horrible matanza que siguió, soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados y se entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y a asesinatos de indefensos, robos y otros desmanes; hasta el extremo de destruir, como bárbaros al fin, los libros públicos y los archivos parroquiales, cegando así tan importantes fuentes históricas”
El escritor Isidoro Medina Patiño en su libro, Bolívar, genocida o genio bipolar, Imp. Visión Creativa, Pasto, 2009, págs. 69 y sigs. Nos comenta: “Pasto y sus moradores, por su acendrada defensa de la Monarquía Hispánica en América, se desencadenó en la Navidad de 1822, cuando las tropas separatistas, al mando de Antonio José de Sucre, se tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de la Guerra de la Independencia. Fue una verdadera orgía de muerte y violencia desatada, en la que hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos. Este hecho deshizo, sin duda alguna, la reputación de Sucre, quien de manera inexplicable permitió que la soldadesca se desbordara, sin ninguna clase de control”.
El padre Manuel Dolores Chamorro expresó su más decidido apoyo para esta causa, por lo cual expresó en nuestro programa Sapiens: “Como sacerdote es inmensamente satisfactorio para mí, que de pronto en Nariño tengamos un grupo de Mártires de esta categoría, no podía ser más grande para la iglesia nariñense, no solamente para los diócesis de Pasto, sino para las diócesis de Tumaco, y para la diócesis nuestra de acá de Ipiales saber que los nariñenses tenemos un grupo muy significativo de Mártires en la iglesia, eso le da uno fuerza, fortaleza y no vamos a cesar de luchar por el bien de este Nariño”.
Después de este recuento histórico solo nos resta decir que los ejércitos republicanos se ensañaron contra esta noble ciudad y le asestaron sus golpes más duros en las fechas más significativas para sus creencias y su fe; por ello, desde el centro de Pensamiento Libre, de la mano del presbítero Manuel Dolores Chamorro y un grupo importante de sacerdotes nariñenses, hemos iniciado una gran cruzada para se reconozca como mártires de la Iglesia católica a nuestras víctimas, al celebrarse este año los dos siglos de este amargo hecho histórico, proscrito por la academia nacional; el cual enluta la causa libertadora y convierte en mártires a las mujeres, ancianos, niños y a las siervas de Dios que buscaron refugio en nuestros templos y seguridad en las imágenes más sagradas de su fe y a pesar de ello, no encontraron respuesta favorable en las tropas de Sucre, las cuales en un acto sacrílego asaltaron los templos sin respetar lo más sagrado de quienes se habían aferrado a su fe.