Alguna vez en una entrevista le preguntaron a Jorge Luis Borges ¿qué tipo de Estado prefería? a lo que respondió: “Un Estado mínimo, casi imperceptible, recuerdo que viví en Suiza cinco años y casi nadie sabía cómo se llamaba el presidente”.
Muy seguramente si nos hacen la misma pregunta a los colombianos, responderíamos que añoramos un “Estado máximo”, proteccionista, asistencialista, Estado de bienestar o como lo quieran llamar, donde el establecimiento intervenga en todos los ámbitos y cuestiones de la cotidianidad por elementales que puedan ser, y pues a diferencia de Suiza, en nuestro país ya todos conocen el nombre del que quieren que sea su presidente, los posibles ministros, incluso ya se han leído hasta las biografías de las posibles primeras damas, pues desafortunadamente la expectativa de progreso social e incluso personal se supedita inexorablemente para muchos a cuanto podamos recibir del gobierno.
Naturalmente no se trata de comparar a Suiza con Colombia pues sería descabellado equipararnos a culturas que nos llevan 500 años de ventaja, sino más bien de hacer una proyección utópica o ideal si se quiere.
Seguramente la mayoría coincidimos en que Colombia es un país con una fractura social enorme y con una crisis institucional profunda; no es difícil hacer un diagnóstico y concluir que la corrupción es un problema estructural en el que muchas veces cohonestan Estado y sociedad; la evidente desigualdad, el desempleo, la violencia y el asocio con el narcotrafico, la crisis de valores, vulneración de derechos, restricción de libertades etc. Sin embargo, lo que si no es fácil establecer derroteros para solucionar o al menos apaciguar esos males.
Cuantos colombianos están preocupados en este momento preguntándose ¿cómo será la educación durante los próximos gobiernos? Tal vez muy pocos, solo quienes hayan entendido que la educación es el único vehículo de ascenso social posible, el medio idóneo para procurar el desarrollo integral de los pueblos; desafortunadamente hoy el debate político gira en torno a los trinos de Marbelle y de los advenedizos que consideran que con las diatribas rabiosas están construyendo democracia.
Hoy en día, por ejemplo, los japoneses son una potencia mundial y han logrado sobreponerse, a pesar de que después de la Segunda Guerra Mundial quedaron convertidos en ruinas y escombros, gracias a los procesos de formación educativa otorgada a sus ciudadanos, donde la exigencia al tope, la disciplina, el compromiso y la responsabilidad se han convertido en máximas, los retos desde lo personal hasta lo colectivo van intrínsecos en su cultura, nunca se han detenido en los momentos aciagos a esperar expectantes el auxilio de otras naciones.
Cuenta el profesor Carlos Kasuga, que a diferencia de nuestro medio, buena parte de la clase trabajadora en el Japón no hace pliegos de peticiones a sus empleadores, sino que al contrario hace “pliegos de ofrecimientos” donde quienes laboran realizan compromisos medibles de mejoramiento en metas de producción, rendimiento y cumplimiento a cambio de incentivos que promueven la generación de riqueza a la par con el desarrollo social.
Japón es una potencia económica, tecnológica y educativa a pesar de su casi nula explotación minera y petrolera. Para ellos el trabajo no es un sacrificio sino un privilegio, eso lo han aprendido gracias al modelo educativo. Kasuga evoca un proverbio "si quieres riqueza para un año siembra árboles frutales, si quieres riqueza para toda la vida educa a un niño"
En la esencia y la sangre del colombiano está la iniciativa, el emprendimiento, toda la capacidad intelectual, hace falta el ingrediente fundamental de la educación de calidad para potenciarlos y así y solo así ver a la sociedad navegando a todo vapor por la ruta del desarrollo.