Las cárceles de Cómbita, ubicada a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, y la Tramacúa, a cinco kilómetros de la ardiente Valledupar, se hicieron al mismo tiempo. Dicen que por un error de los ingenieros equivocaron los planos de ambas cárceles, por eso la de Cómbita es un infierno de hielo y la de Valledupar un sauna. Un sauna en donde el agua llega sin presión y tres días por semana. Un sauna lleno de bichos, ratas y hombres al que el calor los exacerba. Un sauna que se llenaba modelos prepago desde Bogotá los fines de semana. Un sauna desde donde llamaban a comerciantes prósperos de Valledupar para extorsionarlos.
Cuando Rafael Uribe Noguera llegó al lugar el 5 de febrero del 2018 se encontró con un letrero en la entrada que lo alertó “Bienvenidos al infierno” decían. Lo trasladaban hasta ese lugar desde La Picota porque en Bogotá los presos le habían puesto precio a su cabeza.
Al principio en la cárcel de Valledupar Rafael Uribe Noguera, ubicado en el pabellón del terror, al lado de Luis Fernando Garavito, buena parte de los 1.460 internos querían matarlo. El mayor Luis Perdomo, quien fue director de la Tramacúa hasta junio del 2018, le ubicó dos guardias que tenían la ingrata labor de probar sus alimentos antes de que este los comiera, no fuera que alguien lo envenenara. Cuando se fue Perdomo a dirigir La Picota, después de que atentaran contra él en Valledupar, Rafael Uribe Noguera tuvo un inesperado protector.
En septiembre del 2012 en un hotel resort de La Dorada Caldas fue capturado Oscr Alejandro Sandoval Arguello, alias Candado, ex Urabeño y una de las piezas claves de las Autodefensas de Norte de Santander Nueva Generación. En Villa del Rosario articuló una red con ex integrantes de Urabeños, los Rastrojos y el Bloque Fronteras de las AUC. En Cúcuta se movía sin escolta, haciéndose pasar como un próspero ganadero que vivía con comodidad en la urbanización Altos de Tamarindo. En el 2014 este Guajiro de 28 años, condenado a 22 años por haber ordenado al menos 50 asesinatos en la frontera colombo-venezolana, fue trasladado a la Tramacúa.
A medidados de este año lo metieron en el pabellón del horror. Alias Candado fue a dar en la celda contigua de Rafael Uribe Noguera. Al principio tenía recelo. Los violadores de niñas en una cárcel son aún más odiados que en la calle. Bastaron unas cuantas horas para que la aprensión se transformara en algo parecido a la simpatía. Candado admiraba los estudios y el lenguaje pausado y tranquilo de Uribe Noguera. Se pusieron de acuerdo rápidamente para turnarse el control remoto del televisor que está colgado de los barrotes del pasillo. Rápidamente descubrieron que el rudo guajiro y el educado bogotano de 40 años tenían mucho en común. Candado, quien maneja buena parte de los hilos con los que se mueve La Tramacúa, le prestó, tal vez sin esperar pago alguno, el respaldo que le garantiza a Rafael Uribe Noguera que nadie le pegue una puñalada por la espalda.
Gracias a Candado y a otros presos como Popeye, Rafael Uribe Noguera puede jugar fútbol en la hora diaria de sol a la que tiene derecho y puede conseguir el papel con el que hace origami y dibuja. A veces incluso le consiguen cigarrillos. Sin agua, con un calor abrazador, y acosado con el olor del basurero que colinda con su celda, Rafael Uribe Noguera, dos años después de haber violado y asesinado a Yuliana Samboní, ha encontrado algo parecido a la tranquilidad en el infierno de La Tramacua
