La sospecha de cáncer no se hizo esperar. Una vez descubierta una “pelota”, una masa, por demás irregular –había escuchado que esto no era buen signo, el ser irregular- la mente comenzó a trabajar, agitada, veloz, en todas las peores posibilidades. Aunque recibió compañía, cercana, amorosa, pasaron 18 horas (al final de las cuales se descartó ese diagnóstico) en angustia total y curiosamente con una sensación de soledad que nunca lo había acompañado. ¡Qué paradoja, la compañía fue, por lo menos en parte, la soledad! Decía: “en últimas somos mi cáncer y yo”. En el cuerpo no hay espacio para más. En la mente no entran razones, ni consuelos. En las emociones si percibió la compañía y eso lo salvó. Espiritualmente, en algún momento, tuvo una de esas sensaciones profundas que lo han acompañado periódicamente en la vida y percibió paz.
La enfermedad, cualquiera que ella sea, se instala en el ser, en la persona y por momentos, cruciales, la sensación de ser ella y la persona, únicamente, los dos, aislados del mundo, es real. La soledad de la enfermedad es una realidad. Qué mejor ejemplo que el cáncer para ilustrar esta verdad, cuando en la génesis del mismo, se dice que está la vivencia de un hecho, en sensación de soledad extrema por la persona. Y es verdad. Cuando escuchamos el relato de vida de los pacientes con cáncer, han padecido alguna situación emocional, fuerte, en aislamiento. Nunca pudieron expresar sus emociones adecuadamente y ellas sirvieron de terreno para la formación, proliferación de células cancerosas. Excomunión para quienes sostengan esta teoría, pedirán los médicos académicos, científicos, racionales. ¿Qué vamos a hacer? Ir a la teoría de redes, esbozada en mi columna anterior. Lo que me falta comprobar, es si las personas que sanan del cáncer, logran sentir tal compañía, que anula los efectos anteriores.
Regresando a la soledad y la compañía en la vivencia del cáncer, es palpable el ir y venir que hacen los pacientes entre aislarse –soledad- y querer vida social –compañía-. De respetar, cada momento. Los momentos de soledad les permiten ir al interior de si mismos y estar en la compañía de su propio yo. Otra vez la paradoja. Los momentos de compañía externa, los llenan de fortaleza para enfrentar cambios de hábitos y estilo de vida que es algo que exige esta enfermedad. Nadie con cáncer continúa su vida exactamente en la misma manera que la traía. La soledad se da al salir de la zona de confort. La compañía al encontrar nuevos rumbos, amigos, familiares, o relaciones renovadas.
En la teoría del cáncer y la soledad,
dicha soledad es vivir algo alejado del amor de los demás.
Por ello enfermamos
En el cáncer, aísla mucho la pérdida de autonomía. Conlleva soledad, al alejar de compañías habituales. “Me hacen falta mis amigas” expresa mi paciente con dolor y nostalgia. Ojalá esta soledad se usara para el reencuentro con uno mismo, o sea con el ser espiritual. Y el tener que estar cerca –compañía- de personas de las cuales quisiera alejarse, sirviera para la reconciliación y encontrar el amor de nuevo. En la teoría del cáncer y la soledad, dicha soledad es vivir algo alejado del amor de los demás. Por ello enfermamos.
Tal vez el aprendizaje en el cáncer (y las otras enfermedades), sea de reconocer y aceptar la necesidad de ambas compañías –la de la soledad personal y la de los demás seres humanos- reconociendo, aceptando y expresando sentimientos a los cuatro vientos. Algo que nuestra cultura no promueve, pero que día a día vemos como algo más que fundamental. La red de soporte neuronal, se nutre de emociones, al tiempo que se libera, con la expresión de ellos. Ello sana.
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